Noviembre 30

soñar un mundo que se escurre

Moradores

martes, 3 de julio de 2007

Publicado por Román Villalobos a las benditas 21:42
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I

-No me diga usted eso, ingeniero, no haga que me enfurezca. ¿Cómo va usted a comparar la linternilla de la Visitación, que es un poema, con el barril de pulque que dejaron olvidado los albañiles que hicieron la cúpula de San Antoñito?

Jorge Ibargüengoitia, Estas ruinas que ves.

II

-No -dijo Jacquemort-. La persona que yo psicoanalice de este modo tendrá que decírmelo todo. Todo. Sus pensamientos más íntimos, sus secretos más angustiosos, sus ideas ocultas, lo que no se atreve a confesarse a sí mismo, todo, todo y todo lo demás, y aun lo que hay debajo. Ningún analista lo ha conseguido hasta el momento. Quiero ver hasta dónde se puede llegar. Necesito anhelos y deseos, y voy a apropiarme de los ajenos. Estoy convencido de que, si no he retenido nada hasta el momento, es porque no he llegado lo bastante lejos. Quiero proceder a una especie de identificación. Saber que las pasiones existen y no poder sentirlas es horroroso.

Boris Vian, El arrancacorazones.

III

Y al verlo me invadió una sensación amarga por la alegría que me daba que me deseara, y que me deseara aún más cuando le recordé que estaba casada, porque al decirlo me alejaba de él y lo que más se desea es lo que se aleja de uno, yo bebía con ansia esa tristeza de su cara y en ese momento supe que estaba enamorado de mí.

Milan Kundera, La broma.

IV

ALLAN (conteniendo a duras penas los nervios): Tengo sentimientos contradictorios. ¿Qué pasaría si me llevara a ésta a la cama y de pronto entrara Nancy? Ju-ju.
DICK: No te hagas demasiadas ilusiones la primera noche, Allan.
ALLAN (a Linda): ¿Ha dicho algo de mí?
LINDA: No te conoce, ¿qué quieres que diga?

Woody Allen, Sueños de un seductor.

V

Mientras se apoyaba en la ventana y cerraba los ojos cansados, llegó a pensar incluso, durante unos breves instantes, que habría que castigar a la señora Grubach y convencer a la señorita Bürstner para que ambos abandonasen al mismo tiempo la pensión. Pero enseguida le pareció algo terriblemente exagerado, e incluso albergaba contra sí mismo la sospecha de que quería mudarse a causa de los incidentes de la mañana. Nada podía ser más insensato, y sobre todo inútil y despreciable.

Franz Kafka, El proceso.

VI

De modo que Raúl Viñas había puesto a enfriar catorce botellas de vino tinto, con un sistema de su invención, o mejor dicho: descubierto por él. Consistía en acercarse decididamente a un fantasma e introducirle una botella en el tórax; ahí quedaba, en un equilibrio sobrenatural. Cuando la iba a buscar, dos horas después por ejemplo, estaba fría.

César Aira, Los fantasmas.

VII

Veo cómo llega el color violeta, cómo alcanza la desembocadura del río, cómo se ha encapotado el cielo, cómo se ha detenido en su lento recorrido hacia la inmensidad. Veo que otros miran, otras mujeres, que otras mujeres ahora muertas vieron asimismo formarse y deshacerse monzones de verano ante ríos bordeados de sombríos arrozales, frente a vastas y profundas desembocaduras. Veo cómo del color violeta llega una tormenta de verano.

Marguerite Duras, El hombre sentado en el pasillo.

VIII

Hace unos días me di cuenta que el hijo de la vecina violaba a mi hija durante las mañanas, aprovechando que yo estaba en el trabajo. Lo supe porque una vez, al regresar antes de la hora habitual, encontré a María Candelaria sin su falda de cuadros y con los calzones en la mano; el hijo de la vecina, que tendría aproximadamente dieciocho años, escapaba por las escaleras que llevaban a la azotea.

