domingo, 1 de enero de 2012

El viento hacía todo el trabajo



La ciudad crepuscular se fundía sobre sí misma y yo no tenía sueño. Estaba harto de que el sol se escondiera siempre en el mismo lugar, detrás de los cerros, a las seis y media de la tarde. Esa mañana comprendí mi vida y me puse a limpiar mi habitación. Encontré pretextos solamente, una hilera de excusas básicas y faltas de ingenio. Salí a caminar. El viento hacía todo el trabajo. La pintura de las casas se caía convertida en hojuelas. La noche anterior había soñado un cortometraje que me dio la impresión de que los Oscares no tenían propósito. Y luego pensé en mis hijos y en mi casa. Vi tres segundos del rostro de esa mujer que tanto me gusta, lo suficiente para que el mundo cambiara de forma y de fondo de manera favorable. En la tienda compré chocolates y al deshacerme de las monedas tuve un corto placer. Cerré los ojos y vi escaleras y puertas abiertas y otros tres segundos de ella, ella en todos los ángulos. Quise volver a casa, pero ¿qué hay en casa? En todas partes festejaban menos en televisión: veinte científicos se encargaban de angustiar al espectador promedio. Chocolate y línea de lectura, pensar en ella y soñar, y acomodar la ropa limpia y romper la rutina. Cayó la noche y guardé silencio por partes. Primero mi boca (balbuceaba una canción cualquiera), luego mi cerebro y mi corazón ¡es tan inquieto porque sabe que en alguna parte, porque está consciente de que precisamente en esa parte...!


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