domingo, 31 de mayo de 2009

Me pusieron los cuernos.

(texto completo)

Dos amigos en el café:

>>Me acuerdo que estábamos en el parque, yo la tenía abrazada bien fuerte, hasta se me figuró que la estaba asfixiando. Me acuerdo que comenzamos a hablar de esto, de lo otro, de lo nuestro, y haz de cuenta que la tarde se me empezó a amargar así poco a poco. Jazmín puso su cara esa de incomodidad, si sabes cual cara, ¿no?

-Sí, si se cual cara.

>>Pues anda que de repente se paró y me dijo que ya me estaba cortando para siempre, y yo sentí que la sangre se me fue hasta yo no sé donde chingados. Me paré en chinga y le dije "no Jazmín, espérate, dame una oportunidad, ni siquiera sé porque estamos terminando". Y anda que me dijo que había pasado todo ese ratito intentando explicarme el porqué, pero que según se había hartado y que era mejor terminar de la manera en que ella me estaba terminando.

-Uy, que feo te la aplicó.

>>Y espérate. Anda que se puso a correr, en dirección a su casa, y pues si su jefe la veía llorando, así como estaba chillando en ese momento, pues se iba a encabronar conmigo y, ¿para qué te cuento? Entonces la detuve en una esquina y le planté semejante besote. Jamás había dado un beso tan mas baboso y apasionado como el que le dí a Jazmín en toda la prepa. Primero se estaba retorciendo mucho, pero ya luego se calmó.

-Tienes tus mañas.

>>Andale! así se les llama, mañas. Pues anda que me empezó a soltar un rollo de esos que sólo ella sabe hacer...

-Sí, rollos olímpicos.

>>Sí, y pues duramos ahi como media hora y la gente que iba pasando hacia la parada del camión se nos quedaba viendo así medio raro. Total que me dijo que iba a pensar las cosas, que en ese momentito se iba a ir con unas amigas y que pues no insistiera mucho, que la dejara pensar las cosas Y pues como yo no tenía muchas opciones, pues le dije que sí, que estaba bien.

-Hiciste bien.

>>Sí. Total que la ví yéndose hacia su casa. Y yo me fuí a la mía. Llegué a la casa y me puse a ver la tele. Anda que como una media hora después suena el teléfono y era Mariana, preguntándome si no sabía donde andaba Jazmín, que porque las había dejado plantadas a ella y a otras dos amigas suyas, y ahí fue cuando se me prendió el foco y dije "esta cabrona ya me puso el cuerno".

-Ni te creas. Ella jamás te puso el cuerno.

>>Y tú porqué estas tan seguro Edgar?

-Ella no te puso el cuerno Iván. Estaba muy apurada por tí y no dejaba de pronunciar tu nombre. No la dejaste en paz ni ese ratito en que se suponía iba a dejar de pensar en tí. Pero no, no pude hacer nada. No pudimos hacer nada. Por eso te digo que ella no te puso ningún cuerno.



Acto seguido, Iván y Edgar se sumieron en un pleito a puño limpio que despertó el interés de todos los que estaban allí reunidos en aquel café. Los puños iban y venían de un lado a otro y se estrellaban lenta pero decididamente en los rostros de ambos combatientes. La encargada del local hizo acto de presencia, junto con dos monigotes que parecían más guaruras que meseros. Éstos tomaron de los pies tanto a Iván como a Edgar y los depositaron, cual bolsas negras llenas de basura, en la calle.

Cada quien se fue por su lado, no sin antes recordar mutuamente a sus madres una docena de veces, de una forma no muy cariñosa. La gente que había quedado atrapada en medio del pleito comentó el hecho durante una media hora, e incluso comenzaron a hacer diversas conjeturas sin saber ni siquiera lo que Iván y Edgar habían estado platicando entre sí.

-Creo que uno de los chavos embarazó a la novia del otro,- dijo una mujer que estaba con sus amigas en la mesa contigua- y yo creo que el otro lo tomó como mal plan y por eso se empezaron a golpear así super horrible.

