jueves, 3 de noviembre de 2011

Tarde


Tarde amarilla, rosa,
se va oscureciendo,
está perdida.
Tarde con las hojas secas
que tienen frío.
Tarde con la gente,
gente que quisiera ver siempre,
que no me ubica.
Tarde. Ya es tarde.
Se abre la ventana.
Lo hace sola.
Y la gente imagina
una ventana abierta.
A mí no me recuerda
la gente, o la ventana.
O la tarde.
Hace frío.

Mis deberes.
Me he pasado la vida
haciendo deberes.
Y no he hecho absolutamente nada.
Tarde. Estoy solo
en esta ardua tarea.
¿Quién, si no yo,
haría una cartografía
de las paredes?
Tarde, una de tantas,
pero La tarde a final de cuentas.
Es la primera, la única,
la última tarde de mi vida.
Porque mañana, sí,
m a ñ a n a,
no seré el mismo,
ni el mundo será igual.
Moriré un poquito esta noche,
como todos,
y mañana despertaré ansioso.
Veinticuatro horas más
al bote de basura.
Y tan sólo una tarde.
El día debería ser sólo tarde.
La tarde debería ser más tarde.
O más temprano.
Debería de haber una tarde
en la madrugada.
Sería lindo.

Tarde.
La tarde es un gato que maúlla
detrás de una piedra.
Es el cielo claro, bipolar,
este escalofrío que nadie
n
a
d
i
e

este escalofrío de nadie.

Estremecimiento que se alarga.
Tarde.
Ya no te espero.
Siempre me haces esto.
En otra vida nunca estuve solo.
En esta vida es obvio lo que toca.
Pero mi humor no lo comprende.
Y mi corazón se empeña.
Un evento siempre vespertino.
(La mosca me ve y dice:
el gigante llora)

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