sábado, 31 de octubre de 2009

Humedades


Ella miró aquella pared y suspiró. El citado muro estaba demasiado húmedo como para ser verdad. De la noche a la mañana, el moho había ganado la batalla. Ella siguió observando, preocupada. Su marido entró de pronto a la sala y contempló brevemente la pared, esbozando una mueca de lástima. Abrazó a su mujer y le besó la frente. Ella se recargó en su hombro. Había que hacer algo pronto, la construcción entera podría estar en problemas.

Él tuvo una idea pronta. Uno de sus amigos era arquitecto y sabría qué hacer con una pared humedecida como esa. Lo llamaría por teléfono, le explicaría el asunto con lujo de detalles, y esperaría. Explicó sus planes a su mujer, y ésta pareció estar de acuerdo. Cualquier cosa sonaba adecuada en aquel instante. Se despidió de su esposa con un tierno beso en la boca, y se fue a la oficina. Iba buscando, en su tarjetero, los datos de su viejo amigo arquitecto. “Tendrá que hacerme descuento”, pensó él. Ella se quedó allí parada, analizando la gran mancha oscura de la humedad. El color blanco de la pared se había arruinado. Y la sala ya no podía disfrutarse como tal. Nadie soportaba el hedor. Ese cuarto se había convertido en una especie de museo, un homenaje a la desgracia.

Del otro lado de la pared había un terreno baldío lleno de tierra, basura y cadáveres de animales, pero no había ni una sola gota de agua. Ella se preguntaba cómo es que había tanta humedad en su pared. Pero no servía de nada seguir haciendo cuestionamientos al aire, porque después de todo, ella no era la arquitecta. Era simplemente la sensación de impotencia lo que la molestaba. Estuvo de pie hasta que se cansó y se tumbó en el sofá, sin apartar la mirada de la porquería que se estaba comiendo lentamente a su hogar. A veces, las manchas tomaban diferentes formas, casi siempre rostros. “Que raro”, murmuró.

Él llega a su oficina. Se sienta detrás del escritorio y lo primero que hace es llamar a su amigo, el arquitecto. Éste llega a la conclusión de que necesita examinar la pared para saber exactamente cómo proceder. Pensaron que lo mejor sería reunirse a las ocho de la noche, pues a esa hora ya habrían salido ambos del trabajo. Él cuelga el teléfono y se entrega por completo a sus deberes. A ratos recuerda a su mujer, consternada por el mal estado de la pared. Esta memoria lo ahoga, lo consume poco a poco. Quince minutos después de haber terminado la llamada, se siente emocionalmente agotado. “Trabaja, trabaja, hazlo por tu mujer”, se dice a sí mismo para reanimarse.

Ella continúa contemplando la pared desde el sofá. Hay algo en ese monstruoso diseño que la atrae. ¿Serán las figuras que forma su imaginación? No, tal vez es el olor, que aunque incomoda en la nariz, tiene algo de místico, algo de adictivo. Se pone de pie y se acerca a la pared para examinarla con más atención. La luz del atardecer que entra por la ventana otorga un extraño aspecto a las manchas de moho. De pronto, ella es absorbida por el silencio que la rodea. Sus ojos se mueven de un lado a otro, escudriñando cada centímetro del muro. Empieza a creer que ese enorme manchón de hongos es una especie de obra de arte. Aparece una sonrisa en su rostro. Pasa suavemente su mano derecha por la superficie de la pared. Disfruta las caricias, se complace con las sensaciones, le resulta exquisita la frialdad del muro. Ahora es algo irresistible tocar la pared.

Él siente que los minutos lo aprisionan. Piensa que un grupo de seres invisibles lo está asfixiando. Lo tienen rodeado, y a momentos parece escuchar sus risotadas. Luego se le ocurre que su oficina es demasiado pequeña, que no entra suficiente aire, que no alcanzan a correr libremente todos sus pensamientos… Eso, sus ideas deben de ser esos seres invisibles que lo ahorcan. Poco a poco va anocheciendo, y en su trabajo se deja caer la pesadez. Él se recuesta sobre el escritorio, ya no quedan más pendientes por atender. El foco de su oficina termina por arrullarlo. Pero es el gerente, nadie le cuestionará nada.