-Ay no, yo más bien pienso que simplemente tenían ganas de pegarse, se veían medio naquitos, ya vez como es esta razita- respondió otra de las allí presentes.

Al día siguiente llegó Jazmín con Iván en el pasillo de la escuela. Ella tenía la intención de terminarlo de una vez por todas, pero éste se le adelantó y golpeó su mejilla con la mano a gran velocidad.

Se la cacheteó pues. El H. Director de la institución no iba a tolerar ni pleitos amorosos ni violencia contra la mujer en el patio de la respetable institución que estaba bajo su custodia, así que tomó a Iván y a Jazmín de las orejas y los llevó a la oficina de dirección para entregarles un papelito que les impediría entrar al colegio en una semana.

-¿Pero porque me hiciste eso? El pendejo de Edgar ya me lo contó todo- dijo Iván a Jazmín, con un claro tono de imperatividad.
-Es que te cuesta mucho trabajo entender,- dijo Jazmín pausadamente- si me hubieras dejado terminarlo todo aquel día como lo había planeado, ahorita estariamos en el salón estudiando Biología.

Ambos tomaron el camión. Iván acompañó a Jazmín a su casa sin que ésta se diera cuenta de que lo estaba haciendo de manera deliberada. La detuvo con un jalón en el brazo, en la misma esquina en la que se habían besado apasionadamente aquella vez.

-Entonces, ¿ya no quieres nada conmigo?- dijo Iván.
-¿No tuviste suficiente ya?
-No.
-Eres insoportable- exclamó Jazmín, visiblemente fastidiada.
-Ándale, vamos a tomar un café hoy, platicamos las cosas un rato y...
-No! Hoy tengo que salir con mis amigas, - interrumpió Jazmín de forma deliberada - además ya es tiempo de que lo superes, yo ya no quiero salir contigo. Ya no te quiero.

Iván agachó la cabeza, dijo adiós con el pensamiento y se fue a su casa, directo y sin escalas de ningún tipo. No había nadie en casa, así que nadie le iba a pedir explicaciones de nada. Esa misma tarde, le habló Mariana por teléfono.

-Oye, fíjate que Jazmín nos dijo que vendría y no llega...

sábado, 30 de mayo de 2009

El proceso del olvido


Hay realmente pocos seres que corren de noche por la calle como lo hace él. Corre para no ser descubierto, porque lo que lleva escondido en el bolsillo bien podría orillarlo a sacrificar un tiempo de su libertad, encerrado en un agujero pestilente, o bien, dando declaraciones en alguna vieja oficina, con gente no muy amistosa mirándole como se miraría al mismísimo anticristo.

Hoy no es día para "eso". Apenas ve las luces de su casa, allá, en el horizonte, y su corazón se alegra. La gente de por ahí ya lo conoce. Ya saben lo que hace. Incluso conocen lo que lleva escondido en su pantalón. Pero nadie dice nada nunca. ¿Para qué?

-Miralo, ahi va otra vez- dice la señora del tendejón de dulces a su vecina, quienes observan detenidamente el caminar errante del muchacho.
-Bendito Dios que no es mi hijo- exclama la vecina.
-Viene otra vez del callejón, ese muchacho no tiene remedio...- dice la vendedora mientras agita su cabeza de un lado a otro, como gesto de falsa mortificación.
-Pobre de su madre!

Ambas se persignan. Él corre y se escabulle entre los niños que juegan a la pelota. Luego se introduce por completo en las entrañas de la espesa oscuridad de las cuadras sin alumbrado público, y siente que las cosas cobran vida a su alrededor. Es simplemente la oscuridad, lo sabe bien, pero no deja de producirle un poco de miedo e incomodidad.

Llega a casa y lo anuncia en voz alta para que su madre y su hermana se enteren. No las saluda porque apenas tiene tiempo de correr y meterse a su cuarto, para así esconderse del mundo, de la vida que existe afuera, de su realidad. Él la evade con "eso". Tiene muchas cosas por evadir. Su padre abandonó el hogar incluso antes de habitarlo. Su madre se vió obligada a criarlo sola. 4 años más tarde, su padre regresa, quiere reconciliarse con su madre, ésta accede y le da una oportunidad.

