lunes, 20 de junio de 2011

Vapor

Yo tenía un vaso con agua. Bebí un poco y sentí un vacío tremendo. Me puse a rastrear el origen del problema. Después de un rato lo encontré: ¡ah, un vacío tremendo!
Pero bueno, el tiempo pasó junto con el agua. Mi estómago hizo ruidos. El agua se perdió en mi cuerpo y un poco de vacío me sacudió los huesos. Pero no, mis huesos no se vaciaron. Apenas perdieron un poco de sal.
Entonces corrí a la cocina por el salero y el agua de mi vaso estaba por terminarse. Una urgencia en mi vejiga. ¿Tan pronto? Se derramó la sal, ¡mi mala suerte!
Aparece una secuencia; imágenes de una sala de tonos oscuros. Dos mujeres en el suelo. Un amigo saliendo por la puerta.
Hice un esfuerzo, les pregunté quiénes eran. Pero de pronto ya estaba con ellas. Con una en específico. La otra reía y nos platicaba cosas. Un beso. ¿Cómo? ¿Otra vez tú? La reconocí casi al instante. El mismo cabello negro, los mismos ojos huidizos.
Como sea, metí de nueva cuenta la sal al salero y le puse sal a mi agua. Mi agua salada ya escasa.
Mi estómago hizo ruidos otra vez. ¡Casi me habla! Oh, y se termina mi agua de repente. Hago un gesto con mis labios, y mi lengua se retuerce esperanzada. No más agua hoy, amigos. No más. Pero eso sí, lo contento que me siento cuando pienso: olvidar es fácil. Dejar espacio también. Aquí se mueve y se agranda un vacío tremendo. En mi cabeza. Lo demás no es mi responsabilidad. Quiero decir, el universo, y todo eso.

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