miércoles, 2 de diciembre de 2009

Salmón y cenizas


Entré. La billetera me pesaba, a lo mejor por el ansia o tal vez por la realidad: tengo dinero y no sé en qué invertirlo. El lugar estaba casi lleno, tanto, que pasé desapercibido, me noté invisible y etéreo. No tengo el hábito de acudir a los restaurantes, y menos a uno tan lujoso como este. Pero la billetera, repito, me pesaba, y ya no tenía a nadie a quien llevarle regalos. Ya no estabas tú para cortejarte, conquistarte, ni quererte. Tal vez sí para odiarte, pero yo no odio a nadie, simplemente recuerdo y suspiro. Tomé asiento. Incómodas luces carmín, charlas animadas y enjundiosas, aromas que no sé reconocer, choque de copas, piano dulzón y elegante, yo sentado, esperando a que alguien me dé señas. Mujeres de vestidos entallados y modales gráciles como un felino. El área de fumadores, espesísima nube gris y tos colectiva. Miedo, el que recorre mi ser, y dura segundos. Llega el mesero y pone una carpeta en mis manos. Pienso: si estuvieras aquí no me habría fijado en el entorno. Pero, carajo, no estás aquí.

Me he visto reducido a un ser titubeante que no sabe qué pedir del menú. El mesero, acartonado y de sonrisa chocante, me da sus recomendaciones. Yo escucho, filetes, asados, camarones, pescado, cortes así y asá. Yo pregunto por salmón, y el mesero me responde “sí, a las finas hierbas”. Yo, interiormente, le digo vénganos tu reino. Él, recogiendo la carta, parece decir hágase tu voluntad. ¿Limonada? Al diablo, tráigame su mejor vino blanco. El hombre toma mi orden y desaparece entre la multitud. Yo tiendo a hacerme pequeño entre tanta gente, y hoy no es la excepción. En otras circunstancias, tú y yo estaríamos charlando. Yo miraría tu sonrisa, adornada hermosamente por tu cabello y, ah... ¿Pero qué importa ya? No quiero pensar en lo que hice mal, en lo que dije de más o en lo que nunca te dije. No más reproches, ni tristezas, ni golpes de pecho en vano. Llegué a pensar, incluso, que te podría encontrar aquí, pero lo más seguro es que estés en una reunión social con abundante gente importante, poderosa y/o elitista. Pensé que trabajando tanto, esforzándome como lo hice y obteniendo, al fin, el precioso dinero que tanto me solicitaste, podría amarrarte a mí para siempre. Pero me hacía falta algo precioso, carajo: la clase, el estilo, el caché, el apellido escandaloso. Mierda, por eso no me gustan los restaurantes.

Risas de cortesía arrebatan mi cerebro y lo llevan a pasear. Sobremesas entrañables, familias satisfechas y unidas, parejas compenetradas, sumidas en un irrefrenable trance de romanticismo. Miradas fijas, escucho las frases que suenan en las mesas contiguas: somos el uno para el otro, siento llorar, ¿no hay más que ver en este sitio? Nunca nos separaremos mi amor, no he comido y ya quiero la cuenta, y me aterran las propinas porque nunca sé cuanto dar. Brindemos por este nuevo negocio, me lleva, me lleva, el salmón tardará años. Me dueles en el fondo del alma, juego con los cubiertos para no pensarte. He olvidado como besas, pero ya no me importa. Aromas a sopa y asados, bruma en la mente, un tipo juega con su encendedor. Ya me quiero ir, no sé por qué vine, pero tu recuerdo me dice “quédate”. Es la última vez que te obedezco. Escalofrío, nervios, la música de piano se vuelve jazz y la gente se anima. Cubiertos chocando contra los platos, manos entrecruzadas, mi pierna derecha baila bajo el mantel. Ha pasado media hora, imagino que la espera valdrá la pena.

El mesero se acerca con la bandeja. Diviso mi vino, la copa, el platillo. Pienso que es fabuloso que un sitio como éste no me haya quitado la cordura. Es que los nervios, y las náuseas, y el malestar me invade cuando voy solo a cualquier parte. Tendré que volver a acostumbrarme al cine, al teatro, al parque, a la vida sin ti. No le puedo ganar a un apellido. Un olor se escabulle en el interior de mi nariz. Especias juguetean con mi sentido del olfato, y a mi alrededor, abrigos y bolsas de diseñador, trajes y habanos importados. Gente viene y va, mesas se llenan y se vacían, el salmón espera a que me lo coma y le dé una razón de ser a su muerte. Pequeños contenedores con aderezos, minúsculos panecillos recién horneados, yo sin verdadera hambre pero con ganas de olvidarte. Mi mano izquierda sujeta el tenedor, como me hubiera gustado sujetarte a ti por el resto de mi vida, y la derecha encuentra refugio en el cuchillo. Bocado en la lengua, un mar de sensaciones irrumpe con violencia. Porciones de arroz blanco y ensalada, no les presto mucha atención. Pero es el salmón y eres tú. Sabe a tus labios y al mismo tiempo no sabe para nada a ti. Vino blanco baja por mi garganta, aclarándola y llevándose los nudos que dejaste. Mi amor, ¿en qué momento te dejé partir? Por eso no soltaré estos trozos de salmón.

Un encendedor cae sobre un mantel y se enciende, y la fogata se extiende mesa por mesa. Fuego vivaz, instrumento del infierno, descubrimiento clave en la historia de la humanidad, se traslada velozmente por cada superficie. Los extintores han quedado aislados, la felicidad colectiva se convierte de pronto en histeria y lágrimas. Mujeres y niños gritan primero, suena la alarma pero ya es muy tarde. Yo sigo comiendo mi salmón, está delicioso, y admito que el arroz hace un excelente complemento. Bebo de mi copa, adornos en llamas caen por todas partes. Me doy cuenta, por primera ocasión, que estoy justo en el centro del restaurante. A mi alrededor todo se funde, todo se quema. Yo permanezco impasible, ¡qué buena está la ensalada! El piso de madera, que se veía tan hermoso, ahora nos verá perecer a todos. No me apresuro. Para cuando doy el último bocado, a mi alrededor la gente ya no responde. El techo comienza a desplomarse, el calor me abruma y mi mesa se enciende. Pienso en lo nuestro, que alguna vez tuvo la fuerza de un incendio forestal. Luego se apagó y terminó siendo un montón de cenizas insípidas. ¿Qué pensarás cuando veas las noticias y te enteres de que tu amor, de alguna forma, terminó por incinerarme? El fuego se apodera de mi cuerpo y aunque mi billetera sigue estando llena, siento una extraña satisfacción: me iré sin pagar la cuenta.

6 comentarios:

Tere dijo...

Bueno.

(Y)

María - Té de Libelula dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
María - Té de Libelula dijo...

Hoy tengo más ánimos que ayer...

Está muy bueno el texto.

(:

A n g e l dijo...

Rodo dendro, felicidades, una vez mas y creo que esta de mas decirlo, esta chingona tu forma de describir las cosas, muy padre todo amiwitoo

Pasadlo chingon... Me encanto esta historia... Muy reflexivo todo

Padrisimo, me hizo imaginarme todo, es lo chido de tus textos, te envuelves, te empapas con la lectura... Haces sentir a uno, como parte de tus historias...

Léa LilÖpve dijo...

hola !! yo compro esa computadora hecha mierda jaja

Lelio dijo...

o diablos me encanto ese final....

no me lo esperaba en un principio, me gusto ne verdad.

muy bueno, muy bueno.