He salido a la calle sólo para ver el cielo, porque me dijeron que llovería, y pienso en la libreta. Bueno, aquí en la calle no hay mucho qué ver, puedo decir que soy la única persona deambulando por esta banqueta y es verdad, es algo que no me molesta. Siento una extraña sensación en el cuerpo, y es que jamás pensé que su libreta podría perderse. ¿Ahora qué voy a hacer? ¿En donde la dejé? ¿Qué hice con ella? Estaba seguro de haber revisado minuciosamente cada rincón de mi habitación. Pero había un hueco extraño en mi memoria, un arrebato de olvido repentino, ya no me acordaba de mi vida. El viento presagiaba la tormenta y la melancolía, y el cielo gris me aplastaba. No sé hacia donde estoy yendo. No por ahora.
Ella me entregó esa libreta roja en una cálida mañana de Julio. Me pidió que le escribiera cuantos poemas se me ocurrieran. Antes de que llegara ella con su cuaderno yo no era poeta, porque no tenía a nadie a quién escribirle poemas. No me apetecía escribirle poemas al aire, a la vida, a la patria. Pero cuando la ví sonriente, coqueta, con la libreta en mano, cambié. Accedí. Me lo tomé demasiado en serio la primera ocasión. Busqué un parque tranquilo y solitario, me senté en una banca y no pude escribir ni una línea. Tuvieron que pasar unas dos semanas para poder escribir un primer verso. A partir de ese momento, no paré. Dos, tres versos diarios, estrofas completas. No éramos los mejores amigos, ella era solamente una especie de clienta. Y yo he perdido la maldita libreta roja. Lo que es peor, me he dado cuenta de ello en una gélida tarde de Enero. No puedo sentirme más miserable. Enero es desgraciado por su clima, me encanta el frío pero no ahora. ¿Ahora qué voy a hacer?
Me cae una gota en la cara, entre la nariz y el ojo izquierdo. Volteo a ver el cielo y pido en silencio que llueva con fuerza, y lo pido por favor. No llevo chamarra, ni suéter. Voy con los brazos descubiertos, en la calle deben de pensar que estoy loco. Pero en la calle no hay nadie, sólo la estúpida libreta ausente y yo angustiado. Camino a ninguna parte. El cielo gris se oscurece, deben ser como las seis de la tarde. Recuerdo un verso que le escribí. Hablaba sobre una sombra tímida que observaba a una mujer mientras se desvestía cada noche. Siempre pensé que ese poema le parecería demasiado pretencioso, porque después de todo yo sólo era un proveedor y ella sólo mi clienta, una musa formal. Todo debía ser tan profesional, ella sólo lo leería para provocarse quien sabe cuáles emociones. Eso era lo que me gustaba pensar, pero en el fondo tenía otra motivación. Nunca estuve seguro, nunca supe si yo le gustaba o le resultaba atractivo, nunca supe qué fue lo que la orilló a pedirme ese favor tan inusual, pero ya no importaba porque yo ya había perdido la jodida libreta y lo más seguro es que ella no querría volver a verme nunca jamás. Yo confieso, siempre quise ser la sombra tímida observándola, pero ella no debe de saberlo. No debe de averiguarlo.
Me doy cuenta de que estoy caminando hacia su casa. No hay nada que pueda detenerme. En una extraña maniobra, cambié mi inseguridad, mi miedo maquillado, por una cuestionable valentía y ganas de decirle de una vez por todas que perdí su adorable libreta pero que de todas maneras siento algo hondo en el pecho cada vez que la miro. Llueve. Ahora sí está lloviendo en serio. Diviso su casa a lo lejos y no hay autos en la acera. Lagos, no te vuelvas pueblo fantasma. Siempre es así con la ciudad en Enero, porque Enero es desgraciado por su clima. ¿Cómo se lo voy a decir? Perdí tu libreta, pero déjame contarte cómo fue. Estaba en esas cuando pisé un charco profundo y se me atascó el pie en el lodo. Maldije a muchísimas madres, pero no quiero que la mía piense que la insulté. Si ella hubiera estado allí en mi lugar también habría insultado a una madre anónima o a muchas. Seguí caminando. Me entró una duda escalofriante: ¿habré revisado bien mi cuarto? Debería ir a una papelería, comprar una libreta roja idéntica y engañarla, reescribir versos, inventarlos, engañarla. Recordé un verso en especial, tenía una frase que decía tu eres mi verdadero silencio. Siempre pensé que sonaría muy arrojada, pero ahora ya no importaba. Estaba ya a tres puertas de su casa. Un animal imaginario pataleaba en mi garganta. Cuando toqué el timbre, olvidé qué era lo que estaba haciendo allí.
-¿Qué haces aquí en plena lluvia? ¡No llevas suéter!- me dijo ella.
-Vine a saludarte, vine a ver cómo estabas.
-Estoy leyendo los versos de la libreta roja, son encantadores.
-Qué bueno que estás satisfecha- le dije.
-Más que eso, es que eres un excelente poeta.
