miércoles, 12 de mayo de 2010

Todos los iglús vacíos


Se despertó de un largo y pesado sueño. Parpadeó varias veces y miró a su alrededor. Nada familiar, un lugar en el que nunca antes había puesto un pie. Había dos pequeñas lomas frente a él y entre ellas se escurría una vereda indefinida y brusca. Estos tres elementos fungían como testigos de su extrañeza. Todo le parecía tremendamente bizarro; no tenía idea del motivo, razón o circunstancia que lo había colocado en un lugar tan peculiar. El atardecer estaba en su apogeo y el cielo comenzaba a pintarse de tonos rojizos. Las nubes se tiñeron de morado. Había a su lado derecho un enorme letrero blanco. Se acercó para ver lo que había en él; nada más que un rectángulo con una cruz en el centro, y una leyenda que le pareció chocante: "usted está aquí". Ahí estaba, pues, la primera confirmación de su hipótesis: Estaba en un punto medio de la nada.
Debía haber una explicación lógica para tan singular situación. No creía poder estar (aunque evidentemente estaba) atrapado nada más por un capricho del destino. Las nubes se movían con majestuosidad y el viento arrastraba un tenue murmullo. No había nadie a la vista. Ni pájaros cruzando el cielo ni insectos. Pensó que lo más probable era que todo este escenario fuese un sueño muy profundo y que con parpadear podría recuperar su realidad. "No vuelvo a cenar lechuga", llegó a pensar mientras cerraba los párpados con devoción. Esa fue una mala señal, sin embargo. Nunca había estado tan consciente durante un sueño como para recordar lo acontecido antes de irse a dormir. Cerró los ojos con fervor esperando que al abrirlos estuvieran frente a él su computadora, su escritorio y todas esas cosas que forman parte de su cotidianeidad. Pero abrió los ojos y puso un gesto de desilusión. Ahí seguían las dos lomas y su vereda terregosa.
Decidió, pues, caminar. Tenía que haber alguien más ahí que estuviese perdido de la misma manera en la que él lo estaba. Si no había alguien, por lo menos debía haber algún ser vivo, comestible en el mejor de los casos. Caminó y caminó. Contempló paisajes impresionantes de todo tipo. El tiempo parecía correr lento y pudo sentirlo a pesar de que no llevaba reloj alguno. Pasó junto a lagos de agua cristalina, recorrió desiertos insufribles y entró a muchos Iglús vacíos. Cuando no tenía frío, llevaba su suéter gris a rastras porque pensaba que si no le iba a servir era mejor que no le estorbara. Su larga caminata había durado aproximadamente dos días. Llegó a una playa soleada y de fina arena blanca y ahí se sentó; se sentía atrapado, solo, y aunque el sitio en el que se encontraba era bello y tenía una gran diversidad de paisajes, no era su casa ni su rutina. Sentía una fuerte necesidad de volver a ellas. Unas lágrimas se salieron de sus ojos y se tapó el rostro con las manos. La arena se le metía entre los dedos de los pies. El oleaje del mar era imponente y lo arrullaba; sintió la pesadez que precede al sueño. Entonces escuchó una voz.

--¿De verdad quieres regresar? --preguntó una voz de mujer.
--S-si, supongo... –respondió mientras se incorporaba para ver a la mujer.

Era morena, de largo y brillante cabello oscuro; llevaba puesto un vestido blanco desgastado que le llegaba a las rodillas y le permitía a él apreciar la belleza, el bien definido trazo de sus piernas. La piel lucía húmeda por el sudor, la brisa del mar. Había pequeños granitos de arena en sus mejillas y sus brazos. De toque final, una blanca sonrisa escondida detrás de coquetos labios. En otras palabras, la chica poseía una hermosura que, quizás –pensó él--, nadie le había hecho notar.