Embarazo. El padre vuelve a irse, ahora para siempre.

El muchacho pasó su infancia sin pena ni gloria. En la escuela nunca brilló. Más bien, pasaba un tanto desapercibido, tanto por su apariencia física como por sus escasas ganas de estudiar. Tenía siempre un grupo de amigos inseparables con los que aprendió las cosas que todo niño debe aprender, como aquella maña de pagarle a los de sexto de primaria para que éstos les prestaran por un rato el libro de Ciencias Naturales, con todo y sus páginas de anatomía. Nunca fue travieso, pero tampoco fue un ángel. Sabía comportarse frente a los demás, porque su madre representaba algo así como un sargento para él. Ella no iba a tentarse el corazón para educar a su hijo mediante la responsabilidad, o lo que es lo mismo, la delegación de las tareas mas duras y jodidas de la limpieza del hogar.

-Este lugar es un pinche chiquero, si regreso y no estás trapeando el piso, así te va a ir cabrón!- gritaba la mujer, enfundada en su uniforme de enfermera, a su hijo de 10 años. Su hermanita, de 6, miraba la televisión, satisfecha porque a ella no le tocaba hacer esa clase de chingaderas.
-Si, ya voy.
-¡Adiós princesita! - dijo la madre a su hija.

Esto terminó por roerle las entrañas al muchacho, quien al entrar a la pubertad, fue víctima tanto de sus propias hormonas, que se removían en su interior como un charco de aguas termales en el infierno, como de las influencias externas del ambiente de la secundaria a la que acudía, más por obligación que por gusto. Su grupo de amigos se había disuelto ya y ahora se encontraba solo contra el mundo, un mundo que no dudaría un segundo en arrebatarle una a una las causas y motivos de su incipiente y endeble felicidad. El salón de clases, saturado de jovencitos mamones que se creían superiores sólo por haber reprobado el primer año de secundaria dos veces consecutivas, era una fiel copia en blanco y negro de los aposentos de Satanás. Salía de la escuela y se encontraba con alguna queja de su madre, apoyada por las risitas burlescas de su hermana menor, y entonces la casa se convirtió en algo así como un sitio un tanto insoportable.

¿Y qué haces cuando ni la escuela ni el hogar te arropan cálidamente? Pues buscas el calor en otra parte, aunque a veces sea esa clase de calor que sólo se adquiere por medio de la embriaguez temprana.

El muchacho corrió entonces, por pura necesidad, a las fiestas. Comenzó a juntarse poco a poco con los más populares de su salón, y éstos lo introdujeron de lleno en el entretenido placer de tomarse una cerveza a escondidas. En las fiestas, había reggaetón como música de fondo. Las mujeres, como parte de una competencia que no está establecida por escrito, pero que todas dan por entendida, llevaban muy pocas prendas sobre el cuerpo, al igual que los años que llevaban a cuestas, y durante el festejo todos parecían ser algo distinto a lo que realmente eran.

Para el muchacho, éste mundo, superficial, pero insuperablemente divertido, le sirvió como refugio a la realidad que poco a poco se lo iba comiendo hasta chuparle los huesos.

Entrando a la preparatoria, fiestas como ésa comenzaron a parecer un tanto inmaduras. Las mujeres que participaban en ellas habían crecido ya, y las ajustadas prendas de su uniforme no hacían más que delatar este hecho. Los hombres ahora tomaban distintos caminos, aunque la mayoría de ellos tomaba las cosas con calma, y usualmente se preocupaban más por los amigos de la escuela que por los conocimientos que ésta podía inyectar en su cerebro. Entonces, apareció "eso" en las fiestas y ya nadie quizo salir de ahí.