Estaba lloviendo muy fuerte y yo temblaba. Ella me miraba y parecía que las nubes del cielo me miraban también, pero nunca tuve la oportunidad de comprobarlo.
-¿Quieres salir mañana?- le dije, no sé por qué.
-No puedo, pero toma esto- me dio un billete cuya cantidad no me interesó.
-¿Por qué no?
-Saldré con mi novio.
Tosí. Nos despedimos, ella insistió en que tomara un suéter de los que había en su casa pero no quería nada de esa casa. Entonces me acordé de la noche anterior, cuando había recorrido todo este camino para llevarle la libreta. Me acordé que me atasqué de fragancia, me peiné, traté de no empolvarme en el camino y llevaba una sonrisa decorativa en mi cara. Me acordé de cómo toqué el timbre, de cómo ella me recibió, de cómo le dí la libreta y le expliqué todo el proceso… Juro que lo había olvidado, a lo mejor es el clima de Enero. Pienso que fui un estúpido al escribir cosas como El Verdadero Silencio, pero ya me había pagado, ella me había dado mi comisión. El negocio ya había concluido. ¿Se imaginará que escribí todos esos poemas pensando en ella? Pienso que no, pero si sí, ¿qué? Siempre fue algo lógico, pero la puerta de la lógica es la última que abro. La verdad estuvo frente a mis ojos pero no quise abrirlos. Yo sabía que era mi clienta, pero mi corazón insistió en ilusionarse. Ella me dio una libreta para escribir poemas, no para escribir poemas con intención de conquistarla. Evité pisar el lodazal y le escupí cuando pasé junto a él. Ahora lo sé todo, ahora lo entiendo todo. Nunca fui más que un proveedor. ¿Por qué dije que perdí la libreta?
Quería verla, es todo. Tardaré en entender, pero sé que me inventé el pretexto de haber perdido la libreta sólo para entretenerme. En el fondo quería verla porque era mi musa. Nunca pensé que ella sólo quería leer buenos poemas. He decidido que son los únicos y los últimos. Pensé en que debí sacarles fotocopias, pero es que yo no quiero ser poeta. Yo no quiero ser poeta. Yo no soy poeta. Yo no necesito ningún suéter. Yo no sé por qué olvidé la noche anterior. Me mojé sólo porque sí. No había nadie en la calle, de todas maneras. Nadie me vio llorar.
Ella me entregó esa libreta roja en una cálida mañana de Julio. Me pidió que le escribiera cuantos poemas se me ocurrieran. Antes de que llegara ella con su cuaderno yo no era poeta, porque no tenía a nadie a quién escribirle poemas. No me apetecía escribirle poemas al aire, a la vida, a la patria. Pero cuando la ví sonriente, coqueta, con la libreta en mano, cambié. Accedí. Me lo tomé demasiado en serio la primera ocasión. Busqué un parque tranquilo y solitario, me senté en una banca y no pude escribir ni una línea. Tuvieron que pasar unas dos semanas para poder escribir un primer verso. A partir de ese momento, no paré. Dos, tres versos diarios, estrofas completas. No éramos los mejores amigos, ella era solamente una especie de clienta. Y yo he perdido la maldita libreta roja. Lo que es peor, me he dado cuenta de ello en una gélida tarde de Enero. No puedo sentirme más miserable. Enero es desgraciado por su clima, me encanta el frío pero no ahora. ¿Ahora qué voy a hacer?
Me cae una gota en la cara, entre la nariz y el ojo izquierdo. Volteo a ver el cielo y pido en silencio que llueva con fuerza, y lo pido por favor. No llevo chamarra, ni suéter. Voy con los brazos descubiertos, en la calle deben de pensar que estoy loco. Pero en la calle no hay nadie, sólo la estúpida libreta ausente y yo angustiado. Camino a ninguna parte. El cielo gris se oscurece, deben ser como las seis de la tarde. Recuerdo un verso que le escribí. Hablaba sobre una sombra tímida que observaba a una mujer mientras se desvestía cada noche. Siempre pensé que ese poema le parecería demasiado pretencioso, porque después de todo yo sólo era un proveedor y ella sólo mi clienta, una musa formal. Todo debía ser tan profesional, ella sólo lo leería para provocarse quien sabe cuáles emociones. Eso era lo que me gustaba pensar, pero en el fondo tenía otra motivación. Nunca estuve seguro, nunca supe si yo le gustaba o le resultaba atractivo, nunca supe qué fue lo que la orilló a pedirme ese favor tan inusual, pero ya no importaba porque yo ya había perdido la jodida libreta y lo más seguro es que ella no querría volver a verme nunca jamás. Yo confieso, siempre quise ser la sombra tímida observándola, pero ella no debe de saberlo. No debe de averiguarlo.