Guillermo Fadanelli, El día que la vea la voy a matar.

IX

No sé cómo planea Adem evitar que los chetniks despellejen a Hajj Tahirovic de Foca, cuando tal cosa ya ha sucedido. Pero surge esta otra pregunta: si Adem puede evitar los crímenes que ocurrieron hace cincuenta años, ¿por qué no previene los crímenes que suceden en la actualidad?

Nedzad Ibrisimovic, El libro de Adem Kahriman.

X

Ha sido tanta mi negligencia que ahora no sé a qué atribuir estas sorpresas: a errores de cálculo o a una pérdida transitoria de regularidad en las grandes mareas. Si las mareas han cambiado sus costumbres, la vida en estos bajos será todavía más precaria. Me acomodaré, sin embargo. ¡He sobrevivido a tanta adversidad!

Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel.

XI

Temía sus peleas: cuando la ira asomaba a sus rostros desabridos y las palabras insultantes volaban, era como si pusieran delante de él una lámina de cristal que impedía el paso del aire; sentía que le abandonaban las fuerzas y tenía que irse a un rincón de la casa alejado de ellos.

John Updike, Corre, Conejo.

XII

¡Pobre Eulogia! Se fue llorando de la casa, mientras abuela le peleaba a más no poder y mamá le tiraba el agua sucia del fregadero en la cabeza.
-¡Condenado! El único hijo que tengo y que me haya salido un caballo. ¡Qué destino tan triste el mío! ¡Si debí haberme muerto antes de venir al mundo!

Reinaldo Arenas, Celestino antes del alba.

XIII

La tarde cayó -aún me parece oírlo- en el silencio más absoluto. Las cornejas dejaron de graznar en el dorado azul del cielo, y el atardecer se quedó mudo. Pero por lo demás todo seguía igual en torno a mí, a no ser que hubiese cambios que yo sentía con una extraña fuerza. El cielo seguía dorado, el aire era aún transparente y veía al hombre que me miraba desde la torre con tanta nitidez como si estuviese pintado.

Henry James, Otra vuelta de tuerca.

XIV

Tomamos la botella. El primer trago me dio la impresión de un shock eléctrico, pero no di importancia a las impresiones y me dediqué exclusivamente a beber como tuerto. Un raro sopor me llegaba en oleadas. Entrecerré los ojos. Era la evasión, y la busqué con furia. Jacques fumaba.

José Agustín, La tumba.

XV

Yo sigo en raudo vértigo /los mundos que voltean, /y mi pupila abarca /la creación entera.

Gustavo A. Bécquer, Rimas.

XVI

-Oh, muy bien, muy bien, muy bien, muy bien -dijo Lord Emsworth-. Supongo que lo que después querrá será el castillo, y tú se lo darás. Sobre todo, dile que no tema pedirlo, si se ha encaprichado con él. Creo que iré a leer un rato a la biblioteca, antes de que Alaric decida ordenar que empaqueten todos mis libros y se los envíen.

P.G. Wodehouse, Tío Fred en primavera.

XVII

Después de jugar un rato entre las olas llegó el momento de regresar, pero él no pudo. La resaca lo empujaba mar adentro con la misma fuerza con la que él trataba de vencerla a nado, hasta que se dio la vuelta en el agua, vomitando ya, y se puso a nadar siguiendo la corriente. ¡Qué fácil era, qué rápido! Y pronto habría llegado a Europa. Pero sin darse cuenta se encontró enseguida en su cama, arropado hasta la barbilla, con el médico a la cabecera, mientras todo el mundo decía que se habría ahogado de no ser por el lechero que había reparado en él.

Arthur Miller, Ya no te necesito.

XVIII

La señorita Elvira se calla y sigue fumando. Hoy está como algo destemplada, siente escalofríos y nota que le baila un poco todo lo que ve. La señorita Elvira lleva una vida perra, una vida que, bien mirado, no merecería la pena vivirla. No hace nada, eso es cierto, pero por no hacer nada, ni come siquiera. Lee novelas, va al Café, se fuma algún que otro tritón y está a lo que caiga. Lo malo es que lo que cae suele ser de Pascuas a Ramos, y para eso, casi siempre de desecho de tienta y defectuoso.