Durante la primera vez que "eso" se metió a su cuerpo, el callejón comenzó a tomar distintas dimensiones, la gente resultó ser una causa para reír sin control, y los colores uno a uno cambiaron de intensidad. El muchacho se llevó un poco de "eso" a su casa, y gradualmente, "eso" comenzó a sacar al muchacho de la escuela. Era inútil preguntarle cosas. Los cuestionamientos rebotaban uno a uno en su cabeza como una pelota en un partido de squash, y la indiferencia le ganó terreno a la preocupación. Quizás sólo se estresaba cuando era imposible encontrar una respuesta. La sensación era particularmente peculiar, como quien trata de pescar bagres en un charco. Casi siempre terminaba con la cabeza dando vueltas y con cierta desesperación en la punta de la lengua. Quizo entonces deshacerse de todo aquello que le produjera esos momentos de nerviosismo.

Así dejó la escuela, con todo y sus preguntas sin forma ni fondo, la desesperación trabada en los dientes y el estrés escolar en todas sus expresiones.

Consiguió trabajo en un taller. Su tarea consistía en ser utilero, o como le decían sus superiores, "mandadero". Así comenzó a ganar dinero, y el dinero comenzó a fomentar de manera involuntaria el crecimiento de las ojeras de su rostro y la flacidez de sus párpados. Todas las noches, sus compañeros de trabajo lo llevaban a conocer lugares distintos, teniendo en cuenta que "eso" estaba siempre presente. Entrada la madrugada, llegaba a su casa con olor a alcohol, vómitos y especias encima de la ropa, y su madre no dudó ni un segundo en determinar que su hijo andaba en malos pasos. Ella no tenía muchas expectativas sobre él, e incluso llegó a pensar que sería igual que su padre.

Despues de todo, ellos se conocieron en una fiesta en la preparatoria.

Con el correr del tiempo, él conservará su trabajo. Si la suerte está de su lado, quizás cobre más importancia dentro del taller y probablemente pueda ganar un poco más de dinero. Si la vida le sonríe, encontrará a una chica que lo quiera y se relacionará con ella. Aunque también, si la herencia de su padre es tan fiel, dejará preñada a su compañera y se irá de la ciudad.

Eso ya vendrá despues. Al menos hoy, ya puede descansar tranquilo. "Eso" ya está guardado, y él ya está metido en la cama.

Los depredadores no se lo comieron hoy.

Como una rata que se escabulle en una bodega, el muchacho recorre cuadra tras cuadra todos los días, más como un androide programado que como un humano en sí. Las cosas suelen perder su sentido si no son vistas bajo la lupa protectora de "eso". Esa lupa que todo lo engrandece, todo lo pinta y lo conmueve. Pero a fin de cuentas, a nadie le importa en realidad. No importa que las neuronas pierdan el ritmo y se conviertan en pedazos de gelatina limpia e insípida. Lo único que verdaderamente importa en la vida del muchacho es obtener 5 gramos de "eso", para poder quemarlos y ayudar al tiempo en el proceso del olvido.

martes, 26 de mayo de 2009

¿Quieres despertar?


En una blanca habitación cohabitan dos seres peculiares.
Mi conciencia y yo. Una de las camas está ocupada por un montón de ropa.
La ropa es tuya, mi corazón también, pero mi conciencia no.
La televisión libera palabras y proyecta imagenes, mi conciencia hace como que no le llegan.
Mi pie en la cama. Tú llegas al cuarto, y te colocas cerca de mi pie.

Beso.

Te vas.

Por meses.

Ya no regresas.

La televisión está un poco caliente, podría hornear un pan en ella, si tan sólo me dieras con qué.
En el buró, un vaso de vidrio. En su interior, agua. No sé qué tan pura esté. Anoche vi un mosquito saliendo de ahí.

La puerta se abre y salgo por ella.

Afuera llueve, no conozco el barrio, pero camino. Saludo a la gente como si supiera lo que estoy haciendo. La lluvia me moja la ropa, la piel, el corazón. Éste se alegra.

"Sigue caminando" me dice mi conciencia. Me acordé que la traía colgando.

Vienes corriendo atrás de mí. Yo me escondo de tí en una vieja puerta. Huele a humedad. Me fascina ese olor. Pasas de largo, no me ves, mi conciencia ríe y mi corazón también.

