martes, 26 de mayo de 2009

Sin intenciones de salir


El callejón inicia en el boulevard. Bueno, antes de entrar de lleno a la descripción del callejón, hay que admitir que primero debe cruzarse precisamente el boulevard. Y no es que este hecho tenga alguna ciencia en especial que lo convierta en una hazaña imposible, sino que en ocasiones salen a relucir algunos conductores energúmenos que traen más prisa en las venas que la virgen María en trabajo de parto, lo cual los convierte en máquinas motorizadas de destrucción y homicidios casi deliberados. En una ocasión estuve a punto de ser atropellado, puesto que el semáforo y yo no nos sincronizamos como debimos. Eso quiere decir que en el momento en que yo ponía mi pie en el asfalto, la conductora (un ama de casa con hijos de edad preescolar) ponía su respectivo pie en el pedal del acelerador, despues de haber sido previamente alertada por alguno de sus preescolares críos de que el semáforo ya estaba en el color verde.

Como la señora estaba distraída por otras cuestiones ajenas a sus criaturitas del señor y a mí, no se dió cuenta, obviamente, de mi existencia, la cual estaba pasando tranquilamente de un lado a otro del camellón. Cuando la señora se percató de que yo ya me había dado cuenta de que estaba a punto de llevarme de corbata, por decirlo de alguna manera, faltaban unos cuantos metros para el dichoso encuentro entre el cofre de su camioneta y mi imperceptible trasero. Mi instinto reptiloide me empujó (de alguna manera) a dar un brinco al camellón, y la señora puso un rostro de incredulidad (ojos saltados y boca abierta, abiertísima) cuando pasó junto a mí y mi trasero.

Una vez detallado el ejemplo de lo que representa hoy en día cruzar una simple avenida para un servidor, es momento de describir uno de mis lugares favoritos para caminar. El entretenimiento comienza, cual atractivo turístico improvisado, con la parada del camión más literal que conozco. Ésta se encuentra sin sombra, sin un lugar para sentarse, y lo más brillante de todo, sin un letrero que compruebe su título de "Parada del camión".
Cuando paso por ahí casi siempre hay por lo menos una persona con jeta de desesperación, enojo, o insolación. Y no me río de ese hecho puesto que me ha tocado esperar el camión en dicho lugar, y creo que si alguien igual de descriptivo que yo me hubiese visto en ese instante, seguramente habría expresado lo mismo de mi rostro. Es que de verdad, me choca el sol.

Pasando la parada, las miradas se dirigen ahora al pestilente arroyito del Guayabo. Éste sitio tiene un lugar especial dentro de mi memoria puesto que recuerdo que lo he recorrido desde mi etapa preescolar. Mi mamá ya sabía que mi trayecto del kinder a la casa estaría completo sólo si mis pies pasaban por encima de ese puentecito demacrado y en proceso de desplome. No puedo definir exactamente qué es lo que tiene ese lugar que me hace querer recorrerlo cada que tengo la oportunidad. Es curiosa la sensación de dejar atrás al ruido y estridencia del boulevard e internarse en un lugar que de entrada luce, huele, y se siente como un sitio mucho más tranquilo.

Quizás es porque ahí está el seminario. Nunca he escuchado un ruido que provenga desde el interior de ese edificio, que por cierto, es enorme. Enfrente del seminario hay una fábrica de algo, y está llena de graffiti mediocre. No es que no me guste el graffiti, pero ésas pintas en específico son muy malas.

Ese rumbo siempre me deja sin intenciones de abandonarlo, desde el semáforo hasta la esquina del seminario.

Porqué tanta nostalgia?

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