jueves, 1 de octubre de 2009

De sombras esquinadas y otras ánimas sin nombre


En la pared opuesta a la puerta de mi habitación hay una ventana enorme que da al patio y está escondida detrás de unas cortinas blancas. Hay dos camas, una en la que duermo, que está pegada a la ventana, y otra donde coloco todas las cosas que necesito. Ahí conviven mis libros, mis cuadernos, mis inventos y demás objetos que carecen de alguna utilidad aparente, según mi madre. Hay varios muebles, un par de libreros enormes y dos escritorios atiborrados de libretas, notas, revistas y cualquier cosa que se te ocurra. Entre las dos camas hay un buró cuyo cajón está cargado de recuerdos, y debajo de él hay más y más cuadernos. Quizás es por este exceso de memorias acumuladas que se me presentó ella, en una madrugada de Septiembre.

Me desperté agitado, sudando frío y con un extraño sabor de boca. Acababa de tener un sueño horrendo en el que bailaba con una iguana de color verde oscuro. El animal en cuestión era casi de mi tamaño y tenía unos ojos amarillos que me miraban fijamente, provocándome una insoportable sensación de intranquilidad. El baile, que no tenía música de fondo, se llevaba a cabo en lo que parecía ser un camellón muy apacible, lleno de pasto, árboles, y aderezado por un atardecer bellísimo, si bien un tanto nostálgico. Cada que bailaba, la iguana daba unos coletazos espantosos en el suelo, levantando polvo a su alrededor e internándome en un estado desesperante de confusión. Yo la tenía sujetada de las patas delanteras y podía sentir la aspereza de las mismas. A momentos me rasgaban sus garras. Fue un alivio haber despertado, por lo menos durante unos cuantos segundos. En cuanto abrí los ojos, voltee instintivamente a ver mi reloj, sólo para toparme con algo particularmente escalofriante: las 88:88 horas, que casi siempre aparecen después de un corte de luz o un accidente similar, como la desconexión del cable que alimenta al reloj desde un tomacorriente.

Supuse entonces que había ocurrido un corte de luz mientras dormía y me dispuse a dormir de nuevo. Sin embargo, aún somnoliento, noté algo extraño en la habitación. Las cortinas, que están al lado izquierdo de mi cama, brillaban de forma poco usual. Me asomé por la ventana y me topé con nada más que espesísimas penumbras. Esta imagen, la de la negrura densa y uniforme, me perturbó de cierta forma, por ser algo insólito y poco usual. Cerré de nueva cuenta la cortina y voltee hacia la puerta, que queda a mi derecha. Fue entonces cuando descubrí que un agujero negro estaba en mi pared, entre el librero y la puerta. Era mediano y giraba como un remolino silencioso. De su interior salió una figura blanca, aparentemente femenina, cubierta con una larga manta incolora y sin nada en el rostro más que unos labios delgadísimos. En ese momento yo dejé de tener una conexión nítida con la realidad y me interné en una situación incierta que me espantaba. La figura se sentó en la silla de mi escritorio, moviéndola de tal forma que me pudiera observar de frente, y yo sencillamente le di un trago a mi vaso de agua, no sabiendo exactamente lo que debía hacer a continuación. Era evidente que lo que tenía en frente era un ánima, de esas que cuidan tu casa si les rezas cierta oración. Lo que no sabía era el motivo de su visita. A partir de ese momento, cuando ví al ánima sentada en aquella silla con toda la tranquilidad de quien se sabe victoriosa desde un principio (sensación que sólo pueden sentir la muerte y los cobradores de impuestos) no recuerdo con claridad el orden de lo que sucedió después. Pronunció unas cuantas palabras a manera de versos, que creo llevaban el siguiente orden:

"son las tres de la mañana
abrí un agujero en tu pared
de tonos pardos,
llenos de polvo histérico,
tus ojos son suplicantes
como los de un gato hambriento
pero hambre no tienes
ni sueño"

Aquí me di cuenta de varias cosas. En primer lugar, el ánima mencionó la hora, cosa que me resultó algo incierta puesto que fue precisamente a las tres de la mañana cuando me acosté con todas las intenciones de dormir e incluso recuerdo haber tenido un sueño. Si el ánima mencionó esta hora debió haber sido únicamente con el fin de darme una falsa seguridad, o de confundirme más de lo que ya estaba. También mencionó algo sobre mis ojos, delatando su aguda capacidad de observación, todavía más meritoria si recordamos que el ánima en cuestión carecía de ojos. Sus palabras me recorrieron la espalda a manera de escalofríos, mismos que se repetían una y otra vez, puesto que el ánima no dejó de hablar en verso. Me advirtió que volvería al día siguiente, para llevarme a caminar "por los sueños que me faltan por soñar". Esta última frase en particular me llenó de pánico. ¿Llevarme a pasear? ¿Por donde se pasean las ánimas?

