La primera vez que la vi fue en un sueño. Estábamos los dos dentro de un armario y nos pegaba la luz del sol que entraba por la ventana. Ella estaba desnuda y me decía cosas tiernas al oído. Luego empecé a soñar otras cosas que no tenían nada que ver con ella y más tarde me desperté.
Después de un rato mi hermano se despertó también y encendió la televisión de la sala. Se sentó en la alfombra. Estaban pasando una competencia de ciclismo. Le pregunté si le gustaba el ciclismo y dijo que no sabía. Y se quedó mirando la pantalla sin parpadear. Bajé a la cocina por un plato de cereal con leche y subí para dejarlo en la mesita de la sala. Mi mamá estaba barriendo el patio y no se detuvo al verme. Estaba cantando una canción. Me dieron muchísimas ganas de darle los buenos días. Pero me gusta más darle las buenas tardes.
Me salí de la casa y caminé pensando en la chica que acababa de soñar. Mi esperanza era verla pasar por ahí, quizás también buscándome. Pero llegué a la parada del camión sin que nadie como ella apareciera.
Esperé unos minutos. A mi lado estaba un hombre delgado con cara de no muchos amigos. Agitaba una y otra vez la mano en la que traía las monedas. A esa hora no pasaban muchos coches por el boulevard y los pocos que pasaban reflejaban la luz del sol que lentamente iba saliendo. Y el brillo nos calaba en los ojos.
Llegó un par de señoras con bolsas para el mandado todavía vacías. Hablaban sobre lo horrible que es que suban los precios de las cosas. Me dieron ganas de decirles que yo también estaba igualmente horrorizado, pero en eso llegó el camión y las señoras ya tenían un pie adentro cuando yo apenas pensaba en lo que iba a decir.
Le di una moneda de diez pesos al chofer y luché por recordar las palabras exactas que la mujer de mi sueño me había dicho. Pudo haber sido algo como “soy toda para ti”. El chofer me dio el cambio de mala gana. Me senté en el primer asiento vacío que vi. Del lado de la ventana estaba una chica con un ojo morado. Miraba al infinito. Cuando me senté y tuve tiempo de mirar por la ventana, me di cuenta de que el infinito es algo muy entretenido de ver.
¿Acaso fue un “me encanta que seas mío para siempre”?
El camión arrancó y avanzó tambaleante por la calle. Algunos topes cruzan la calle en diagonal, y cuando los camiones pasan por encima de ellos, todos los pasajeros se mueven de un lado a otro, y es peor para los que van de pie agarrados de donde pueden. La calle se iba estrechando conforme el camión se acercaba al centro. Uno llega a sentir que en cualquier instante el camión chocará con uno de los muchos automóviles estacionados. La sensación es todavía más impresionante si uno va del lado de la ventana, pero la chica que iba junto a mí seguía mirando al infinito, un infinito que se iba moviendo a nuestro ritmo, que se desparramaba de puerta en puerta, de cara en cara.
En cierto momento del viaje me di cuenta de que me había subido al camión sin saber porqué. Entonces me bajé del camión.
Quedé frente a una pollería. Los cuerpos redondos y empalados de los pájaros muertos daban vueltas frente al fuego. La empleada me miró con simpatía. Escuchaba a Selena. Los camiones pasaban y dejaban una olorosa estela de humo, y a mí me parecía que una parte de todo ese humo iba a dar a la rosticería y que las jugosas pechugas se llenaban de smog. Podría haber visto el movimiento de los pollos durante horas, pero alguien me empujó y tuve que seguir caminando a pesar de que no sabía a dónde iba.
¿Acaso fue un “adoro ser tuya para siempre”?
Me metí a la plaza y anduve mirando distraído los aparadores de las tiendas. Me senté en una de las bancas solitarias y me puse a ver pasar a la gente. Pero a esa hora no pasaban muchas personas.