Ella aún está de pie frente a la pared. Ésta la tiene atrapada con las sensaciones que provoca. Ella tiene la nariz ocupada, tratando de descifrar y catalogar todos los olores que va encontrando. Sus ojos se han perdido en la contemplación de las formas de la humedad, y sus manos han quedado prendidas de la textura de la pared. Siente que algo le falta, todavía necesita creerse verdaderamente llena. La luz del cielo va desapareciendo lentamente, dejando a la sala en una especie de penumbra. Se acerca al muro, lo acaricia con la mejilla derecha, y lo saborea con la lengua. Es ahora una enfermiza necesidad, un extraño gusto, complejo, inquietante. Los sabores que estallan en su paladar la han fascinado. Falta algo, ha quedado pendiente la satisfacción de su sentido del oído. Pasa de nuevo su lengua por la superficie. Es un sabor indescriptible. La mueca de su rostro la delata, lo está disfrutando.

Acerca su oreja a la pared, buscando que ésta la llame por su nombre. Cierra los ojos y se concentra. Frunce el ceño, mueve quedamente las manos, haciendo círculos en el muro. Hasta ahora todo ha sido silencio, pero necesita que la quietud termine. Desea escuchar a la pared. Siente un ligero cosquilleo en el contorno de su oreja y cree que la mancha le habla. Ya no le importa que la sala haya quedado hundida en la oscuridad. Ella y la pared son el único mundo, la única vida. Ella y la pared, por siempre. Vuelve a sentir el cosquilleo. Explotan de nuevo todos sus sentidos. La piel se eriza por completo. Su cuerpo está en perfecta armonía, ha alcanzado un gozo profundo. Abre los ojos, pero es ahora la pared quien le dice “ciérralos, cierra tus ojos, déjate llevar”.

Él sale del trabajo, adormilado. Su mente está tratando de ordenarse. ¿Qué hacer? Pasar por el arquitecto, comentarle sobre la pared, llegar a un buen acuerdo. Cuando respira el aire frío de la noche, antes de meterse al auto, siente como si los pulmones estuvieran a punto de congelarse. Ya en el coche, procura mantener los vidrios cerrados. Llega a casa del arquitecto, intercambian algunas palabras de afecto, y se van.

Los dos hombres se meten a la casa. La oscuridad es dominante. Él grita el nombre de su mujer. No obtiene ninguna respuesta. Conforme caminan, van prendiendo las luces de cada habitación. Se asoman a la sala, no se puede distinguir nada. Él, sin dejar de pronunciar el nombre de su esposa, busca el interruptor de la luz. Aparece, ante ellos, la pared. En el piso, un bulto de ropa de mujer. Observan el muro y la humedad que se ha apoderado de él. Hay algo, en ese monstruoso diseño, que los atrae.

jueves, 22 de octubre de 2009

La peor pesadilla


Atrapado en un patio colonial de una hacienda en la que nunca antes había estado, y en la que evidentemente no quería estar, me dedicaba a soltar lágrimas sinceras de pánico y temor infantil. No sé por qué, pero había mucha gente corriendo de un lado a otro del patio, sorteando plantas de ornato y demás artículos que no puedo recordar. No estaban asustados como yo, y los veía hasta cierto punto indiferentes a mi horror. De una puerta salía sangre a chorros, gritos desgarradores de quienes creen poder espantar a la muerte a gargantazos. Sangre, sangre corre, sangre sigue corriendo, sangre se detiene ante mis pies de niño tímido y desprevenido. Yo no entiendo mucho, pero me acerco a la puerta. La gente dice "no, no te acerques", pero yo sigo caminando. La sangre se siente en la cara, en la piel. Estoy por asomarme y sólo veo sangre en las paredes...

