sábado, 30 de mayo de 2009

El proceso del olvido


Hay realmente pocos seres que corren de noche por la calle como lo hace él. Corre para no ser descubierto, porque lo que lleva escondido en el bolsillo bien podría orillarlo a sacrificar un tiempo de su libertad, encerrado en un agujero pestilente, o bien, dando declaraciones en alguna vieja oficina, con gente no muy amistosa mirándole como se miraría al mismísimo anticristo.

Hoy no es día para "eso". Apenas ve las luces de su casa, allá, en el horizonte, y su corazón se alegra. La gente de por ahí ya lo conoce. Ya saben lo que hace. Incluso conocen lo que lleva escondido en su pantalón. Pero nadie dice nada nunca. ¿Para qué?

-Miralo, ahi va otra vez- dice la señora del tendejón de dulces a su vecina, quienes observan detenidamente el caminar errante del muchacho.
-Bendito Dios que no es mi hijo- exclama la vecina.
-Viene otra vez del callejón, ese muchacho no tiene remedio...- dice la vendedora mientras agita su cabeza de un lado a otro, como gesto de falsa mortificación.
-Pobre de su madre!

Ambas se persignan. Él corre y se escabulle entre los niños que juegan a la pelota. Luego se introduce por completo en las entrañas de la espesa oscuridad de las cuadras sin alumbrado público, y siente que las cosas cobran vida a su alrededor. Es simplemente la oscuridad, lo sabe bien, pero no deja de producirle un poco de miedo e incomodidad.

Llega a casa y lo anuncia en voz alta para que su madre y su hermana se enteren. No las saluda porque apenas tiene tiempo de correr y meterse a su cuarto, para así esconderse del mundo, de la vida que existe afuera, de su realidad. Él la evade con "eso". Tiene muchas cosas por evadir. Su padre abandonó el hogar incluso antes de habitarlo. Su madre se vió obligada a criarlo sola. 4 años más tarde, su padre regresa, quiere reconciliarse con su madre, ésta accede y le da una oportunidad.

Embarazo. El padre vuelve a irse, ahora para siempre.

El muchacho pasó su infancia sin pena ni gloria. En la escuela nunca brilló. Más bien, pasaba un tanto desapercibido, tanto por su apariencia física como por sus escasas ganas de estudiar. Tenía siempre un grupo de amigos inseparables con los que aprendió las cosas que todo niño debe aprender, como aquella maña de pagarle a los de sexto de primaria para que éstos les prestaran por un rato el libro de Ciencias Naturales, con todo y sus páginas de anatomía. Nunca fue travieso, pero tampoco fue un ángel. Sabía comportarse frente a los demás, porque su madre representaba algo así como un sargento para él. Ella no iba a tentarse el corazón para educar a su hijo mediante la responsabilidad, o lo que es lo mismo, la delegación de las tareas mas duras y jodidas de la limpieza del hogar.

-Este lugar es un pinche chiquero, si regreso y no estás trapeando el piso, así te va a ir cabrón!- gritaba la mujer, enfundada en su uniforme de enfermera, a su hijo de 10 años. Su hermanita, de 6, miraba la televisión, satisfecha porque a ella no le tocaba hacer esa clase de chingaderas.
-Si, ya voy.
-¡Adiós princesita! - dijo la madre a su hija.

Esto terminó por roerle las entrañas al muchacho, quien al entrar a la pubertad, fue víctima tanto de sus propias hormonas, que se removían en su interior como un charco de aguas termales en el infierno, como de las influencias externas del ambiente de la secundaria a la que acudía, más por obligación que por gusto. Su grupo de amigos se había disuelto ya y ahora se encontraba solo contra el mundo, un mundo que no dudaría un segundo en arrebatarle una a una las causas y motivos de su incipiente y endeble felicidad. El salón de clases, saturado de jovencitos mamones que se creían superiores sólo por haber reprobado el primer año de secundaria dos veces consecutivas, era una fiel copia en blanco y negro de los aposentos de Satanás. Salía de la escuela y se encontraba con alguna queja de su madre, apoyada por las risitas burlescas de su hermana menor, y entonces la casa se convirtió en algo así como un sitio un tanto insoportable.

¿Y qué haces cuando ni la escuela ni el hogar te arropan cálidamente? Pues buscas el calor en otra parte, aunque a veces sea esa clase de calor que sólo se adquiere por medio de la embriaguez temprana.

El muchacho corrió entonces, por pura necesidad, a las fiestas. Comenzó a juntarse poco a poco con los más populares de su salón, y éstos lo introdujeron de lleno en el entretenido placer de tomarse una cerveza a escondidas. En las fiestas, había reggaetón como música de fondo. Las mujeres, como parte de una competencia que no está establecida por escrito, pero que todas dan por entendida, llevaban muy pocas prendas sobre el cuerpo, al igual que los años que llevaban a cuestas, y durante el festejo todos parecían ser algo distinto a lo que realmente eran.

