martes, 15 de junio de 2010

Las ocho y treinta




(Deja de chingar pendeja - Oxomaxoma)

Carla leía una revista en el baño a las ocho y media de la noche. Hacía calor; ahí en el baño un calor que ahogaba y afuera uno que hacía sudar. Sus padres platicaban sentados en la cama de lo mal que iba la vida, de los asuntos cotidianos de repente difíciles, de las malas notas de Carolina, la más chica. Papá con el rostro de tibio enojo. Mamá percibiendo el probable humor explosivo de Papá. Entonces Carla leía la revista y pensaba en no querer pensar más. Escuchaba de fondo las voces de sus padres y luego la televisión de la sala con las caricaturas de Carolina y la chica pasándola increíble, la despreocupación, la tarea ya hecha y ya revisada y ya repasada. Entonces cómo es posible que las malas notas. Nadie entiende. Los reportes que la maestra de tercero pone en los cuadernos de Carolina no llegan, se quedan en Carolina o en algún basurero camino a casa, hechos bolita. Por eso nadie entiende.
   Carla leía su revista en el baño. Papá tiene hambre, quiere cenar. No llegó a comer por el trabajo, porque en la bodega, porque en la oficina, porque algunas cosas más. Mamá recuerda que no hay leche, que no hay jugo o cualquier cosa que Papá pudiera llegar a querer tomar. Y Papá se tapa el rostro con las manos entrelazadas, un reflejo de la desesperación, del cómo puede ser que no haya nada de tomar. Mamá rompe la conversación con Papá y trata de elevarse por encima del ruido de la televisión y la puerta de madera del baño.
   —Hace falta leche, niñas.
   Nadie responde. Carolina escuchó pero cómo ir a la tienda si es tan chica y la pueden robar. Carla también escuchó pero qué va, está en el baño y el mundo es mundo allá afuera pero no con ella. Mamá vuelve a la carga.
   —Niñas, su papá ya quiere cenar —dice con voz un poquito más alta—, ¿quién va a la tienda por la leche?
   Y nada. Entonces Mamá entiende que quizás no la escucharon. Se pone de pie, va al pasillo y pregunta a Carolina por su hermana mayor. Que está en el baño, dice.
   —Carla, ¿puedes ir a la tienda por un litro de leche?
   La atrapó. Carla cierra la revista y suspira y es un suspiro de fastidio. “Ya nadie puede leer un ratito a gusto”, piensa. Sí, sólo piensa porque decirlo habría sido un problema.
   —Sí, mamá, ahorita voy —responde.
   Y Carolina cambia de canal porque ya se terminó el programa de las ocho y ahora hace zapping sin descanso. Papá siente el estómago inquieto. Las manos en la frente. Trompetilla con la boca. Que le duele la cabeza. Que qué pinche calor. Que lo demás. Mamá se impacienta.
   —Hija, por favor ve pronto —dice con tono suplicante—. A tu papá le duele la cabeza de hambre.
   “¿Entonces por qué no va él por la maldita leche?”, se dice Carla. Pero cómo, si se siente mal y además hay que ser buena muchacha y todo eso. Y Carolina dice que ya tiene hambre y Mamá responde que sí, que nomás falta que Carla se decida y vaya por la leche. Mamá se regresa al cuarto y allí ve a Papá abanicándose con el periódico. Que me duele la cabeza, puta madre. Que mira, tómate esta pastillita. Que dónde está Carla y por qué no sale. Que ya no tarda. Carla escucha todo esto y se levanta y se arregla el cabello frente al espejo porque no va a salir a ninguna tienda si no se ve bonita, si no se ve espectacular. Aunque sólo pueda mirarla la gente de la cuadra que la ve todos los días. La que dice que qué muchachita tan desangelada, pobrecita.
   Y pasan los minutos, y Carla se cepilla el cabello y Carolina se queja. Papá se sienta en la cama y hace gestos de dolor, la mano izquierda en la frente por la migraña. Y Mamá grita “¡Carla!” y Carla allí peinándose, perfumándose, porque no quiere salir realmente pero si lo hace será sólo si va bañada en aromas cítricos. Carolina tiene hambre y no deja el zapping. Y papá.
   —¿A qué horas vas a ir, Carla? —pregunta Papá con la voz como puede porque la cabeza lo agobia.
   —¡Ya voy! —grita Carla.
   —¡Llevas horas yendo, chingado! —responde Papá y ahora sí molesto.
   Mamá tiembla. Entonces Carla piensa que vaya genio el de su padre, porque ya es padre, ya no papá, ni papito, ni papi. Se ve en el espejo y piensa que ya, que ya puede salir a la calle. Carolina apaga la televisión y va al cuarto de sus papás y frunce el ceño y dice que ya tiene mucha hambre y que a qué horas y Mamá dice que ya va Carla por la leche. Papá dice: ¿Por qué no va Carolina? Mamá le responde: Está muy chiquita. Entonces Papá hace otra trompetilla mientras Carolina, recargada sobre la puerta de la habitación, juega con las bolitas de papel que tiene en los bolsillos.
   Carla cree que ya es momento de abrir la puerta. Que ya se ve hermosa. “Ahorita están pasando los de la secundaria. ¿Podré ver a Martín?”, se pregunta y siente cosquillas en el estómago. Mariposas. Y mientras Carla ya se decidió a salir y se queda viendo su reflejo en el espejo, Papá dice que aquello ya fue suficiente, se pone de pie y a pesar del dolor va al baño, abre la puerta que Carla no abrió en minutos (pero largo tiempo a final de cuentas) y le pregunta a cachetadas que a qué horas va a ir por la chingada leche. Carla cae al suelo y se cuestiona demasiadas cosas, como la hora, como el por qué ella tenía que ir por la leche y no Carolina, que ya está grandecita, como el por qué de repente su Papá pegándole, gritándole que a qué horas va a ir por la pinche leche, que porque ya tiene hambre, que porque no es posible que Carolina saque tan malas calificaciones siendo que ya firmó la tarea, que ya está cansado de que nadie vaya por la leche cuando él quiere. Carla y las cachetadas, de repente el puño cerrado de Papá y ya no puede verlo. Ya no quiere verlo. Y Mamá escucha los ruidos, los golpes, escucha a Carla gritando y corre a ver qué pasa y no se mete porque cómo. Y Carolina observa. Carla llora y le duele la cara, Papá se levanta y va por la leche. Carolina tiene miedo, se le caen las bolitas de papel en el pasillo y Mamá pregunta de qué se trata. No me vayas a pegar, mami. No le vayas a decir a papi que me pegue, porque le tengo miedo.
   Papá llega con la leche. Las mujeres ya están abajo en la mesa. Todos cenan juntos, como familia. Aunque Carla llore, aunque Carolina tiemble y Mamá sea incapaz de parpadear. Aunque Papá mire siempre su plato y sólo su plato. Aunque piense que le cayó mal la leche. Aunque Mamá le muestre lo que traía Carolina en los pantalones. Y Carla piensa que hace unos pocos minutos y moretones leía una revista en el baño. Y ahora ve (no escucha) a su padre con la pequeña Carolina, que grita y llora y gimotea “no Papá, por favor no me pegues”, que ya está grandecita como para poder haber ido por la leche y evitar una cena como la de esa noche, tan llena de temblor y tan llena de la cara de Mamá, como si se preguntara qué ha hecho mal.