Me despierta mi madre diciendo que hay hot cakes. No me gustan.

lunes, 12 de octubre de 2009

Aurora habla


Aurora Habla


>>Siempre es lo mismo. Siempre termino sola en mi cama, esperando y esperando. Horas enteras se me van aquí entre las sábanas, frotándome las piernas para que no se me congelen. No es que haga frío, pero el alma se me llena de hielo en un parpadeo. Luego el corazón reclama y la sangre se entorpece. Es molesto porque, además de varices, la lentitud de la sangre me provoca un mal humor que me aísla del mundo. Suena increíble, pero es verdad.

Soy bipolar, eso no se lo discuto a nadie. Camino por la calle con una estúpida sonrisa en el rostro, como estandarte de una felicidad que no conozco. Llego a casa y me pongo de buenas, con ganas de bromear, pero mi mueca dice lo contrario. A lo mejor es algo que ya no puedo controlar. De cualquier forma estoy sola, siempre. Ahí en la calle las mujeres siempre voltean a verme y me critican. Los hombres me observan y me comen viva, se les nota en los ojos. Las miradas se sienten, son como una lluvia repentina. De repente una está toda ruborizada. Pero eso es al principio, luego llega la costumbre y las miradas ya no hacen tanta mella.

Pero, como siempre, estoy aquí sola en mi cama. Ya casi es otoño, o tal vez ya empezó y ni cuenta me di. De niña esperaba ver las hojas anaranjadas en los árboles, como en esos libros gringos que me compraba mi papá. Pero jamás vi una sola hoja con esas tonalidades. Desde entonces el otoño pasa desapercibido para mí. Ahh, algo me sucede, creo que hice mal la rutina de todas las noches. ¡Ya sé! Mi medicamento…

(Aurora va al baño, abre un cajón y saca un frasco con pastillas)

>>Una, dos, tres pastillas. Ya no recuerdo para qué son, pero es mejor que rezar una oración. No es que no crea en Dios, pero las pastillas sí que me hacen sentir bien. No es que Dios no lo haga, pero… Bueno, se entiende, se entiende. Las pastillas saben chistoso si te las pasas sin agua. Una vez iba con mi mamá en un camión. El viaje iba a ser largo y me dolía la cabeza. Mi mamá me dio unas pastillas y me las pasé así, sin agua. Creo que desde entonces siento amor y odio por la vida. El dolor de cabeza nunca se me fue.

(Aurora regresa a su habitación, se acuesta en la cama, se esconde entre las sábanas y se estremece)

>>Siempre estoy sola aquí, siempre. Cada noche es la misma historia. Yo, platicando sola. A veces me río como loca cuando pienso que alguien me espía y escribe todas mis palabras. Pero no, eso no sucede. Sería muy ingenua si siguiera creyendo eso. Mi vida no es en absoluto interesante. Siempre estoy aquí sola, siempre. Ya no me acuerdo de la última vez que hubo alguien más en esta cama. Fue hace unos… ¿dos, tres años? Lo ignoro, pero el recuerdo es tan débil que hasta dudo que alguna vez haya habido alguien aquí a mi lado. Algo les asusta de mí. ¿O será que hay alguien que me protege de la gente? Un hombre obsesionado que me quiera sólo para él… ¡Pero en qué estoy pensando! Debe ser el viento que entra por la ventana, me hace pensar estas cosas.



Aurora se pone de pie y se dirige a la ventana. Se asoma a la calle y no encuentra nada interesante allá afuera. No se puede ver ninguna estrella. De pronto, un pañuelo con éter le cubre el rostro con fuerza. Una mano la rodea por la cintura mientras la otra sostiene el pañuelo. Aurora alcanza a balbucear unas cuantas palabras.