Me doy cuenta de que estoy caminando hacia su casa. No hay nada que pueda detenerme. En una extraña maniobra, cambié mi inseguridad, mi miedo maquillado, por una cuestionable valentía y ganas de decirle de una vez por todas que perdí su adorable libreta pero que de todas maneras siento algo hondo en el pecho cada vez que la miro. Llueve. Ahora sí está lloviendo en serio. Diviso su casa a lo lejos y no hay autos en la acera. Lagos, no te vuelvas pueblo fantasma. Siempre es así con la ciudad en Enero, porque Enero es desgraciado por su clima. ¿Cómo se lo voy a decir? Perdí tu libreta, pero déjame contarte cómo fue. Estaba en esas cuando pisé un charco profundo y se me atascó el pie en el lodo. Maldije a muchísimas madres, pero no quiero que la mía piense que la insulté. Si ella hubiera estado allí en mi lugar también habría insultado a una madre anónima o a muchas. Seguí caminando. Me entró una duda escalofriante: ¿habré revisado bien mi cuarto? Debería ir a una papelería, comprar una libreta roja idéntica y engañarla, reescribir versos, inventarlos, engañarla. Recordé un verso en especial, tenía una frase que decía tu eres mi verdadero silencio. Siempre pensé que sonaría muy arrojada, pero ahora ya no importaba. Estaba ya a tres puertas de su casa. Un animal imaginario pataleaba en mi garganta. Cuando toqué el timbre, olvidé qué era lo que estaba haciendo allí.
-¿Qué haces aquí en plena lluvia? ¡No llevas suéter!- me dijo ella.
-Vine a saludarte, vine a ver cómo estabas.
-Estoy leyendo los versos de la libreta roja, son encantadores.
-Qué bueno que estás satisfecha- le dije.
-Más que eso, es que eres un excelente poeta.
Estaba lloviendo muy fuerte y yo temblaba. Ella me miraba y parecía que las nubes del cielo me miraban también, pero nunca tuve la oportunidad de comprobarlo.
-¿Quieres salir mañana?- le dije, no sé por qué.
-No puedo, pero toma esto- me dio un billete cuya cantidad no me interesó.
-¿Por qué no?
-Saldré con mi novio.
Tosí. Nos despedimos, ella insistió en que tomara un suéter de los que había en su casa pero no quería nada de esa casa. Entonces me acordé de la noche anterior, cuando había recorrido todo este camino para llevarle la libreta. Me acordé que me atasqué de fragancia, me peiné, traté de no empolvarme en el camino y llevaba una sonrisa decorativa en mi cara. Me acordé de cómo toqué el timbre, de cómo ella me recibió, de cómo le dí la libreta y le expliqué todo el proceso… Juro que lo había olvidado, a lo mejor es el clima de Enero. Pienso que fui un estúpido al escribir cosas como El Verdadero Silencio, pero ya me había pagado, ella me había dado mi comisión. El negocio ya había concluido. ¿Se imaginará que escribí todos esos poemas pensando en ella? Pienso que no, pero si sí, ¿qué? Siempre fue algo lógico, pero la puerta de la lógica es la última que abro. La verdad estuvo frente a mis ojos pero no quise abrirlos. Yo sabía que era mi clienta, pero mi corazón insistió en ilusionarse. Ella me dio una libreta para escribir poemas, no para escribir poemas con intención de conquistarla. Evité pisar el lodazal y le escupí cuando pasé junto a él. Ahora lo sé todo, ahora lo entiendo todo. Nunca fui más que un proveedor. ¿Por qué dije que perdí la libreta?
Quería verla, es todo. Tardaré en entender, pero sé que me inventé el pretexto de haber perdido la libreta sólo para entretenerme. En el fondo quería verla porque era mi musa. Nunca pensé que ella sólo quería leer buenos poemas. He decidido que son los únicos y los últimos. Pensé en que debí sacarles fotocopias, pero es que yo no quiero ser poeta. Yo no quiero ser poeta. Yo no soy poeta. Yo no necesito ningún suéter. Yo no sé por qué olvidé la noche anterior. Me mojé sólo porque sí. No había nadie en la calle, de todas maneras. Nadie me vio llorar.
7 comentarios:
Tengo 3 pseudopalabras para esto:
no mames chidisimo!
:)
metaforas metaforas que hariamos sin ellas!
:D me encanto el final
Carnal! No mames! Esta más que genial!! Sublime!! El final, el climax, todos! Me atrapó en serio y por completo! Me ha Gustado un chingo rocalfo, con esto me sacudes la cabeza y me recuerdas por que soy tu fans
Me paarece qe si.. esta wenisimo jeje
Enero.... Tal vez si sea el clima
saludos .. casi compañero!
El silencio es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños.
Ese si me llegó, de veras si me llegó. Ahorita esta lloviendo. Que pinche clima el de Enero. Buenisimo!!
Saludos carnal.
Aqui ya no llueve amiwi...
Aqui hace sol, pero cuando llueve, me cai quesi me encanta andar de Thecuresco, es que, sabes, me llego la historia, la imagen, ando inspirado, ya debi haberme jeteado, dentro de dos horas tende q levantarme
Cabron, sin comentarios, esas sensaciones me hicieron recordar la veces que teriné regresando a mi casa sin conseguir algo a cambio...
QUE FINAL TAN PERRO ADEMÁS
me encantó, este tipo de historias son las que me hacen de plano ir al Fondo de Cultura Económicaa mostrar mi propuesta...
:)
Publicar un comentario