Miercoles, 14 de Octubre.
Clarissa me acaba de pedir el divorcio hace media hora. Lo hizo antes de salir con sus amigas, de tal forma que me quedé yo solo en el departamento, solo y hambriento, ya que han pasado unas 3 semanas desde la última vez que Clarissa se dispuso a preparar algo de cenar.
Últimamente ha sido así de fría y desapegada, cosa que he podido notar a la hora de dormir, cuando su sola presencia convierte la tibieza del colchón en una sucursal barata del refrigerador. Además, claro está, que hace mucho tiempo que la cama no sirve más que para dormir.
Haciendo gala de su frialdad inmisericorde, me pidió el divorcio de forma simplona y monótona, sin necesidad de levantar siquiera el volumen de su voz. Así, me puse a jugar su juego y le dije "está bien", mientras me hacía el distraído, falsamente absorto en la contemplación de mi plato de cereal. Tampoco fue capaz de insultarme, puesto que eso implica enojarse, y me siento miserable al admitir que tampoco pude arrebatarle eso, un femenino y coqueto arranque de enojo.
Ella dice que no es feliz. Yo tampoco soy feliz teniendo un adorno gélido e indiferente como esposa, pero la verdad es que nunca me he atrevido a expresarle eso a nadie porque francamente no tiene sentido hacerlo. Víctima temerosa de mis propios silencios, sucumbí ante la mediocridad de nuestra vida sentimental, misma que iba incrementandose en volumen y densidad con el correr de los días, al grado de que, de repente, había una barrera inmensa pero invisible que me impedía siquiera preguntarle un "¿cómo estas?" sin recibir a cambio unos tibios y evidentes puntos suspensivos.
Ignoro a qué horas volverá, si es que llega a hacerlo, pero por si las dudas, preparé todo para dormir en la sala de televisión, único lugar del departamento que puedo decir que es mío sin temor a que alguien diga lo contrario. Me traje unas sábanas, un vaso de jugo de naranja, y esta libreta, en la cual estoy escribiendo justo ahora. A ella le dejé libre la habitación para que pueda hacer con ella lo que se le dé su gana cuando llegue, si es que se digna en regresar. Supongo que ahora voy a ver la televisión un rato y voy a pretender que, por el tono de su voz, Clarissa no dijo nada interesante.
Lo único que me puede quitar el sueño en este momento es ese par de mosquitos que acechan el sofá, tal como lo haría un par de delincuentes rodeando un automovil de lujo en un barrio abandonado. Yo para nada soy equiparable a un automóvil de lujo, aunque la soledad, que repentinamente hizo acto de presencia, me hace pensar que estoy sentado en la banca de un parque sucio, anclado en un barrio abandonado.
Apagaré las luces, prenderé la televisión.
Viernes, 16 de Octubre.
Clarissa no llegó a dormir aquella noche y eso me provoca sentimientos encontrados. Luego me enteré, por medio de personas cuyo nombre no creo necesario mencionar, que había pasado la noche en casa de una amiga suya, Laura, quien es una solterona empedernida, y quien seguramente le llenó la mente a Clarissa con discursos feministas que terminaron por hacerle ver que nuestro matrimonio era un ridículo acuerdo sin sentido.
Hoy, saliendo de la oficina, me dí un rato para caminar por el centro comercial y comprar algunas cosas que no necesito, pero que sin duda me harán algún bien. Uno a uno, los empleados de la tienda departamental desfilaban hacía mí, viles depredadores, uniformados todos con la malicia suficiente como para convencerme de que era indispensable que yo contara con una nueva chaqueta, un lujoso par de zapatos relucientes, y una bufanda que nunca usaré. Pararme frente a la caja me producía cierta felicidad, como la que siente uno cuando es niño y junta los regalos que yacen debajo del árbol de navidad y su celosa vigilancia.
El ritual de depositar mi tarjeta en manos del empleado en turno, previa conversacion pulcra y llena de comentarios vacíos pero muy educados, acrecentaba esa dichosa alegría. Antes de salir de la tienda, me detuvo una empleada, que al parecer fue puesta allí por el mismísimo Creador con el simple y sano fin de hacerme estremecer: me entregó un papelito perfumado con la fragancia preferida de Clarissa. Allí se esfumó mi felicidad, entera, efímera, consumista.