>>Siempre, siempre supe que estabas ahí escondido… ¿Por-por qué tardaste t-tanto?

martes, 6 de octubre de 2009

El río


Los viejos a veces somos tercos, pero no es por querer hacerle mal a nadie. Todo el mundo se te vuelve algo triste cuando los ojos te engañan, te muestran puras cosas que parecen ciertas, pero que no lo son. Todo se ve raro, todo borroso, como si... como si fuera verdad. Muchas de las cosas que dice la gente no son ciertas, pero aunque no lo son, nadie se anima a contradecirlos a todos. Yo, yo ya estoy viejo, a mí nadie me hace caso. Tú todavía eres joven, pero no sé si me vayas a creer. Toda la gente siempre dice lo contrario a lo que yo te digo. Pon atención, ¿ves eso? Es un río. ¿Verdad que no parece? Pero sin embargo lo es, según la gente. Es un río, aunque la tierra que lleva encima te diga lo contrario. Luego la gente juega en esa tierra y presume que fue a jugar al río. Ahí al lado pasa un arroyo, pero nadie le hace caso. La gente dice que es río, pero yo sé que no lo es. Un río lleva agua, mucha agua. Este nomás lleva pura cochinada, pura peste, hasta da tristeza caminar por ahí. Ponen ferias, meten coches... no, eso ya no es un río. La gente todavía le dice río, pero yo sé perfectamente que no es río. Un río siempre lleva agua, este nomas arrastra puras lástimas. Luego de repente llueve mucho, abren las compuertas de la presa, y el río es río de nuevo. Pero no, para mí ni así es río. Eso se llama monstruo, un monstruo de agua. El ruido que hace es como si se abriera la tierra y se asomara el infierno. Un río no tiene por qué ser infierno. Cuando lo veas lleno de agua no le llames río, llámale monstruo. Luego la gente se asoma a ver aquello como si fuera una gran fiesta. Ponen puestos de comida y la gente se sienta en el parquecito de El Refugio, nomás para ver cómo van pasando los árboles que se va llevando el agua. Pero con los ríos eso no se hace. Nadie le tiene que hacer fiestas a un río cuando deja de ser río y se convierte en un demonio de agua, uno que causa destrozos y calamidad. Este río lleva pura tierra, el color de su agua es café, como la tierra por donde va pasando. Hay ríos tan bonitos, llenos de agua tan pura. Ésos ríos son ángeles de agua. Este es un monstruo. La verdad, yo prefiero ver a un triste terreno árido que a un tremendo monstruo de agua. Así, por lo menos, puedo caminar por ahí y lamentarme. Te aseguro que si le dices a alguien que eso no es río, que es un monstruo, se van a burlar de tí y te diran que no es cierto. Pero no te preocupes, ya seremos dos los creyentes del monstruo de agua. ¿Ves eso? Eso no es un río, es como un desierto triste lleno de sorpresas. Si yo te contara... Hace tiempo le pusieron una feria encima...

jueves, 1 de octubre de 2009

De sombras esquinadas y otras ánimas sin nombre


En la pared opuesta a la puerta de mi habitación hay una ventana enorme que da al patio y está escondida detrás de unas cortinas blancas. Hay dos camas, una en la que duermo, que está pegada a la ventana, y otra donde coloco todas las cosas que necesito. Ahí conviven mis libros, mis cuadernos, mis inventos y demás objetos que carecen de alguna utilidad aparente, según mi madre. Hay varios muebles, un par de libreros enormes y dos escritorios atiborrados de libretas, notas, revistas y cualquier cosa que se te ocurra. Entre las dos camas hay un buró cuyo cajón está cargado de recuerdos, y debajo de él hay más y más cuadernos. Quizás es por este exceso de memorias acumuladas que se me presentó ella, en una madrugada de Septiembre.

Me desperté agitado, sudando frío y con un extraño sabor de boca. Acababa de tener un sueño horrendo en el que bailaba con una iguana de color verde oscuro. El animal en cuestión era casi de mi tamaño y tenía unos ojos amarillos que me miraban fijamente, provocándome una insoportable sensación de intranquilidad. El baile, que no tenía música de fondo, se llevaba a cabo en lo que parecía ser un camellón muy apacible, lleno de pasto, árboles, y aderezado por un atardecer bellísimo, si bien un tanto nostálgico. Cada que bailaba, la iguana daba unos coletazos espantosos en el suelo, levantando polvo a su alrededor e internándome en un estado desesperante de confusión. Yo la tenía sujetada de las patas delanteras y podía sentir la aspereza de las mismas. A momentos me rasgaban sus garras. Fue un alivio haber despertado, por lo menos durante unos cuantos segundos. En cuanto abrí los ojos, voltee instintivamente a ver mi reloj, sólo para toparme con algo particularmente escalofriante: las 88:88 horas, que casi siempre aparecen después de un corte de luz o un accidente similar, como la desconexión del cable que alimenta al reloj desde un tomacorriente.