Camilo José Cela, La colmena.

XIX

Con cautela, paso a paso, Pirata se aproximó a la cosa. Ésta comenzó a deslizarse hacia él, sobre el empedrado, lenta como una tortuga, dejando tras de sí una brillantez viscosa, una estela que no pertenecía a la bruma. En el espacio que se extendía entre ambos había un punto de encuentro al que Pirata, por ser más veloz, llegó primero. Retrocedió horrorizado..., pero tales reconocimientos son irreversibles. Se trataba de un Adenoides gigante. Por lo menos tan grande como la catedral de San Pablo, y en constante crecimiento. Londres, quizá toda Inglaterra, se encontraba en peligro mortal.

Thomas Pynchon, El arco iris de gravedad.

XX

Cuando volví en mí, halléme en una buena cama, con un médico en mi cabecera y rodeado de gentes, entre ellas una muchacha hermosa y que me pareció el ángel de mi guarda. Tres meses dilató mi curación, al cabo de las cuales, habiendo recobrado un poco las fuerzas, traté de despedirme; pero la familia me instó para que permaneciera algún tiempo más. Inútil es decir a usted que yo me quedé, porque amaba a la muchacha. La había visto a mi cabecera, y en los momentos de delirio y de dolor siempre se habían encontrado mis ojos con los ojos llorosos de Paulita, que así se llamaba. Los amores siguieron, yo fui más adelante de lo que debía: la pobre muchacha me amaba tanto, que nada podía negarme.

Manuel Payno, El fistol del Diablo.

XXI

Y en aquel momento, joven, vi cómo Katerin Ivanovna fue a arrodillarse, silenciosamente también, ante la cama de Sonechka: pasó la primera parte de la noche arrodillada, besando los pies de mi hija y negándose a levantarse. Y ambas se durmieron juntas, la una en brazos de la otra..., ambas..., ambas..., sí... Y yo continuaba en el mismo sitio, abatido por la embriaguez.

Fiodor Dostoievski, Crimen y castigo.

XXII

Una noche de verano yo iba caminando hacia mi pieza, cansado y deprimido. Me entregaba a la inercia que toman los pensamientos cuando uno siente la maligna necesidad de amontonarlos porque sí, para sentirse uno más desgraciado y convencerse de que la vida no tiene encanto. Tal vez la decepción se manifestaba en no importárseme jugar con el peligro y que las cosas pudieran llegar a ser realmente así; o quizá me preparaba para que al otro día empezara todo de nuevo, y sacara más encanto de una pobreza más profunda. Tal vez, mientras me entregaba a la desilusión, tuvieran bien agarradas en el fondo del bolsillo las últimas monedas

Felisberto Hernández, El caballo perdido.

XXIII

Hara Kei escuchaba, sin que la sombra de un gesto descompusiera los rasgos de su rostro. Mantenía los ojos fijos en los labios de Hervé Joncour como si fueran las últimas líneas de una carta de despedida. En la habitación todo estaba tan silencioso e inmóvil que pareció un hecho desmesurado lo que acaeció inesperadamente, y que sin embargo no fue nada.

Alessandro Baricco, Seda.

XXIV

A eso de las nueve de la noche apareció Felipe Müller, que tiene dieciocho años y que por lo tanto, hasta mi irrupción, era el más joven del grupo. Luego salimos todos a cenar a un café chino y estuvimos hasta las tres de la mañana caminando y hablando de literatura. Coincidimos plenamente en que hay que cambiar la poesía mexicana. Nuestra situación (según me pareció entender) es insostenible, entre el imperio de Octavio Paz y el imperio de Pablo Neruda. Es decir: entre la espada y la pared.

Roberto Bolaño, Los detectives salvajes.
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