9 comentarios:

Athena dijo...

Roman, como siempre, me impactas con tus relatos. Este tan crudo, tan real, nos muestra perfectamente una de las muchas escenas que se protagonizan frecuentemente en las familias, la de la violencia domestica. Tu estilo unico, propio, me lleva de la mano de lo impredecible, del suspenso; o de la filosofia y lo profundo. Me parece maravilloso todo lo que escribes!

María - Té de Libelula dijo...

Me dejó sin palabras tu relato.

Muchas veces, agregas un final... Lo que se puede decir, agradable o feliz...

Pero esta vez, le diste un toque diferente...


Sabes? Me parece reflexivo. ¿Cuántas vecs los papás han perdido la paciencia?
¿Cómo se quejan, cuando ellos también pueden cooperar?

Gracias, Rocalfo.

Cuidate (:

María - Té de Libelula dijo...

Coincido con el comentario de la señorita Blanca (:

Violencia doméstica... /:

Shell dijo...

Esto es terriblemente distinto a lo que te he leído hasta ahora.

Realmente supiste meterte en la piel de la chica, has pasado la etapa del soñador romántico para adueñarte de temas más profundos...

Casi chillo recordando episodios de mi infancia.

Yo también he sido como Carla y también he pensado: si él quiere leche, ¿por qué no va por ella, chingado?
Deberías enmarcar esto y ponerlo en tu pared o de perdida publicarlo.
Felicidades, hijito.

Shell dijo...

Esto es terriblemente distinto a lo que te he leído hasta ahora.

Realmente supiste meterte en la piel de la chica, has pasado la etapa del soñador romántico para adueñarte de temas más profundos...

Casi chillo recordando episodios de mi infancia.

Yo también he sido como Carla y también he pensado: si él quiere leche, ¿por qué no va por ella, chingado?
Deberías enmarcar esto y ponerlo en tu pared o de perdida publicarlo.
Felicidades, hijito.

Shell dijo...

Esto es terriblemente distinto a lo que te he leído hasta ahora.

Realmente supiste meterte en la piel de la chica, has pasado la etapa del soñador romántico para adueñarte de temas más profundos...

Casi chillo recordando episodios de mi infancia.

Yo también he sido como Carla y también he pensado: si él quiere leche, ¿por qué no va por ella, chingado?
Deberías enmarcar esto y ponerlo en tu pared o de perdida publicarlo.
Felicidades, hijito.

Lelio dijo...

orale, quede sorprendido de este relato.

creo haber temblado y haber hecho la misma cara que Carolina; como comenta Maria arriba; te hace reflexionar de lo que pasa.

muy real, muy crudo...

Lelio dijo...

orale, quede sorprendido de este relato.

creo haber temblado y haber hecho la misma cara que Carolina; como comenta Maria arriba; te hace reflexionar de lo que pasa.

muy real, muy crudo...

Lelio dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.