Supuse entonces que había ocurrido un corte de luz mientras dormía y me dispuse a dormir de nuevo. Sin embargo, aún somnoliento, noté algo extraño en la habitación. Las cortinas, que están al lado izquierdo de mi cama, brillaban de forma poco usual. Me asomé por la ventana y me topé con nada más que espesísimas penumbras. Esta imagen, la de la negrura densa y uniforme, me perturbó de cierta forma, por ser algo insólito y poco usual. Cerré de nueva cuenta la cortina y voltee hacia la puerta, que queda a mi derecha. Fue entonces cuando descubrí que un agujero negro estaba en mi pared, entre el librero y la puerta. Era mediano y giraba como un remolino silencioso. De su interior salió una figura blanca, aparentemente femenina, cubierta con una larga manta incolora y sin nada en el rostro más que unos labios delgadísimos. En ese momento yo dejé de tener una conexión nítida con la realidad y me interné en una situación incierta que me espantaba. La figura se sentó en la silla de mi escritorio, moviéndola de tal forma que me pudiera observar de frente, y yo sencillamente le di un trago a mi vaso de agua, no sabiendo exactamente lo que debía hacer a continuación. Era evidente que lo que tenía en frente era un ánima, de esas que cuidan tu casa si les rezas cierta oración. Lo que no sabía era el motivo de su visita. A partir de ese momento, cuando ví al ánima sentada en aquella silla con toda la tranquilidad de quien se sabe victoriosa desde un principio (sensación que sólo pueden sentir la muerte y los cobradores de impuestos) no recuerdo con claridad el orden de lo que sucedió después. Pronunció unas cuantas palabras a manera de versos, que creo llevaban el siguiente orden:

"son las tres de la mañana
abrí un agujero en tu pared
de tonos pardos,
llenos de polvo histérico,
tus ojos son suplicantes
como los de un gato hambriento
pero hambre no tienes
ni sueño"

Aquí me di cuenta de varias cosas. En primer lugar, el ánima mencionó la hora, cosa que me resultó algo incierta puesto que fue precisamente a las tres de la mañana cuando me acosté con todas las intenciones de dormir e incluso recuerdo haber tenido un sueño. Si el ánima mencionó esta hora debió haber sido únicamente con el fin de darme una falsa seguridad, o de confundirme más de lo que ya estaba. También mencionó algo sobre mis ojos, delatando su aguda capacidad de observación, todavía más meritoria si recordamos que el ánima en cuestión carecía de ojos. Sus palabras me recorrieron la espalda a manera de escalofríos, mismos que se repetían una y otra vez, puesto que el ánima no dejó de hablar en verso. Me advirtió que volvería al día siguiente, para llevarme a caminar "por los sueños que me faltan por soñar". Esta última frase en particular me llenó de pánico. ¿Llevarme a pasear? ¿Por donde se pasean las ánimas?

Durante todo ese día no hubo otra cosa en mi cabeza que aquél aterrador encuentro, pero me tranquilizaba pensando que probablemente todo había sido un sueño. Algunas cosas me apoyaban, como el hecho de que el reloj digital de mi buró al parecer no había sufrido anomalías, que la silla había permanecido en su lugar, como se encontraba antes de que apareciera el ánima, y que no había rastro alguno del agujero negro de donde salió. Pero me turbaba el recuerdo del sueño de la Iguana, que a pesar de haber sido más o menos realista, no se comparaba con la sensación que me provocó la experiencia posterior. Decidí esperar hasta la madrugada, quedándome despierto hasta las tres de la mañana, sin que nada extraño sucediera. Puse la cabeza en la almohada, burlandome de mis propias experiencias paranormales, y me quedé dormido. Estaba soñando con un harén con sobrecupo, cuando de repente me despertó una sensación de ahogo. Abrí los ojos y me encontré con que el ánima de la noche anterior me estaba quitando el rosario, el escapulario y el crucifijo que llevo colgando del cuello. Horrorizado, balbucee unas cuantas sílabas, pero ella me dijo que no me preocupara, que dejara en sus manos mi conciencia, y que me preparara para una larga caminata. Por alguna razón fuera de mi voluntad, la obedecí.