A mi lado había un policía que le hablaba de amor a una de las empleadas de limpieza de la plaza. Ella lo miraba coqueta. Así me miró la chica de mi sueño, sólo que ella estaba desnuda, no con uno de esos delantales azules que llevan las empleadas de limpieza de la plaza. Y casi, casi puedo asegurar que sentí su piel húmeda mientras la tenía abrazada y me decía cosas tiernas al oído.
Entré al supermercado y compré medio kilo de jitomates y dos libros. Los libros los compré para mi hermano. Los jitomates para mí.
Cuando salí de la plaza, saqué un jitomate de la bolsita y le di un mordisco. Estaba jugoso y se chorreó.
Entonces pienso que así de jugosos eran los besos de la chica del sueño. Y no nada más sus besos.
Pasé por la pollería y compré medio pollo. Lo del smog me había abierto el apetito. La empleada me tuteó e hizo de los pocos segundos que estuvimos frente a frente algo muy disfrutable.
Decidí regresar a casa a pie. En el camino me compré un refresco que me supo horrible. Me senté en una banca del parque a descansar y a pensar qué sabor de refresco debí haber escogido en lugar de tamarindo, y en eso vi pasar a una vieja amiga. La detuve y vi la tristeza en sus ojos.
—Estoy destrozada —me dijo—, he terminado con mi novio.
Yo no sabía muy bien qué decirle. Pensé algo rápido y se lo dije.
—No te preocupes, encontrarás a alguien que te valore como te mereces.
Ella sonrió y luego se soltó llorando en mi hombro. La chica de mi sueño no lloró en mi hombro, pero las gotitas de sudor que corrían por sus mejillas parecían querer imitar lágrimas de felicidad. Mi amiga me dijo que yo era un tipo estupendo. Yo quise aprender a valorarla como se merecía. Pero no sé si podría hacerlo después de haberla imaginado desnuda durante toda la adolescencia.
Mi amiga se despidió de mí y se fue. Yo también.
Abrí la puerta de la casa y mi madre estaba cortando cebollas en el comedor. Lloraba demasiado. Le di las buenas tardes. Subí a la sala y encontré que mi hermano también estaba llorando. Cuando me vio, se levantó y me dio un abrazo, y me dijo entre sollozos:
—Hermano, le tengo miedo a los naufragios.
—Nunca nos vamos a subir a un barco, no tengas miedo —le dije.
Acaricié su barba y dejé los libros junto al plato de cereal con leche que estaba medio vacío. Le dije a mi hermano que los libros eran para él. Pero él seguía llorando porque un miedo enorme a los naufragios se había apoderado de su pensamiento.
¿Acaso fue un “nunca voy a dejarte ir”? Me jode olvidar los diálogos de mis sueños.
Bajé y le di a mi mamá uno de los jitomates que quedaban. Le dije que estaban riquísimos.
—Prueba las cebollas —me dijo—, a tu padre le encantaban las cebollas crudas cuando tenía tu edad.
En eso llegó mi papá y vi la tristeza en sus ojos.
—Hoy murió un bebé en mis manos —dijo en cuanto cerró la puerta.
Mi mamá corrió a abrazarlo. Escuché que mi hermano gritaba de miedo allá arriba. Subí para tranquilizarlo.
¿Acaso fue un “te amo y no seré de nadie más que no seas tú”?
En la televisión de la sala, una animación por computadora reproducía el naufragio del Titanic. Mi hermano no podía soportarlo. La sola pronunciación de la palabra “naufragio” lo hacía estrellar su cabeza contra la pared. Rápidamente cambié de canal y me encontré con la transmisión de un torneo de golf.
Le pregunté si le gustaba el golf y dijo que no sabía. Y se quedó mirando la pantalla sin parpadear.
Después de un rato mi hermano se despertó también y encendió la televisión de la sala. Se sentó en la alfombra. Estaban pasando una competencia de ciclismo. Le pregunté si le gustaba el ciclismo y dijo que no sabía. Y se quedó mirando la pantalla sin parpadear. Bajé a la cocina por un plato de cereal con leche y subí para dejarlo en la mesita de la sala. Mi mamá estaba barriendo el patio y no se detuvo al verme. Estaba cantando una canción. Me dieron muchísimas ganas de darle los buenos días. Pero me gusta más darle las buenas tardes.
