jueves, 11 de noviembre de 2010

Arcadas



A Richard F.



El semestre había terminado y yo tenía ganas de ir a una fiesta. Mis ojeras habían crecido mucho por la falta de sueño, el exceso de tareas y mi alimentación decadente. Así que una noche me llamó Pablo y me invitó a una fiesta. Las ojeras de Pablo también habían crecido sobremanera.
Me di un baño, me arreglé y salí de mi oloroso departamento a esperar a Pablo. Anochecía. El cielo estaba llenándose de nubes. No llevaba ninguna clase de abrigo. Seguramente llovería y yo no tenía nada con qué cubrirme.
Llegó Pablo en su automóvil plateado y nos dirigimos a algún lugar perdido en medio de la enorme ciudad. Era una zona en la que yo nunca antes había estado. No estábamos muy seguros de quién era o por qué se celebraba la fiesta, pero fuimos de todas maneras.
Llegamos a la calle y estacionamos el coche en una esquina. La cuadra estaba llena de autos. Había gente vomitando en el pasto de los jardines, vasos desechables que eran arrastrados por el viento y grupos de mujeres que se secreteaban y reían. Entramos a una especie de bodega de enormes puertas negras.
El lugar estaba lleno de personas. La música era ensordecedora. Pablo se fue abriendo paso entre la multitud y yo traté de seguirlo pero lo perdí. Un par de chicas me invitaron a bailar. No tuvieron que preguntar o pedir permiso, sólo me jalaron y de pronto se me estaban embarrando en las piernas.
Luces de colores parpadeaban en el techo. Me pregunté en qué clase de lugar estaba. ¿Un antro improvisado? ¿La enorme cochera de la casa de alguien? La música no me estaba gustando y tampoco me dejaba concentrarme.
En un instante, las chicas que habían estado untándose en mis piernas desaparecieron y me encontré bailando solo. Llegó a mis manos una lata de cerveza. La abrí, le di un par de tragos…
La música se detuvo unos momentos después de que terminé mi tercera lata. Un fulano de camisa roja tomó un micrófono y dijo:
—Esta es mi fiesta, y se escucha lo que yo quiera.
Hubo algunos aplausos y gritos. El anfitrión sonrió.
Los gustos musicales del anfitrión, a quien, por cierto, nunca había visto antes, me agradaron. De pronto alguien me dio dos palmadas en la espalda. Era Pablo. Estaba acompañado de un amigo de cuyo nombre no me enteré. El chico decía constantemente que tenía que irse pronto…
—Anda, Pablo, no te tardas nada. Si mi padre llama a las doce y yo no estoy en casa, me matará.
Pablo me dijo que tenía que irse a llevar a su amigo, pero no me dijo si volvería o no. Entonces seguí bailando un rato. ¿Y si Pablo no regresaba? ¿Qué haría? ¿Tomaría el camión? ¿Qué camión? No estaba muy seguro de cómo regresar a casa. Algunas chicas bailaban mejor que otras. Yo ya no supe cuántas latas había tomado.
Me di cuenta de que todos los ahí presentes formábamos una masa de cuerpos sudorosos que se movía de forma impredecible. Lo digo porque de pronto estuve cerca de los baños, y los baños me quedaban muy lejos cuando recién había entrado al lugar. Después de estar fuera de los baños un rato, el baile me llevó a la esquina del DJ. Casi me estrello en el enorme equipo de sonido.
Así estuve moviéndome de un lado a otro hasta que regresé a los baños. Un olor a mierda y vómito salía de ellos. La luz amarillenta me lastimaba los ojos.
Entonces… me acuerdo vagamente del primer momento en que vi a la chica. Estaba bailando muy cerca de mí. Una chica muy linda, sin duda. La perdí de vista unos segundos. Cuando la volví a ver, noté que un ojo se le había salido de la cuenca y colgaba de un lado a otro de su rostro.
Me acerqué a bailar con ella. Me pareció muy simpática. Le pregunté si le dolía el ojo.
—Me pasa siempre —dijo.
De vez en cuando su ojo chocaba contra mi cara. Yo estaba tan sudado que no pude sentir la humedad del ojo o de los nervios que lo sujetaban. Las gotitas de sudor en el cuello de la chica me excitaron. Ella me sonreía constantemente.
Después de un largo rato de bailar juntos, me alejé de la chica sin decir adiós y busqué la salida. Vi que me quedaba al otro extremo del lugar en que me encontraba. Mientras trataba de caminar hacia ella, me encontré con el amigo de Pablo y le pregunté en dónde estaba mi amigo.
—Pablo se quedó en mi casa. Cuando mi papá llame, Pablo fingirá ser yo. Es un tipazo.
Le di la razón. Me despedí del amigo de Pablo y logré, después de un gran esfuerzo, salir de la fiesta y caminar entre charcos de cerveza regurgitada y vasos de plástico regados en el pasto. No sabía para dónde quedaba mi casa, pero con un poco de suerte llegaría sano y salvo.
Empezaron a caer algunas gotas de lluvia y me maldije por no haberle pedido ni el número de teléfono a la chica del ojo colgante.
Caminé por la calle. No tenía ni la menor idea de dónde estaba. A pesar de que me había mudado a la ciudad hacía ya varios años, todavía había muchas colonias que nunca había recorrido.
Empecé a sentir unas náuseas terribles. Corrí hacia un poste de madera que estaba en una esquina y me metí dos dedos a la boca. Vacié mi estómago de las no sé cuántas latas de cerveza que había tomado hacía un rato… no sabía cuánto rato  exactamente porque no me fijé qué hora era.
Mientras estaba inclinado sobre el suelo, sufriendo todavía algunas arcadas, una mano me tocó el hombro. Volteé y era la chica del ojo. El ojo, por cierto, había regresado a su cuenca. Le pregunté cómo había sucedido.
—No lo sé, me pasa siempre —fue lo que dijo.
Me tomó de la mano. La seguí unas cuantas cuadras; los dos reíamos y tratábamos de no pisar las líneas de las baldosas de la calle. Me detuve bruscamente cuando llegamos a una avenida. Había empezado a llover con más fuerza. Estaba helándome. Los coches pasaban a gran velocidad. Le pregunté a la chica a dónde nos dirigíamos y ella, en lugar de contestar, extendió un brazo en dirección a la avenida.
Un taxi se detuvo. La puerta se abrió. El taxi olía a cigarro. Yo tenía un sabor amargo en la boca y me sentía un tanto mareado. La chica me metió al taxi y, cuando el coche arrancó, me arrepentí de nuevo por no haberle pedido ni su número de teléfono.

3 comentarios:

Shell dijo...

Me gusta mucho la fantasía de este cuento.
(Ay, parece que hablo de un vestido de 15 años).
Hay varios puntos aquí que me encantaron:
1. La sensación de incertidumbre que transmite toda la narración y que no se acaba jamás.
2.Detalles ambiguos y bizarros como el no saber dónde estaba, el anfitrión o la chica del ojo colgante.
3. El final abierto.

Amé tu cuento :)
estás progresando tremendamente, nomás te dejo unos días y cambias lo que viene siendo bien drásticamente ;D

Bruja Maldita dijo...

tanto sin saber de usted!
y al fin vuelvo a leerlo...
y me deja con esa misma sonrisa!

Lelio dijo...

sensacional...

jajaja es la palabra mas adhoc que encontre para este cuento.

ademas esos detalles como el ojo me parecieron divertidos.

tengo rato sin ir a una fiesta o ir con alguien a algun lado para desestresarme, la tarea y la escuela como se menciona al principio.