Para el muchacho, éste mundo, superficial, pero insuperablemente divertido, le sirvió como refugio a la realidad que poco a poco se lo iba comiendo hasta chuparle los huesos.

Entrando a la preparatoria, fiestas como ésa comenzaron a parecer un tanto inmaduras. Las mujeres que participaban en ellas habían crecido ya, y las ajustadas prendas de su uniforme no hacían más que delatar este hecho. Los hombres ahora tomaban distintos caminos, aunque la mayoría de ellos tomaba las cosas con calma, y usualmente se preocupaban más por los amigos de la escuela que por los conocimientos que ésta podía inyectar en su cerebro. Entonces, apareció "eso" en las fiestas y ya nadie quizo salir de ahí.

Durante la primera vez que "eso" se metió a su cuerpo, el callejón comenzó a tomar distintas dimensiones, la gente resultó ser una causa para reír sin control, y los colores uno a uno cambiaron de intensidad. El muchacho se llevó un poco de "eso" a su casa, y gradualmente, "eso" comenzó a sacar al muchacho de la escuela. Era inútil preguntarle cosas. Los cuestionamientos rebotaban uno a uno en su cabeza como una pelota en un partido de squash, y la indiferencia le ganó terreno a la preocupación. Quizás sólo se estresaba cuando era imposible encontrar una respuesta. La sensación era particularmente peculiar, como quien trata de pescar bagres en un charco. Casi siempre terminaba con la cabeza dando vueltas y con cierta desesperación en la punta de la lengua. Quizo entonces deshacerse de todo aquello que le produjera esos momentos de nerviosismo.

Así dejó la escuela, con todo y sus preguntas sin forma ni fondo, la desesperación trabada en los dientes y el estrés escolar en todas sus expresiones.

Consiguió trabajo en un taller. Su tarea consistía en ser utilero, o como le decían sus superiores, "mandadero". Así comenzó a ganar dinero, y el dinero comenzó a fomentar de manera involuntaria el crecimiento de las ojeras de su rostro y la flacidez de sus párpados. Todas las noches, sus compañeros de trabajo lo llevaban a conocer lugares distintos, teniendo en cuenta que "eso" estaba siempre presente. Entrada la madrugada, llegaba a su casa con olor a alcohol, vómitos y especias encima de la ropa, y su madre no dudó ni un segundo en determinar que su hijo andaba en malos pasos. Ella no tenía muchas expectativas sobre él, e incluso llegó a pensar que sería igual que su padre.

Despues de todo, ellos se conocieron en una fiesta en la preparatoria.

Con el correr del tiempo, él conservará su trabajo. Si la suerte está de su lado, quizás cobre más importancia dentro del taller y probablemente pueda ganar un poco más de dinero. Si la vida le sonríe, encontrará a una chica que lo quiera y se relacionará con ella. Aunque también, si la herencia de su padre es tan fiel, dejará preñada a su compañera y se irá de la ciudad.

Eso ya vendrá despues. Al menos hoy, ya puede descansar tranquilo. "Eso" ya está guardado, y él ya está metido en la cama.

Los depredadores no se lo comieron hoy.

Como una rata que se escabulle en una bodega, el muchacho recorre cuadra tras cuadra todos los días, más como un androide programado que como un humano en sí. Las cosas suelen perder su sentido si no son vistas bajo la lupa protectora de "eso". Esa lupa que todo lo engrandece, todo lo pinta y lo conmueve. Pero a fin de cuentas, a nadie le importa en realidad. No importa que las neuronas pierdan el ritmo y se conviertan en pedazos de gelatina limpia e insípida. Lo único que verdaderamente importa en la vida del muchacho es obtener 5 gramos de "eso", para poder quemarlos y ayudar al tiempo en el proceso del olvido.

2 comentarios:

Karel Franco dijo...

Mii buuen rokalfoo erezz grandee
nserioo tienes laa actiitud paraa
llegar lejozz.. no puedoo deciirte
kee luchez y hagaz lo ke te guztaaa
pss es eviidente ke lo haceez!
tee kierooo muchoo!!
atTe: enaanaa!...

Addi. dijo...

Listo Rodo, nuestra maistad s eahs alavado pues a te estoy firmando el blog.
Pues desde que em mostraste el escrito por el msn me identifique con ciertas aprtes cabe aclarar que no en todo pero si identifique partes de un pasado no muy lejano ahi...esta genial la manera en qu redactas, es fabulosos hacer que la gente imagine esta muy chngon marica