miércoles, 25 de enero de 2012

De pie al pie de la cama


Josefina corre las persianas y entra la luz de la luna. Se ha deslizado silenciosamente de la cama. Unos segundos de frío en sus brazos desnudos. Las estrellas, granos de sal en la hoja azul del cielo.
Adrián se mueve inquieto en la cama, se defiende de una tortura minúscula. Un mosquito intransigente ronda por ahí. Josefina ríe. Dice: amor.
Sin abrir los ojos, Adrián busca el cuerpo de Josefina junto al suyo. Encuentra una almohada. Josefina lo ha pensado todo con cautela. Son las tres de la madrugada. Josefina dice “amor” de nuevo.
Adrián abre los ojos, se incorpora y encuentra a Josefina de pie al pie de la cama. Dice que entre sueños una voz lo aconsejó. Se detiene. No sabe si está despierto o sigue soñando.
Un calor recorre el cuerpo de Josefina. Extraño cosquilleo en el abdomen, sonrisa que se revienta a sí misma. La noche que nunca antes había sido tan nocturna. Al acercarse a Adrián, Josefina repite “amor” y amor es lo que dejan sus dedos al tocar el rostro de Adrián.
Los párpados de Adrián que no saben si sueñan o sienten de verdad. Adrián besa la mano que lo acaricia. El mosquito irrumpe y Adrián pregunta por el insecticida. Y distingue los senos de Josefina en la oscuridad; ella lo sabe y sonríe también.
Josefina lo sabe. Josefina lo ha pensado todo con cautela. Abre los brazos. Aúlla un perro en la lejanía.

martes, 17 de enero de 2012

Señoras

I
Salimos del
lugar porque estábamos cansados
y no sabíamos
bien
qué hacer.
A mi amigo le temblaba el ojo derecho,
dijo que había estado jugando
videojuegos
y vi que había un
pequeño derrame en
la parte blanca de
su ojo (tiene un nombre pero ahora no lo recuerdo).

Llegamos a una
iglesia, lo que no es muy
difícil de hacer aquí porque hay
iglesias en todas partes y
no digo esto como una queja,
algunas iglesias son de hecho muy bonitas, saben, esos arquitectos de los siglos XVIII y XIX
hacían buenas cosas, las
iglesias de hoy son edificios
aburridos, raros.

Y afuera de la iglesia había un montón de señoras.
Como, la clase de señoras
que va a las iglesias.
Y no sé qué
rayos hacían ahí, porque era
algo tarde, quizás no para
nosotros pero sí para un montón
de señoras.
Y las señoras no se movían
de su lugar en la banqueta,
dijimos "disculpe" en varias ocasiones y ninguna se movió, ¿será por la sordera?
¿O es que de verdad no querían dejarnos pasar?

II
Buscamos la manera
de cruzar la calle sin
problemas pero de repente
las señoras se multiplicaron, empezaron a
salir hasta por debajo de
otras señoras,
y mi amigo y yo nos miramos y
nos dimos cuenta de que éramos los únicos testigos de
la multiplicación de las señoras.

Algunas señoras no tenían brazos, o tenían dos cabezas;
incluso vi a una señora con tres pulgares, y todas
se amontonaban y
aquello lucía muy amenazador.

III
Pero mi amigo no es ningún idiota y
me dijo "hey, es fácil salir de ésta,
sólo tenemos que regresar
por donde llegamos".

"Viejo", le dije, "eres
brillante", y lo seguí.
Detrás de nosotros las señoras
seguían apareciendo pero ya no importaba mucho porque
nos alejábamos.
Sí, y se estaba haciendo tarde.

Tomamos el primer camión que vimos y pagamos la cuota
y durante un instante todo
en nuestras vidas se trató de
ocupar el mejor asiento, pero todos
los asientos se parecían entre sí y
nos dio lo mismo. Detrás de mí había
un niño que
quería vomitar,
y vomitó.

IV
No sé, muchachos, si han olido el
vómito en el transporte público pero
es algo que yo no le deseo a nadie.
Olía como a ratas
abiertas en canal,
un mal guisado en una
callejuela oscura,
o sólo a la comida del refri después de meses y meses
y meses.

Pero a mi amigo no le importó mucho porque
me iba contando una historia,
una extraña historia en la que
nadie dormía y todos soñaban con ser
los mejores
reptiles del mundo.

"No me jodas, viejo", le dije, "no me jodas,
no puedes ser un reptil así como así,
hay ciertas reglas", pero no le importaron un
pito mis reglas.
Era cada vez más tarde
y yo tenía sueño.

V
No recuerdo más. En cierta forma fue
un día como cualquier otro, salvo por el hecho
de que ahora ustedes son mis discípulos.
Pero créanme, hermanos,
que a mí me importan una mierda las ideas del mundo,
que la humanidad ha llegado hasta acá a base de lluvias de mierda,
pretendiendo que son lluvias de ideas.
Y yo, yo tengo una fuerte necesidad
de mascar
chicle.

Son mis jodidos
discípulos,
denme un
igualmente jodido
chicle.
Ya.

domingo, 1 de enero de 2012

El viento hacía todo el trabajo



La ciudad crepuscular se fundía sobre sí misma y yo no tenía sueño. Estaba harto de que el sol se escondiera siempre en el mismo lugar, detrás de los cerros, a las seis y media de la tarde. Esa mañana comprendí mi vida y me puse a limpiar mi habitación. Encontré pretextos solamente, una hilera de excusas básicas y faltas de ingenio. Salí a caminar. El viento hacía todo el trabajo. La pintura de las casas se caía convertida en hojuelas. La noche anterior había soñado un cortometraje que me dio la impresión de que los Oscares no tenían propósito. Y luego pensé en mis hijos y en mi casa. Vi tres segundos del rostro de esa mujer que tanto me gusta, lo suficiente para que el mundo cambiara de forma y de fondo de manera favorable. En la tienda compré chocolates y al deshacerme de las monedas tuve un corto placer. Cerré los ojos y vi escaleras y puertas abiertas y otros tres segundos de ella, ella en todos los ángulos. Quise volver a casa, pero ¿qué hay en casa? En todas partes festejaban menos en televisión: veinte científicos se encargaban de angustiar al espectador promedio. Chocolate y línea de lectura, pensar en ella y soñar, y acomodar la ropa limpia y romper la rutina. Cayó la noche y guardé silencio por partes. Primero mi boca (balbuceaba una canción cualquiera), luego mi cerebro y mi corazón ¡es tan inquieto porque sabe que en alguna parte, porque está consciente de que precisamente en esa parte...!