miércoles, 7 de julio de 2010

Los taxis son muy caros hoy en día

El doctor me miró con sus lentes de fondo de botella y me dijo que lo mío no era para morirse, que una gripe era más peligrosa que lo que yo tenía. Pagué y me salí del consultorio. Estaba lloviendo muy fuerte y llevaba puesta una chaqueta que no me cubría para nada del agua porque se empapaba toda y total que después de un rato me sentía muy mojado. Y enojado. Pensaba que iba a morirme pronto pero el doctor había echado abajo mis planes. Ya hasta tenía preparado lo que le iba a decir a Margarita. Ahora llegaría a la casa y le diría: Margarita, no me voy a morir, no tengo nada. Y ella seguramente me daría un largo y cálido abrazo, queriendo compartir mi alegría, una alegría que seguramente yo no tendré porque yo quería morirme.
    En el trabajo, todos me darán palmadas en el hombro. ¡Mi hombro de persona que se iba a morir y siempre no! El jefe seguramente me quitará el aumento que me dio sólo por mi enfermedad terminal. Me dirá algo como “me alegra que ya no necesite ese dinero extra para su tratamiento” y yo voy a tener que sonreírle. Yo lo que quería era morirme y ahora me está dando mucho frío y el camión no pasa. Voy a tomar un taxi.
    Tendré que pagarle a este taxista aunque no me guste que ponga su música ranchera. Le pediría amablemente que le cambiara a cualquier otra cosa, pero tendría que poner mi rostro de enfermo terminal y ya no puedo hacerlo porque el doctor me dijo que no voy a morirme. Claro que llegará un día en que moriré de viejo o se acabará el mundo (oh, mi última esperanza, que se acabe rápido el mundo) pero ese día ahora se ve lejanísimo. Voy a tener que seguir viviendo y haciendo cosas como pagarle a este taxista. ¿Treinta pesos por ir del centro a Lomas? ¡Me quiero morir!
    “Está usted exagerando, señor Ramírez. Su enfermedad es psicosomática”, me dijo el pinche doctor. ¡Hijo de la chingada! ¿Psicosomática? ¡Psicosomáticos sus huevos!
    Abro la puerta de la casa. Me encuentro con la boleta de calificaciones de Rubén. Reprobó matemáticas otra vez. A repetir. O talleres de verano o esas cosas. Pienso: si el doctor no hubiera arruinado mis planes de morirme, podría descansar e ignorar lo desastroso que es el rendimiento escolar de este huevón que dice ser mi hijo pues de todos modos yo habría de llegar pronto al cielo o al infierno. Al que sea, me es indistinto. Y ahí está Rubén, tirado en el sillón, jugando playstation. Ni se da cuenta de que llegué a la casa.
    Voy subiendo por las escaleras y pongo cara de que me tocó Dios y de que la vida es una experiencia sana y divertida. Abro la puerta de mi habitación y me encuentro a Margarita, acostada, viendo la televisión y apretando una y otra vez uno de los botones del control remoto. Quitándome la chaqueta y arrojándola al suelo, grito: ¡vieja, no me voy a morir!
    Lo que hace ella es seguir viendo la televisión sin decir nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre estoy para ti , aunque ya no tengas 6 años.. jaja.

También le extraño y gracias por no olvidar visitarme.

Este cuento me recuerda a mi hace unos dias jaja!

bonito^^

Habla lo que quieras de mí.. dijo...

Roman!!
me encantoo!! en verdad!
xD..como te dije por msn.. la lei 4 veces.. me divierte!!
jajaja.. esta genial!!

Muy padre!!..
BUenas lunas!!

Hasta ponto!:)