martes, 14 de junio de 2011

Toda la gente se va a la Feria


Le habían dicho que ya no daban bolsas de plástico en el super y quiso ir a comprobarlo. No tenía que comprar nada, en la alacena había algo de variedad y todavía quedaba bastante jabón y pasta dental y esas cosas. Pero la curiosidad por las bolsas era muy fuerte y cuando se dio cuenta ya estaba caminando y había dejado muy atrás la puerta de su casa.
El cielo estaba nublado y llovería después de un rato. Gris pálido, cercano al azul y al blanco a la vez. Brillante, interesante hasta cierto punto. Además había dejado de hacer calor y eso cualquiera lo agradecía.
Notó que había mucho tráfico en el boulevard. ¿Tráfico a las cinco de la tarde? ¿Cómo? ¿Por qué? Habría tal vez algún evento en la Feria… ¡La Feria, es cierto! Llevaba tantos años sin ir a la Feria y, al parecer, otro más se sumaría a la cuenta.
Algo en las corrientes de aire anunciaba la lluvia. La basura en el asfalto se movía de un lado al otro y los limpiaparabrisas jugaban a arrojarse cáscaras de naranja. También había algo en la mirada de los hombres que jugaban al billar. Había algo en sus cervezas. Había algo de lluvia (algo algo algo, muchísimas cosas o una nada que se agrupa y termina siendo una cosa muy grande y densa) en las llantas de los automóviles estacionados y en las ventanas abiertas y en los gatos que escalan y se escabullen. Pero caminaba por y a pesar de ese algo, motivado por el mito de las bolsas de plástico del super. ¿Cómo era posible? Si ir al super era, en el fondo, ir por bolsas. Salir con un montón de incómodas bolsas en las manos y arrojarlas a los asientos traseros del coche o lidiar con ellas en el camión, y luego llegar a casa y acumularlas por ahí en un cajón o en una bolsa de plástico más grande para usarlas como bolsas para el mareo en los viajes familiares a la playa.
Entonces iba llegando poco a poco al super y trataba de poner atención a la gente para ver si alguien llevaba bolsas plásticas. Pero casi no salía gente. Tampoco había muchos coches estacionados. Casi nada. Todos debían estar en la Feria. Eso le gustaba, tendría mucho espacio en el super a pesar de que en verdad no le hacía falta.
Entró. El super estaba, en efecto, casi vacío. Ni siquiera había suficientes empleados. ¿Estarían ellos también en la Feria? Un grupo de niños entró junto con él y se pusieron a jugar. Se correteaban por los pasillos y cargaban uno que otro objeto de vez en cuando para cambiarlos de lugar. Pronto los sacaría un empleado de seguridad. Si es que no estaba en la Feria, por supuesto.
Tuvo la oportunidad de ver directamente hacia las cajas y fijarse si había o no bolsas de plástico, pero quiso guardar el momento para el final. Iba a tener que comprar algunos artículos si quería que le dieran una bolsa de plástico. Pero, ¿qué compras cuando no sientes verdadera necesidad de nada?
Lo resolvió fácil. Fue al pasillo de los refrescos y tomó una pequeña lata. Se llevó unas papas, también enlatadas, y por último buscó un paquete de tostadas. Suficiente. Tendrían que darle una bolsa. Sí. Los niños seguían corriendo por ahí y temía chocar con uno de ellos. Aunque no habría sido su culpa del todo. No señor.
Sólo había una caja abierta para pagar. La empleada platicaba con un supervisor o un hombre que parecía serlo. Flirteaban como si estuvieran en un parque. Se veían muy enamorados. Como sea. También había varios niños haciéndola de cerillos.  Estaban sentados en unas mesas, aburridos. Él se acercó a la caja, puso sus artículos en la banda y una pequeña suma de dinero apareció en la pantalla. Justo cuando comenzaba a hacer un esfuerzo para no voltear hacia el cerillo que se había acercado a la caja, escuchó el característico ruido de la bolsa de plástico al ser cortada, inflada y llenada. El misterio había terminado. Sucedió tan pronto que tuvo que voltear y comprobar con sus ojos lo que había escuchado.
Entonces le dijo a la cajera que le habían comentado que ya no daban bolsas de plástico en el super. La cajera se rió y le dijo que todo era un rumor.
¡Un rumor!
Mientras a lo lejos un empleado de seguridad sacaba a los niños de la tienda, el supervisor se acercaba de nuevo a la cajera y el cerillo se sentaba en una mesa a jugar con su celular. Se escuchó un trueno y luego se vio, a través de las puertas, un relámpago. Y él no sabía qué pensar. ¿Qué se puede pensar en esos casos? Se acercó al local de comida china y pidió un combo, el más pequeño de los combos. La lluvia comenzó a caer y los fideos le supieron más ricos que nunca. Como si fuera la primera vez que los probaba.
Y entonces, después de los tragos al refresco, la galleta de la fortuna: un día no muy lejano estarás en la cima. Hizo bolita el papel y lo guardó en su bolsillo. ¿La cima? Sí, sí tenía ganas de conocer Bolivia. La predicción de la galleta era, hasta cierto punto, emocionante.
Salió del super con su bolsita de plástico en la mano, y la tormenta lo asaltó. Una lluvia refrescante, helada, calles resbalosas y nada con qué cubrirse. Se resfrió por unos cuantos días. Las papas enlatadas fueron a dar a la alacena y el refresco llegó directo al refrigerador. La luz se fue un par de veces esa noche.

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