Llegué al departamento y ahí estaba Clarissa, vestida con su ropa de dormir, mirando fijamente la pantalla del televisor, evadiendo mi saludo y, por ende, mi presencia en sí. Puse las cosas en la habitación y me preparé la cena, que consistía básicamente en otro plato de cereal. Mientras eso pasaba, Clarissa me comentaba que ya había conversado con un abogado, que le había comentado de nuestra agonizante unión marital, y también me pidió de favor que contratara lo más pronto posible a un hombre de leyes, para así poder dar burocrática sepultura a nuestro joven matrimonio de tan sólo un año, cumplido apenas este Lunes, día de la raza. Yo le dije que sí a todo lo que me comentaba, y cerré nuestra diplomática conversación con un "buenas noches, dormiré en la salita de tele". Sentía un nudo en la garganta tan grande que pensé que se podía disolver con el enjuage bucal, pero me equivoqué.
Apagaré las luces, prenderé la televisión, y trataré de matar a ese par de mosquitos, hijitos de la chingada.
Sábado, 17 de Octubre.
Me acaba de despertar Clarissa, sollozante, con una pregunta:
-¿No te duele que nos esté pasando esto?.
-Puede ser, ¿y a tí?- respondí.
-Sí, mucho.
Cerró la puerta y se fue a la habitación, donde estuvo llorando un buen rato hasta que se quedó dormida. Sus ronquidos me hicieron pensar que ya era hora de que yo también tratara de conciliar el sueño, y de que a mi también me dolía, y mucho.
Lunes, 19 de Octubre
"Carlos, el departamento es tuyo, los muebles no tanto", me dijo Fernando, amigo mío, ahora en el papel de abogado fiel y consejero pre-apocalíptico. "Voy a ver qué se puede hacer con respecto al mobiliario, pero no te aseguro nada", dijo con un gesto de preocupación. Luego yo pagué la cuenta y me trajo al departamento, que es mío, que sería mío después del divorcio, y en el cual se encontraba una mujer llorosa, pidiendole compasión a la almohada.
Apagaré las luces, prenderé la televisión, trataré de matar a otro par de mosquitos que están relevando a los que asesiné hace días, y procuraré tener suficiente jugo de naranja en mi vaso.
Jueves, 22 de Octubre.
Clarissa ya hizo sus maletas y se la pasó toda la tarde hablando por teléfono con un tal Jorge. Me da gusto que ya tenga asilo, y que ese tal Jorge haya evitado que la tarde se convirtiera en otro már de lágrimas de parte de Clarissa. Dice que no necesita ningunos muebles, excepto unos adornos que yo siempre consideré simplones. Ahora que la habitación está así, libre de cosas de mujer, es cuando me da cierta tristeza. Cambié la televisión del dormitorio por la de la salita porque esta ultima es más grande. Había pensado dormir por siempre y para siempre en la salita de tele, porque me había alojado en los momentos más inexplicables de mi miserable divorcio, pero luego recordé que el colchón era demasiado caro como para desperdiciarlo por el simple temor a ser presa del recuerdo de la presencia de mi agridulce Clarissa bajo sus sábanas.
Terminé moviendo, de alguna manera, el sofá de la salita de tele a mi habitación.
Sábado, 24 de Octubre, día posterior a mi cumpleaños.
Ayer vinieron Fernando y otros dos amigos con la firme intención de llevarme al bar a festejar que había yo cumplido un año más de existencia en este mundo. Lo lograron, y sólo recuerdo que tomé mucho. Hoy desperté, me levanté de la cama y vomité. Dos veces. Bajé a la farmacia, obligado por el hambre y el malestar, a comprar un par de objetos que pudieran ayudarme. Cuando entré, noté que había una nueva empleada en la farmacia, y creo que ella notó, o más bien adivinó mi estado y supo exactamente qué darme.
-Quédese con el cambio- le dije cortésmente.
-¡Menos mal! -exclamó ella- es usted el primer cliente del día y por eso no tengo cambio qué darle.
Sonreímos. Creo que estoy enamorado.