Me salí de la casa y caminé pensando en la chica que acababa de soñar. Mi esperanza era verla pasar por ahí, quizás también buscándome. Pero llegué a la parada del camión sin que nadie como ella apareciera.
Esperé unos minutos. A mi lado estaba un hombre delgado con cara de no muchos amigos. Agitaba una y otra vez la mano en la que traía las monedas. A esa hora no pasaban muchos coches por el boulevard y los pocos que pasaban reflejaban la luz del sol que lentamente iba saliendo. Y el brillo nos calaba en los ojos.
Llegó un par de señoras con bolsas para el mandado todavía vacías. Hablaban sobre lo horrible que es que suban los precios de las cosas. Me dieron ganas de decirles que yo también estaba igualmente horrorizado, pero en eso llegó el camión y las señoras ya tenían un pie adentro cuando yo apenas pensaba en lo que iba a decir.
Le di una moneda de diez pesos al chofer y luché por recordar las palabras exactas que la mujer de mi sueño me había dicho. Pudo haber sido algo como “soy toda para ti”. El chofer me dio el cambio de mala gana. Me senté en el primer asiento vacío que vi. Del lado de la ventana estaba una chica con un ojo morado. Miraba al infinito. Cuando me senté y tuve tiempo de mirar por la ventana, me di cuenta de que el infinito es algo muy entretenido de ver.
¿Acaso fue un “me encanta que seas mío para siempre”?
El camión arrancó y avanzó tambaleante por la calle. Algunos topes cruzan la calle en diagonal, y cuando los camiones pasan por encima de ellos, todos los pasajeros se mueven de un lado a otro, y es peor para los que van de pie agarrados de donde pueden. La calle se iba estrechando conforme el camión se acercaba al centro. Uno llega a sentir que en cualquier instante el camión chocará con uno de los muchos automóviles estacionados. La sensación es todavía más impresionante si uno va del lado de la ventana, pero la chica que iba junto a mí seguía mirando al infinito, un infinito que se iba moviendo a nuestro ritmo, que se desparramaba de puerta en puerta, de cara en cara.
En cierto momento del viaje me di cuenta de que me había subido al camión sin saber porqué. Entonces me bajé del camión.
Quedé frente a una pollería. Los cuerpos redondos y empalados de los pájaros muertos daban vueltas frente al fuego. La empleada me miró con simpatía. Escuchaba a Selena. Los camiones pasaban y dejaban una olorosa estela de humo, y a mí me parecía que una parte de todo ese humo iba a dar a la rosticería y que las jugosas pechugas se llenaban de smog. Podría haber visto el movimiento de los pollos durante horas, pero alguien me empujó y tuve que seguir caminando a pesar de que no sabía a dónde iba.
¿Acaso fue un “adoro ser tuya para siempre”?
Me metí a la plaza y anduve mirando distraído los aparadores de las tiendas. Me senté en una de las bancas solitarias y me puse a ver pasar a la gente. Pero a esa hora no pasaban muchas personas.
A mi lado había un policía que le hablaba de amor a una de las empleadas de limpieza de la plaza. Ella lo miraba coqueta. Así me miró la chica de mi sueño, sólo que ella estaba desnuda, no con uno de esos delantales azules que llevan las empleadas de limpieza de la plaza. Y casi, casi puedo asegurar que sentí su piel húmeda mientras la tenía abrazada y me decía cosas tiernas al oído.
Entré al supermercado y compré medio kilo de jitomates y dos libros. Los libros los compré para mi hermano. Los jitomates para mí.
Cuando salí de la plaza, saqué un jitomate de la bolsita y le di un mordisco. Estaba jugoso y se chorreó.
Entonces pienso que así de jugosos eran los besos de la chica del sueño. Y no nada más sus besos.
Pasé por la pollería y compré medio pollo. Lo del smog me había abierto el apetito. La empleada me tuteó e hizo de los pocos segundos que estuvimos frente a frente algo muy disfrutable.