Salimos a caminar por las inmediaciones de mi hogar. La oscuridad era tan densa que a ratos me era imposible saber por donde íbamos caminando con exactitud. La luna, las nubes, las paredes y árboles estaban "pintados" de negro. Caminamos y caminamos sin decir una sola palabra. Ella parecía mostrarme aquel mundo como si estuviera orgullosa de él. Esbozaba una ligera sonrisa en su rostro, que carecía de ojos y nariz. Yo, por mi parte, sentí una extraordinaria paz, aunque yo creo que más bien era parálisis. Nos acercamos a un terreno abandonado que, sumido en una negrura imponente, me provocaba una ligera ansiedad. De repente sentí un ahogo tremendo, como el que me había despertado. El ánima lo aprovechó, me golpeó en la cabeza, dejándome un tanto aturdido, y me escondió debajo de una gran piedra. Ella se fue...

Desperté después de un rato, mareado y confundido. El ambiente seguía igual de oscuro y silencioso. Un silencio denso que me impedía siquiera escuchar mis pasos o mi voz. Aunque estaba relativamente cerca de casa, tardé tanto en llegar que tuve la impresión de haber caminado días y días en círculos penantes. Mis pasos me llevaron entre casas abandonadas, jardines moribundos y toda clase de paisajes deprimentes. Yo, sin poder controlar del todo mis reflejos y mis acciones, comencé a reír. Reí y reí, quizás por el nerviosismo que me causaba esa situación. ¿Y si jamás podía regresar a casa? Recorría siempre las mismas cuadras, y por algún motivo no me fue posible tomar la determinación suficiente para llegar a mi casa. La veía de lejos, pero no podía acercarme siquiera. La penumbra fue interrumpida por la aparición de un sol grisáceo en el firmamento, que era tan inútil que no pudo iluminar absolutamente nada. No obstante, de las casas abandonadas, de los rincones más misteriosos y de los lugares más inhóspitos que me rodeaban, comenzaron a salir, una por una, todas las ánimas que por allí se encontraban. Todas sin rostro, sin ojos, con las manos amarradas, murmurando sílabas incoherentes, llevando siempre un paso lento y lastimoso. Más que miedo, dicha escena me produjo cierta desesperación. "¿En donde estoy?", pregunté un par de veces al aire. Pude divisar mi casa y finalmente pude caminar hasta llegar a ella. Fue triste verla así, sola, pintada de blanco (mi casa en realidad posee un color amarillo indiscreto). Llegando a casa, me topé con las 88:88 horas, y reí por lo absurdo del asunto. Me acosté en la cama y me dispuse a dormir, lográndolo después de un par de minutos, ya que estaba muy cansado. Desde entonces no he podido despertar.



Nota:

Hasta ahora no he podido comprender la relación que existe entre mis objetos, el sueño de la Iguana y esta experiencia con el ánima. No sé en realidad si lo de la Iguana fue un sueño, o si el sueño fue más bien el del ánima. No obstante, sea cual sea el caso, ambos han dejado una impresión tan grande en mi persona que he llegado a considerar incluso que el ánima puede ser un reflejo femenino de mi persona. No entiendo, tampoco, porqué me golpeó y trató de esconderme en aquella gran roca, lugar que, una vez que desperté, fui a buscar sin éxito. También me pregunto el porqué la iguana y yo bailábamos. No sé cómo voy a reaccionar la próxima vez que vea una iguana, aunque sea de esas verdes que la gente compra como mascotas. En cuanto al ánima, todavía me provoca una extraña sensación, mezcla de fascinación y horror. Mañana, a las tres de la mañana, la voy a buscar...