Aún así no puedo dejar de pensar en Clarissa. Durante toda la tarde traté de recordar qué era lo que me había hecho caer en sus redes, o que provocó que ella cayera en las mías. ¿Porqué una mujer tan helada me había cautivado tanto? Me era difícil recordar a Clarissa, la novia, ensombrecida por la imagen de Clarissa, la esposa. Ahora que estoy aquí solo, sentado en este sofá como un psicólogo sin clientes, o como un sacerdote esperando a un parroquiano que necesite por sobre todas las cosas confesar sus pecados carnales, es cuando más extraño la indiferente seriedad de Clarissa.
Apagaré las luces, prenderé la televisión, trataré de matar a una mosca ingrata que habita en lo más recóndito de mi habitación, y procuraré tener suficiente jugo de naranja en mi vaso. El Lunes compraré más.
Lunes, 26 de Octubre.
Clarissa me mandó un correo electrónico con una animación de un gatito que apagaba las velas de un pastel. Abajo de la imagen brillaba la leyenda "felicidades". Me impresionó que una mujer tan distante como ella se atreviera a enviarme un detalle aparentemente optimista, contrario a su personalidad, o por lo menos a la que yo llegué a conocer durante nuestro matrimonio. Después comprendí que Clarissa era una mujer diferente, cuando la ví sonriente, infantil y graciosa de la mano de quien supongo era Jorge, en el centro comercial. Ojalá que, por el bien de Jorge, Clarissa siga siendo así durante su matrimonio, que sospecho que no tarda en inaugurarse.
Hoy fui a la farmacia a comprar jugo de naranja, y la chica aceptó mi invitación a cenar.
Aún no me sé su nombre, aún no me lo sé.
Clarissa me acaba de pedir el divorcio hace media hora. Lo hizo antes de salir con sus amigas, de tal forma que me quedé yo solo en el departamento, solo y hambriento, ya que han pasado unas 3 semanas desde la última vez que Clarissa se dispuso a preparar algo de cenar.
Últimamente ha sido así de fría y desapegada, cosa que he podido notar a la hora de dormir, cuando su sola presencia convierte la tibieza del colchón en una sucursal barata del refrigerador. Además, claro está, que hace mucho tiempo que la cama no sirve más que para dormir.
Haciendo gala de su frialdad inmisericorde, me pidió el divorcio de forma simplona y monótona, sin necesidad de levantar siquiera el volumen de su voz. Así, me puse a jugar su juego y le dije "está bien", mientras me hacía el distraído, falsamente absorto en la contemplación de mi plato de cereal. Tampoco fue capaz de insultarme, puesto que eso implica enojarse, y me siento miserable al admitir que tampoco pude arrebatarle eso, un femenino y coqueto arranque de enojo.
Ella dice que no es feliz. Yo tampoco soy feliz teniendo un adorno gélido e indiferente como esposa, pero la verdad es que nunca me he atrevido a expresarle eso a nadie porque francamente no tiene sentido hacerlo. Víctima temerosa de mis propios silencios, sucumbí ante la mediocridad de nuestra vida sentimental, misma que iba incrementandose en volumen y densidad con el correr de los días, al grado de que, de repente, había una barrera inmensa pero invisible que me impedía siquiera preguntarle un "¿cómo estas?" sin recibir a cambio unos tibios y evidentes puntos suspensivos.
Ignoro a qué horas volverá, si es que llega a hacerlo, pero por si las dudas, preparé todo para dormir en la sala de televisión, único lugar del departamento que puedo decir que es mío sin temor a que alguien diga lo contrario. Me traje unas sábanas, un vaso de jugo de naranja, y esta libreta, en la cual estoy escribiendo justo ahora. A ella le dejé libre la habitación para que pueda hacer con ella lo que se le dé su gana cuando llegue, si es que se digna en regresar. Supongo que ahora voy a ver la televisión un rato y voy a pretender que, por el tono de su voz, Clarissa no dijo nada interesante.
Lo único que me puede quitar el sueño en este momento es ese par de mosquitos que acechan el sofá, tal como lo haría un par de delincuentes rodeando un automovil de lujo en un barrio abandonado. Yo para nada soy equiparable a un automóvil de lujo, aunque la soledad, que repentinamente hizo acto de presencia, me hace pensar que estoy sentado en la banca de un parque sucio, anclado en un barrio abandonado.
Apagaré las luces, prenderé la televisión.
Viernes, 16 de Octubre.