--Cierra tus ojos –dijo ella mientras se acercaba a él para tomarlo de las manos-- y deja que yo haga el resto.
--Ah, eso no funciona, yo ya lo intenté –dijo él.
--¿Intentar qué? –respondió ella, sonriendo.
--Eso de cerrar los ojos.
--Cree... --le dijo ella y después suspiró.

Él cerró los ojos con la fe de un ateo. Las manos de la chica eran suaves, y en cuanto él las tocó, pensó que sus intenciones eran buenas. Duraron unos segundos con las manos entrelazadas. Por momentos, el hombre se sintió feliz de haber encontrado a alguien. Y vaya alguien tan hermosa. Sin duda, la belleza de la mujer lo había dejado impresionado. Ahora quería abrir los ojos de nueva cuenta para verla, para admirar su sonrisa y su piel, adivinar la forma de aquellos velados muslos. Tal vez, con suerte, provocar su risa. Se decidió. Comenzó a abrir lentamente los ojos y, hundido en sus pensamientos, dijo riendo:

--¿Ves? Te dije que no...

La chica había desaparecido junto con el mar, la playa y la molesta arena entre los dedos. Él estaba ahora en un pasillo viejo, oscuro, de paredes blancas y ni una puerta a la vista. Mientras trataba de entender qué estaba pasando, la voz de la chica sonó ahora como si viniera de todas partes y de ninguna.

--Entonces ya estás aquí –dijo ella.
--¿Aquí en dónde? –preguntó él con tono de desesperación.
--En tu casa, en tu rutina –la mujer hizo una pausa--… En tu vida gris.

La chica rió y el eco de su voz se fue haciendo más tenue al pasar unos segundos. Él se quedó parado, tratando de adivinar qué tan largo sería el pasillo en el que ahora se encontraba. Caminó y caminó. Las paredes cada vez más estrechas y frías; las penumbras cada vez más densas. La oscuridad lo llevaba a rastras casi como él llevaba su suéter y su suéter a la soledad. Siguió caminando y estrechándose hasta el último de sus días.

3 comentarios:

Addi. dijo...

Hola Román :)

Últimamente no he comentado tus entradas, pero eso no quiere decir que no las haya disfrutado o que esté molesto, lo que pasa es que he estado de un lado a otro y adaptarce a un lugar que simplemente no me gusta, está cabrón.

Pero bueno, no sé cuantas veces he oído música mientras te leo, y resultan (a mi parecer) bastante acordes a tus letras. Esta ves escuchaba "The tourist" de Radiohead, y me pareció más que acorder, tu cuento me ha gustado mucho, yo no habria cerrado los ojos para nada, después de encontrarme con esa mujer en paisaje tan bello, supongo que ya no echaría de menos lo poco o mucho que puedo tener en la mancha urbana, salvo algunas cosas claro está. En fin, no sé si está de más decir que tu texto me ha gustado bastante, esté tipo de textos tuyos me gustan mucho, logras las imagenes muy bien, nos haces a todos protagnonistas y espectadores fascinados, aterrados, eufóricos, etc. Todo depende de la ocasión.

Bueno como sea, espero que todo vaya muy bien en todos los aspectos de tu vida, ojalá podamos charlar pronto.

Un abrazo.

Lelio dijo...

he querido pasar desde hace tiempo, sin embargo el poco apetito de leer y escribir poco a poco se diluye extrañamente como si no regresara nunca...

pero leerte me encanto, sinceramente necesitaba leer algo asi para sentir q esto es pasajero y que quiza por el momento sea mejor no regresar... y no dejar perder alguna otro oportunidad como aquel personaje del texto, al menos a si me he sentido identificado con él.

pero en cambio vos no deje de escribir que si no que hare durante este tiempo...

Léa LilÖpve dijo...

Estar en el estado de no estar, el pasillo oscuro, la vida gris...sentí que soñaba al leer esto. No se por que no lo leí antes. Me gustó mucho Román creo que me gustó de más.