viernes, 1 de julio de 2011

Vírgenes de sal


Lo había planteado de esta forma: Edson entra por la puerta principal. En la mesa del comedor están Roberta y su hija Tatiana, de apenas dos años de edad. Lo primero que Edson ve es el desorden; platos y contenedores por aquí y por allá. Roberta se muestra sorprendida. Se levanta y abre el refrigerador, buscando un frasco de jugo de mango. Tatiana está emocionada por Edson. Éste pregunta qué hora es. Roberta señala el reloj que está encima de la mesa. Son las tres y media de la tarde. Se escucha un ruido al fondo. Es agua, alguien se está bañando. Edson suda; Roberta ha terminado de servir jugo en un vasito entrenador y se lo da a Tatiana.
Entonces alguien dice lo siguiente:
—Hace calor, ¿no?
La voz proviene de afuera. Es Octavio y había estado siguiendo a Edson desde que éste salió del trabajo. Para Roberta, la presencia de Octavio es un hecho desagradable, pero finge frialdad. Tatiana está haciendo un desastre con el jugo: lo derrama y se lo arroja en el rostro. El jugo está frío y ella tiene calor. Quizás se enfermará. Edson dice:
—Estoy aquí por accidente y esto no debería estar pasando.
Roberta asiente. Octavio trata de sonreír, pero la declaración de Edson lo ha dejado frío. Los dos hombres se miran un instante y, sin decirse nada, se enfilan hacia la puerta por donde entraron. No obstante, Tatiana chilla: no quiere que se vayan.
La puerta del baño se abre. Se trata de Clint Eastwood. Mira a todas las personas del comedor con cierta extrañeza. Luego sonríe y dice algo que nadie escucha con atención. Se dirige a su habitación, se viste y se mentaliza: sabe que esa noche recibirá algunos premios, o cuando menos una docena de apretones de mano. Pero no le gusta.
Edson no sabe que la persona que salió del baño era Clint Eastwood. Se dirige con Tatiana y le acaricia una mejilla. Le dice:
—Bonita, no tiene caso que yo esté aquí.
Tatiana lo mira dolida. Sus ojos brillan. Ahora está llorando.
Finalmente salen Octavio y Edson. Roberta se siente aliviada y corre a buscar a Clint, pero descubre que es demasiado tarde. Clint ha salido por la puerta trasera y dejó el patio hecho un desastre. ¿Pero por qué, si sólo era cuestión de que trepara por el naranjo?
Un vendedor de paletas está recitando un poema. Roberta alcanza a escuchar unos cuantos versos. Tatiana solloza en silencio. Sorbe sus lágrimas. El poema.

Canto de pájaros que vuelan
Incólumes y sin descanso.
Ay, si mi madre me viera,
Ay, ¡si mi madre me viera!

2 comentarios:

Lelio dijo...

los ultimos textos que he leido tuyos me han resultado muy interesante...

espero sigas asi y despues sean libros completamente tuyos los q se publiquen.

Lelio dijo...

oye eso de las opciones para opinar esta muy bien. luego me explicas como se configura.