Clarissa no llegó a dormir aquella noche y eso me provoca sentimientos encontrados. Luego me enteré, por medio de personas cuyo nombre no creo necesario mencionar, que había pasado la noche en casa de una amiga suya, Laura, quien es una solterona empedernida, y quien seguramente le llenó la mente a Clarissa con discursos feministas que terminaron por hacerle ver que nuestro matrimonio era un ridículo acuerdo sin sentido.
Hoy, saliendo de la oficina, me dí un rato para caminar por el centro comercial y comprar algunas cosas que no necesito, pero que sin duda me harán algún bien. Uno a uno, los empleados de la tienda departamental desfilaban hacía mí, viles depredadores, uniformados todos con la malicia suficiente como para convencerme de que era indispensable que yo contara con una nueva chaqueta, un lujoso par de zapatos relucientes, y una bufanda que nunca usaré. Pararme frente a la caja me producía cierta felicidad, como la que siente uno cuando es niño y junta los regalos que yacen debajo del árbol de navidad y su celosa vigilancia.
El ritual de depositar mi tarjeta en manos del empleado en turno, previa conversacion pulcra y llena de comentarios vacíos pero muy educados, acrecentaba esa dichosa alegría. Antes de salir de la tienda, me detuvo una empleada, que al parecer fue puesta allí por el mismísimo Creador con el simple y sano fin de hacerme estremecer: me entregó un papelito perfumado con la fragancia preferida de Clarissa. Allí se esfumó mi felicidad, entera, efímera, consumista.
Llegué al departamento y ahí estaba Clarissa, vestida con su ropa de dormir, mirando fijamente la pantalla del televisor, evadiendo mi saludo y, por ende, mi presencia en sí. Puse las cosas en la habitación y me preparé la cena, que consistía básicamente en otro plato de cereal. Mientras eso pasaba, Clarissa me comentaba que ya había conversado con un abogado, que le había comentado de nuestra agonizante unión marital, y también me pidió de favor que contratara lo más pronto posible a un hombre de leyes, para así poder dar burocrática sepultura a nuestro joven matrimonio de tan sólo un año, cumplido apenas este Lunes, día de la raza. Yo le dije que sí a todo lo que me comentaba, y cerré nuestra diplomática conversación con un "buenas noches, dormiré en la salita de tele". Sentía un nudo en la garganta tan grande que pensé que se podía disolver con el enjuage bucal, pero me equivoqué.
Apagaré las luces, prenderé la televisión, y trataré de matar a ese par de mosquitos, hijitos de la chingada.
Sábado, 17 de Octubre.
Me acaba de despertar Clarissa, sollozante, con una pregunta:
-¿No te duele que nos esté pasando esto?.
-Puede ser, ¿y a tí?- respondí.
-Sí, mucho.
Cerró la puerta y se fue a la habitación, donde estuvo llorando un buen rato hasta que se quedó dormida. Sus ronquidos me hicieron pensar que ya era hora de que yo también tratara de conciliar el sueño, y de que a mi también me dolía, y mucho.
Lunes, 19 de Octubre
"Carlos, el departamento es tuyo, los muebles no tanto", me dijo Fernando, amigo mío, ahora en el papel de abogado fiel y consejero pre-apocalíptico. "Voy a ver qué se puede hacer con respecto al mobiliario, pero no te aseguro nada", dijo con un gesto de preocupación. Luego yo pagué la cuenta y me trajo al departamento, que es mío, que sería mío después del divorcio, y en el cual se encontraba una mujer llorosa, pidiendole compasión a la almohada.
Apagaré las luces, prenderé la televisión, trataré de matar a otro par de mosquitos que están relevando a los que asesiné hace días, y procuraré tener suficiente jugo de naranja en mi vaso.
Jueves, 22 de Octubre.
Clarissa ya hizo sus maletas y se la pasó toda la tarde hablando por teléfono con un tal Jorge. Me da gusto que ya tenga asilo, y que ese tal Jorge haya evitado que la tarde se convirtiera en otro már de lágrimas de parte de Clarissa. Dice que no necesita ningunos muebles, excepto unos adornos que yo siempre consideré simplones. Ahora que la habitación está así, libre de cosas de mujer, es cuando me da cierta tristeza. Cambié la televisión del dormitorio por la de la salita porque esta ultima es más grande. Había pensado dormir por siempre y para siempre en la salita de tele, porque me había alojado en los momentos más inexplicables de mi miserable divorcio, pero luego recordé que el colchón era demasiado caro como para desperdiciarlo por el simple temor a ser presa del recuerdo de la presencia de mi agridulce Clarissa bajo sus sábanas.