Me regreso al camino y vuelvo a saludar a las personas. El cielo se torna de un color gris oscuro que me asusta, y empieza una lluvia torrencial. A lo lejos se divisa una ola gigante que arrasa con todo a su paso. La ola se acerca a mí.

Me lleva.
Literalmente.

Y luego desperté con una extraña sensación en mi pecho.

¿Quieres despertar?

Sin intenciones de salir


El callejón inicia en el boulevard. Bueno, antes de entrar de lleno a la descripción del callejón, hay que admitir que primero debe cruzarse precisamente el boulevard. Y no es que este hecho tenga alguna ciencia en especial que lo convierta en una hazaña imposible, sino que en ocasiones salen a relucir algunos conductores energúmenos que traen más prisa en las venas que la virgen María en trabajo de parto, lo cual los convierte en máquinas motorizadas de destrucción y homicidios casi deliberados. En una ocasión estuve a punto de ser atropellado, puesto que el semáforo y yo no nos sincronizamos como debimos. Eso quiere decir que en el momento en que yo ponía mi pie en el asfalto, la conductora (un ama de casa con hijos de edad preescolar) ponía su respectivo pie en el pedal del acelerador, despues de haber sido previamente alertada por alguno de sus preescolares críos de que el semáforo ya estaba en el color verde.

Como la señora estaba distraída por otras cuestiones ajenas a sus criaturitas del señor y a mí, no se dió cuenta, obviamente, de mi existencia, la cual estaba pasando tranquilamente de un lado a otro del camellón. Cuando la señora se percató de que yo ya me había dado cuenta de que estaba a punto de llevarme de corbata, por decirlo de alguna manera, faltaban unos cuantos metros para el dichoso encuentro entre el cofre de su camioneta y mi imperceptible trasero. Mi instinto reptiloide me empujó (de alguna manera) a dar un brinco al camellón, y la señora puso un rostro de incredulidad (ojos saltados y boca abierta, abiertísima) cuando pasó junto a mí y mi trasero.

Una vez detallado el ejemplo de lo que representa hoy en día cruzar una simple avenida para un servidor, es momento de describir uno de mis lugares favoritos para caminar. El entretenimiento comienza, cual atractivo turístico improvisado, con la parada del camión más literal que conozco. Ésta se encuentra sin sombra, sin un lugar para sentarse, y lo más brillante de todo, sin un letrero que compruebe su título de "Parada del camión".
Cuando paso por ahí casi siempre hay por lo menos una persona con jeta de desesperación, enojo, o insolación. Y no me río de ese hecho puesto que me ha tocado esperar el camión en dicho lugar, y creo que si alguien igual de descriptivo que yo me hubiese visto en ese instante, seguramente habría expresado lo mismo de mi rostro. Es que de verdad, me choca el sol.

Pasando la parada, las miradas se dirigen ahora al pestilente arroyito del Guayabo. Éste sitio tiene un lugar especial dentro de mi memoria puesto que recuerdo que lo he recorrido desde mi etapa preescolar. Mi mamá ya sabía que mi trayecto del kinder a la casa estaría completo sólo si mis pies pasaban por encima de ese puentecito demacrado y en proceso de desplome. No puedo definir exactamente qué es lo que tiene ese lugar que me hace querer recorrerlo cada que tengo la oportunidad. Es curiosa la sensación de dejar atrás al ruido y estridencia del boulevard e internarse en un lugar que de entrada luce, huele, y se siente como un sitio mucho más tranquilo.

Quizás es porque ahí está el seminario. Nunca he escuchado un ruido que provenga desde el interior de ese edificio, que por cierto, es enorme. Enfrente del seminario hay una fábrica de algo, y está llena de graffiti mediocre. No es que no me guste el graffiti, pero ésas pintas en específico son muy malas.

Ese rumbo siempre me deja sin intenciones de abandonarlo, desde el semáforo hasta la esquina del seminario.

Porqué tanta nostalgia?

martes, 19 de mayo de 2009

Las ondas de tus sábanas.


