martes, 21 de octubre de 2008

El Hombre que pronunció la frase (Parte I)


Existió una vez un hombre que llevaba una vida inmersa en los cálidos flujos de la monotonía y cuya rutina grisácea y llena de ocupaciones estaba asfixiandole hasta el mas oculto de los placeres. Este hombre, que generalmente entiende por placer el hecho de ver un partido de futbol por la televisión, bajo una lluvia de frituras grasientas, o de levantarse tarde los domingos para luego asar carne bajo el apabullante sol veraniego, quería, por supuesto, que estos placeres cada vez fueran mas comunes y a la vez más disfrutables. Y para esto, había un impedimento enorme, llamado trabajo.

Y este tipo de hombre, acostumbrado a perder la capacidad de diferenciar una cárcel de una oficina, no podía más con su existencia, que se repetía cada semana como suelen repetirse las películas del cine mexicano en los canales de siempre. Uno puede llegar a la conclusión de que, después de ver durante tanto tiempo dichas películas, digamos, una vez por semana, cualquier aferrado fanático puede incluso optar por tratar de embaucarse y disfrutar de las dudosas virtudes del canal de televentas.

Algo así le sucedió a este hombre, pues después de tanto trabajar en lo que todos los examenes de orientacion vocacional le dijeron era lo correcto, le perdió el gusto. Para llegar a tal punto bastaron unos cuantos meses. Pero para este hombre, tanto el cine mexicano como las televentas representaban el equivalente perfecto a su vida, que para esto vendría siendo equiparable a la lucidez con la que vive un tronco seco. Osea, sin tanto rodeo, televentas es igual a aburrimiento, y aburrimiento es igual a su vida. De él.

Por eso, este hombre despertó un día y se dió cuenta de que ya quería que el citado día terminara en ese instante. Desayunar una barra con sabor a comida para aves acompañada de un café rancio y descolorido, y aderezada con las incesantes quejas de sus subordinados en turno, se convierte con el tiempo en un detonador implacable de la desesperación. Pero este día, hasta él lo tomó todo con un humor sarcástico, provocado más que nada por las incesantes ganas de regresar a la cama y dormir.

Comida rápida en algún "restaurant" de por ahí, la digestión es lo de menos. El embotellamiento se encargará de eso, y de provocar más acidos estomacales para tenerlos listos, en caso de que al llegar a casa y revisar los trabajos de los empleados, el hombre se dé cuenta de que son todos unos inútiles. Un baño con agua fría y a la cama.

Estando ya en su habitación, acompañado por la tenue luz de un foco ahorrador y la parlanchina presencia de la soledad, el hombre pronunció la siguiente frase:

"Como quisiera que todos los objetos y todos los animales, incluyendo a los seres humanos, desaparecieran una semana de mi vida y me dejaran respirar en paz".

Acto seguido, el hombre se puso no sólo a ver, sino también a escuchar las goteras del techo y finalmente se quedó dormido.

Pasó una noche tormentosa, gracias a una terrible pesadilla en la cual Dios lo juzgaba por sus falsas e insípidas cochinadas, sus fingidas y poco convincentes costumbres y finalmente por sus monótonas y desventuradas mañas. El hombre, a continuación, fue arrojado al limbo y permaneció allí durante 30'945 años, sólo para darse cuenta de que el limbo, como lo han proclamado varias figuras de importancia en la iglesia católica, no existe.

Despertó sudoroso y con un terrible ataque de náuseas, y cuando se dió cuenta, estaba en el piso. El despertador no existía, así como tambien brillaban por su ausencia varios objetos de la habitación. Está bien, para ser más exacto, faltaban todos los objetos de la habitación.

"Ninguna banda organizada de ladrones sería tan educada como para robarme sin que me diera cuenta" pensó el hombre. Pero ninguna banda de ladrones, al menos conocida, es capaz de retirar la pintura de las paredes, las ventanas de las habitaciones y las puertas de madera, en una sola noche y sin ruido alguno. "Me drogaron entonces, esto no es posible" pensó ahora el hombre, como queriendo evadir una realidad evidente.

La realidad evidente que menciono entró a sus ojos unos momentos más tarde, cuando al salir de la habitación descubrió que, en efecto, no había objeto en pie al interior de su departamento. Sus sueños mas profundos por fin veían la luz, pero no quizo emocionarse en vano, así que antes de cualquier juicio premeditado, se asomó por la ventana.

No había autos, gente, perros ociosos.

No había nada.

El sueño estaba en su apogeo más hermoso. El hombre se dió cuenta de la situación de su mundo. La frase, gracias a algún desconocido algoritmo esotérico de poco o nulo renombre, había surtido efecto. El hombre gritó de la emoción, y se dió cuenta de que ya había olvidado el hermosísimo arte de gritar. Una vez desfogadas esas ganas de maltratar las cuerdas vocales, el hombre se dispuso a caminar por el nuevo mundo, como acababa de llamarlo, no sin antes checar un pequeño detalle...

Una vez que se percató de que sus calzoncillos permanecieron con él después de la inexplicable desaparición de objetos y seres pertenecientes al reino Animalia, emprendió el viaje, en búsqueda de ese aire que tanto ansiaba respirar y esos paisajes que tanto anhelaba conocer, con el pequeño detalle de que ahora nadie le increparía nada.

Nadie más que su propia conciencia...

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