Terminé moviendo, de alguna manera, el sofá de la salita de tele a mi habitación.
Sábado, 24 de Octubre, día posterior a mi cumpleaños.
Ayer vinieron Fernando y otros dos amigos con la firme intención de llevarme al bar a festejar que había yo cumplido un año más de existencia en este mundo. Lo lograron, y sólo recuerdo que tomé mucho. Hoy desperté, me levanté de la cama y vomité. Dos veces. Bajé a la farmacia, obligado por el hambre y el malestar, a comprar un par de objetos que pudieran ayudarme. Cuando entré, noté que había una nueva empleada en la farmacia, y creo que ella notó, o más bien adivinó mi estado y supo exactamente qué darme.
-Quédese con el cambio- le dije cortésmente.
-¡Menos mal! -exclamó ella- es usted el primer cliente del día y por eso no tengo cambio qué darle.
Sonreímos. Creo que estoy enamorado.
Aún así no puedo dejar de pensar en Clarissa. Durante toda la tarde traté de recordar qué era lo que me había hecho caer en sus redes, o que provocó que ella cayera en las mías. ¿Porqué una mujer tan helada me había cautivado tanto? Me era difícil recordar a Clarissa, la novia, ensombrecida por la imagen de Clarissa, la esposa. Ahora que estoy aquí solo, sentado en este sofá como un psicólogo sin clientes, o como un sacerdote esperando a un parroquiano que necesite por sobre todas las cosas confesar sus pecados carnales, es cuando más extraño la indiferente seriedad de Clarissa.
Apagaré las luces, prenderé la televisión, trataré de matar a una mosca ingrata que habita en lo más recóndito de mi habitación, y procuraré tener suficiente jugo de naranja en mi vaso. El Lunes compraré más.
Lunes, 26 de Octubre.
Clarissa me mandó un correo electrónico con una animación de un gatito que apagaba las velas de un pastel. Abajo de la imagen brillaba la leyenda "felicidades". Me impresionó que una mujer tan distante como ella se atreviera a enviarme un detalle aparentemente optimista, contrario a su personalidad, o por lo menos a la que yo llegué a conocer durante nuestro matrimonio. Después comprendí que Clarissa era una mujer diferente, cuando la ví sonriente, infantil y graciosa de la mano de quien supongo era Jorge, en el centro comercial. Ojalá que, por el bien de Jorge, Clarissa siga siendo así durante su matrimonio, que sospecho que no tarda en inaugurarse.
Hoy fui a la farmacia a comprar jugo de naranja, y la chica aceptó mi invitación a cenar.
Aún no me sé su nombre, aún no me lo sé.
4 comentarios:
Pensaba hacer una historia de la misma metrica y trama, el abandono y la sensacion de esta, pero pues, en la madrugada corrompi a mi mente y justo antes de largarme a jetear escribi la de tengo...
Que decirte rodo, todo tan explicito, tan visceral, tan adulto, adultero, agridulce, tan maduro, considero tu escritura muy adelantada a tu edad, diria yo, muy precoz, no esta mal, es solo que a veces pienso que tienes una idea visionaria de lo que bien podria ser tuvida, esperemos que no sea asi, y que solo sea creacion de tu imaginacion...
Chingona, repito, de principio a fin, me volvi a picar leyendo esta madre...
no manches rodo,esta muy buena es una historia que se apega mucho a una realidad no muy futura,neta que me senti protagonista jejejejeje
saludos
Me encuentro bien o simplemente me encuentro?...
Yo creo que ni siquiera me encuentro.
jeje, nunca supe lo complicado de encontrarse hasta que me di cuenta de que es necesario hacerlo en algun punto de tu vida... o mas bien, definir lo que haz encontrado, de ti, y lo que eres..
Y aún más complicado es encontrarte bien.
Supongo que es muy complejo como para profundizar más n__n
sin duda alguna tienes ese no se qué.. que logra que termine leyendo tus entradas.. me encanta pasar mi aburrida mañana llena de tragos de melancolia y añoranza en rokalandiaa.. bieen hecho!.. me ponez a pensaar jaja! =) te kiero..
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