lunes, 17 de enero de 2011

El tuétano perdido


Mónica no sabía preparar huevos estrellados, pero daba todo de sí esa mañana al intentarlo por enésima vez.
—Creo —dijo Uriel— que tengo la solución a nuestros problemas.
Mónica no se desconcentraba de su tarea. Un par de huevos no iban a derrotarla esa vez, a pesar de haber salido victoriosos en múltiples ocasiones. Fue por eso que no le respondió a Uriel. Éste prosiguió:
—Sí, ya sé lo que tenemos que hacer.
Todo en la cacerola lucía en orden. Mónica esbozó una sonrisa nerviosa y se dijo a sí misma “creo que lo estoy logrando, creo que al fin me van a salir estos pinches huevos”.
—Mónica, ¿me estás escuchando?
Las yemas amarillas lucían tan perfectas y a la vez tan frágiles, que Mónica se conmovió unos segundos. El mundo entero cabía en su desayuno.
—Bueno, qué más da, te explicaré mi plan.
Uriel le explicó su plan. No hubo respuesta por parte de Mónica, quien todavía cuidaba sus huevos estrellados. Había metido unas cuantas tortillas en el microondas y ahora giraban y giraban. Uriel suspiró.
—Hice lo que pude —murmuró.
Después prendió el televisor. Las noticias eran las mismas, o al menos similares a las de todos los días: la humanidad había comenzado a terminarse casi literalmente. La monótona voz de la periodista irritó a Mónica. Sus huevos estaban casi listos, pero el timbre de la presentadora de televisión le había crispado los nervios.
—¿Puedes por favor cambiarle de canal? —dijo Mónica molesta.
—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó Uriel con ironía.
—¡Por favor! Me pone nerviosa.
En efecto, Mónica había comenzado a temblar. Apagó rápidamente la estufa y se dio cuenta de que ahora tenía que hacer la parte complicada: trasladar los huevos estrellados de la cacerola al plato sin que se rompieran las yemas. Uriel subió el volumen del televisor.
—No jodas, Uriel, no jodas.
Mónica tomó una espátula de plástico y, acercando la cacerola al plato, se dispuso a servirse. Cuidadosamente, uno de los huevos fue acomodado en la espátula. El tiempo se detuvo para Mónica mientras llevaba ése huevo a su plato. Miraba fijamente la gelatinosa yema. Por fin el huevo llegó a destino y Mónica pudo respirar de nuevo. Uriel seguía subiendo el volumen de la televisión.
—Uriel, si le subes un poquito más te juro que el aceite caliente va a dar a tu cara.
Uriel no hizo caso y le subió unas cuantas rayitas más al volumen. Mónica sintió un escalofrío que la hizo estremecerse. Se repuso y empezó con la mudanza del segundo huevo. Sin embargo, comenzó a sentir, suavemente primero y después intensamente, una comezón en el pubis. Se lo había depilado la noche anterior.
Las consecuencias de las ganas de rascarse no se hicieron esperar: Mónica pudo colocar el huevo en el plato, pero la yema sufrió una minúscula fisura y terminó por deshacerse por completo. La plasta blanca de la clara se cubrió del líquido amarillento. Mónica arrojó el plato a la pantalla de la televisión. 
La televisión se rompió. El plato también.
—¡Nunca me van a salir estos huevos! —gritó Mónica.
Uriel se levantó de la silla sin decir nada y fue a abrazar a Mónica, quien había empezado a llorar sin control.
—No pasa nada Moni, no pasa nada.
—¿Cuántos huevos más voy a tener que echar a perder para aprender? —preguntó Mónica, desconsolada.
—Muchos mi vida, muchos.
—¿Cuántos?
—Muchos —dijo Uriel mientras se acercaba al televisor para limpiar el desastre. El mundo se estaba terminando fuera de esas cuatro paredes y Mónica se había quitado los calzones para poder rascarse a gusto el cortísimo vello púbico y andar fresca por toda la casa.

4 comentarios:

Tucker dijo...

pense ke era un cuento de tacos de tuetano, guakala, pero es de huevos, tiene como un año ke no me como un pinche huevo en todas sus presentaciones... sin albur claro.

Esta bonito.

MX2 dijo...

No sé qué se me antojó más: el líquido desliandose por la clara... o el pubis cual actriz porno.
Corto, el encanto sin duda se lo lleva Mónica. "Cuántos instantes, cuántos años cuántas vidas tendré que caer para poderte mover"... 'ora ando bien barranquero electrocumbiero.
Sentí más pena por el plato que por la tele.
Pulgar arriba (osea, ailaik)

Salu2

Shell dijo...

El título poco/nada relacionado con la historia me recuerda a "La toalla ensangrentada de Hazel"
Después de la etapa onírica viene este relato perfectamente estructurado, muy bien hecho; claro y preciso, pero con una idea de absurdo encantadora.
Suena como una plática sincera :)

Anónimo dijo...

Debes utilizar menos adjetivos y adverbios e intercambiarlos por descripciones o acciones. Cuida no repetir las palabras en un mismo cuento, mucho menos las mismas frases, a menos que sea a propósito.

Saludos, me gustó.