Durante todo ese día no hubo otra cosa en mi cabeza que aquél aterrador encuentro, pero me tranquilizaba pensando que probablemente todo había sido un sueño. Algunas cosas me apoyaban, como el hecho de que el reloj digital de mi buró al parecer no había sufrido anomalías, que la silla había permanecido en su lugar, como se encontraba antes de que apareciera el ánima, y que no había rastro alguno del agujero negro de donde salió. Pero me turbaba el recuerdo del sueño de la Iguana, que a pesar de haber sido más o menos realista, no se comparaba con la sensación que me provocó la experiencia posterior. Decidí esperar hasta la madrugada, quedándome despierto hasta las tres de la mañana, sin que nada extraño sucediera. Puse la cabeza en la almohada, burlandome de mis propias experiencias paranormales, y me quedé dormido. Estaba soñando con un harén con sobrecupo, cuando de repente me despertó una sensación de ahogo. Abrí los ojos y me encontré con que el ánima de la noche anterior me estaba quitando el rosario, el escapulario y el crucifijo que llevo colgando del cuello. Horrorizado, balbucee unas cuantas sílabas, pero ella me dijo que no me preocupara, que dejara en sus manos mi conciencia, y que me preparara para una larga caminata. Por alguna razón fuera de mi voluntad, la obedecí.

Salimos a caminar por las inmediaciones de mi hogar. La oscuridad era tan densa que a ratos me era imposible saber por donde íbamos caminando con exactitud. La luna, las nubes, las paredes y árboles estaban "pintados" de negro. Caminamos y caminamos sin decir una sola palabra. Ella parecía mostrarme aquel mundo como si estuviera orgullosa de él. Esbozaba una ligera sonrisa en su rostro, que carecía de ojos y nariz. Yo, por mi parte, sentí una extraordinaria paz, aunque yo creo que más bien era parálisis. Nos acercamos a un terreno abandonado que, sumido en una negrura imponente, me provocaba una ligera ansiedad. De repente sentí un ahogo tremendo, como el que me había despertado. El ánima lo aprovechó, me golpeó en la cabeza, dejándome un tanto aturdido, y me escondió debajo de una gran piedra. Ella se fue...

Desperté después de un rato, mareado y confundido. El ambiente seguía igual de oscuro y silencioso. Un silencio denso que me impedía siquiera escuchar mis pasos o mi voz. Aunque estaba relativamente cerca de casa, tardé tanto en llegar que tuve la impresión de haber caminado días y días en círculos penantes. Mis pasos me llevaron entre casas abandonadas, jardines moribundos y toda clase de paisajes deprimentes. Yo, sin poder controlar del todo mis reflejos y mis acciones, comencé a reír. Reí y reí, quizás por el nerviosismo que me causaba esa situación. ¿Y si jamás podía regresar a casa? Recorría siempre las mismas cuadras, y por algún motivo no me fue posible tomar la determinación suficiente para llegar a mi casa. La veía de lejos, pero no podía acercarme siquiera. La penumbra fue interrumpida por la aparición de un sol grisáceo en el firmamento, que era tan inútil que no pudo iluminar absolutamente nada. No obstante, de las casas abandonadas, de los rincones más misteriosos y de los lugares más inhóspitos que me rodeaban, comenzaron a salir, una por una, todas las ánimas que por allí se encontraban. Todas sin rostro, sin ojos, con las manos amarradas, murmurando sílabas incoherentes, llevando siempre un paso lento y lastimoso. Más que miedo, dicha escena me produjo cierta desesperación. "¿En donde estoy?", pregunté un par de veces al aire. Pude divisar mi casa y finalmente pude caminar hasta llegar a ella. Fue triste verla así, sola, pintada de blanco (mi casa en realidad posee un color amarillo indiscreto). Llegando a casa, me topé con las 88:88 horas, y reí por lo absurdo del asunto. Me acosté en la cama y me dispuse a dormir, lográndolo después de un par de minutos, ya que estaba muy cansado. Desde entonces no he podido despertar.



Nota:

Hasta ahora no he podido comprender la relación que existe entre mis objetos, el sueño de la Iguana y esta experiencia con el ánima. No sé en realidad si lo de la Iguana fue un sueño, o si el sueño fue más bien el del ánima. No obstante, sea cual sea el caso, ambos han dejado una impresión tan grande en mi persona que he llegado a considerar incluso que el ánima puede ser un reflejo femenino de mi persona. No entiendo, tampoco, porqué me golpeó y trató de esconderme en aquella gran roca, lugar que, una vez que desperté, fui a buscar sin éxito. También me pregunto el porqué la iguana y yo bailábamos. No sé cómo voy a reaccionar la próxima vez que vea una iguana, aunque sea de esas verdes que la gente compra como mascotas. En cuanto al ánima, todavía me provoca una extraña sensación, mezcla de fascinación y horror. Mañana, a las tres de la mañana, la voy a buscar...

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