No hay un corazón que aguante dos veces el mismo flechazo, porque tampoco hay manos que quieran lanzarlo más de una vez.

Casi siempre el efecto es denso, espeso, y dura una eternidad para disolverse poco a poco. En contadas ocasiones la sangre reacciona como debe, de forma correcta, y mata el veneno del flechazo antes de que éste logre evadirse entre los pasillos de las arterias y pueda llegar a lo más recóndito del ser.

Luego, cuando las venas sienten lentamente la presión de los espacios vacíos, y el sonido del aire soplando entre los labios de nadie más en la habitación, es momento para la sangre de mostrar un arrepentimiento hipócrita.

Pero pronto desaparece, se esfuma, se quema, se lo traga el mar.

Las nubes, la tierra, las ondas de tus sábanas, las figuras de tu cuerpo.

Porque sólo un mundo entero sería capaz de hacerme olvidar.

Y debo confesarte que para mí, eres el único planeta.

jueves, 14 de mayo de 2009

R

R

Llega un momento en la vida durante el cual nos preguntamos
¿Que chingados hacemos aquí?
¿Qué finalidad tiene estar o no estar?
¿Porque no está oscuro de día e iluminado de noche?
Durante ese mismo momento nos damos cuenta de que sería divertidísimo, si bien un tanto inútil, tratar de dar respuesta a todo ese montón de preguntas existenciales meramente cliché.
Es entonces que la mayoría de las personas dan media vuelta y dejan a las preguntas existenciales con la palabra en el aire.
Y nunca más vuelven a visitarlas.
Habemos personas que vivimos con esas preguntas atadas al tobillo como si fuesen unas pesas tremendas.
Claro, muchos de nosotros tenemos la llave a la mano, y podemos deshacernos de ellas con tan solo decir:

Me vale madre

Y si no lo decimos nunca?
Pues las preguntas nos van a seguir hasta el final del trigésimo noveno piso de cualquier edificio de cualquier metrópoli del mundo.
Y aunque no es malo, sigue siendo algo meramente inútil.

¿Qué sucedería si
de repente encuentro la respuesta a alguna de esas preguntas?

Bajará Dios a felicitarme personalmente, mientras los cielos y la tierra se mezclan con el océano y todo ese montón de profecías apocalípticas de todas las religiones se llevan a cabo. Luego, sonarán 28 trompetas y los elegidos (por quien, para que y de donde, no sé) entrarán uno por uno a las puertas del cielo.

Para nada.


Es por eso que estas preguntas, aunque interesantes, no sirven para nada, reitero.
Hoy que caminaba por el centro me puse a pensar precisamente:

¿Cual es mi razon de ser?
Y justo cuando estaba encontrando una respuesta razonable, me di cuenta de que estaban a punto de atropellarme.
Luego se me olvidó todo.

¿Planear?
No por favor.
Nunca ha resultado.

Vivo bajo el yugo inmortal de la letra con la que comienza mi nombre.

R
La R representa la manera en cómo canalizamos la energía.
Si la usamos para bien o para mal.

La moneda está en el aire y la R está en todas partes.

Y yo que pensé que la influenza mentada iba a terminar con la humanidad.

What we are is what we are.


miércoles, 6 de mayo de 2009

Chico y Chica platican en el parque a media semana


Chico: A veces pienso que tú no eres de verdad, que eres así como una clase de invento que creó el mundo para hacerme creer en algo...

Chica (tomándole de la mano): y porqué piensas así? soy tan real que ahorita hasta puedes tocarme...

Chico: Pero eres tan irreal que puedo soñarte y despertar pensando que sólo eras eso, un sueño...

Chica: Y si te digo que no dejo de soñarte?

Chico: Pues entonces te confieso que soy un invento tuyo, tan es así que me haces creer que te estoy inventando.

Chica: Yo pensé que era el mundo quien me inventaba...

Chico: Y si te digo que mi mundo eres tú? (se ruboriza)

Chica: Entonces me invento a mí misma?

Chico: No dejes de inventarte así por favor

Chica (ríe): Tonto.