Decidí regresar a casa a pie. En el camino me compré un refresco que me supo horrible. Me senté en una banca del parque a descansar y a pensar qué sabor de refresco debí haber escogido en lugar de tamarindo, y en eso vi pasar a una vieja amiga. La detuve y vi la tristeza en sus ojos.
—Estoy destrozada —me dijo—, he terminado con mi novio.
Yo no sabía muy bien qué decirle. Pensé algo rápido y se lo dije.
—No te preocupes, encontrarás a alguien que te valore como te mereces.
Ella sonrió y luego se soltó llorando en mi hombro. La chica de mi sueño no lloró en mi hombro, pero las gotitas de sudor que corrían por sus mejillas parecían querer imitar lágrimas de felicidad. Mi amiga me dijo que yo era un tipo estupendo. Yo quise aprender a valorarla como se merecía. Pero no sé si podría hacerlo después de haberla imaginado desnuda durante toda la adolescencia.
Mi amiga se despidió de mí y se fue. Yo también.
Abrí la puerta de la casa y mi madre estaba cortando cebollas en el comedor. Lloraba demasiado. Le di las buenas tardes. Subí a la sala y encontré que mi hermano también estaba llorando. Cuando me vio, se levantó y me dio un abrazo, y me dijo entre sollozos:
—Hermano, le tengo miedo a los naufragios.
—Nunca nos vamos a subir a un barco, no tengas miedo —le dije.
Acaricié su barba y dejé los libros junto al plato de cereal con leche que estaba medio vacío. Le dije a mi hermano que los libros eran para él. Pero él seguía llorando porque un miedo enorme a los naufragios se había apoderado de su pensamiento.
¿Acaso fue un “nunca voy a dejarte ir”? Me jode olvidar los diálogos de mis sueños.
Bajé y le di a mi mamá uno de los jitomates que quedaban. Le dije que estaban riquísimos.
—Prueba las cebollas —me dijo—, a tu padre le encantaban las cebollas crudas cuando tenía tu edad.
En eso llegó mi papá y vi la tristeza en sus ojos.
—Hoy murió un bebé en mis manos —dijo en cuanto cerró la puerta.
Mi mamá corrió a abrazarlo. Escuché que mi hermano gritaba de miedo allá arriba. Subí para tranquilizarlo.
¿Acaso fue un “te amo y no seré de nadie más que no seas tú”?
En la televisión de la sala, una animación por computadora reproducía el naufragio del Titanic. Mi hermano no podía soportarlo. La sola pronunciación de la palabra “naufragio” lo hacía estrellar su cabeza contra la pared. Rápidamente cambié de canal y me encontré con la transmisión de un torneo de golf.
Le pregunté si le gustaba el golf y dijo que no sabía. Y se quedó mirando la pantalla sin parpadear.
8 comentarios:
Rommí!! Me encantó.
Me sentí muy conectada o muy identificada con algunas cosas, con otras no tanto. El jitomate me da asco S:
En serio, me hace recordar la plática de cuado te dije que soñé a tu sobrino. AL igual que al personaje, también me enoja que se me olviden los dialogos, jiji.
Gracias por compartirlo.
Te quiero. (:
(Aún cuando no lo diga o paresca todo lo contrario).
Chido men!! me gustan tus letras!
Pff dios te dije que algun dia comentaria cuando en realidad tuviera algo bueno que decir....
No encuentro las palabras exactas asi que no te emociones con que mi vocabulario te sorprenda por que no será así, creo que el momento en el que te diga lo que en verdad te mereces por lo que haces no alcanzaria con tan solo un montón de peroratas mias...
En fin mi querido amigo Roman, tienes un gran talento en verdad, y no simplemente por que sepas acomodar un montón de letras y hagas que se oigan estupendas (El cual lo haces de maravilla)
Si no por que no temes ser tu mismo a la hora de escribir, siento que te expresas de una manera tan peculiar que haces que "nosotros" como lectores nos permitamos imaginarnos todo un mundo de posibilidades, provocando que nos despiertes de nuestras vidas monotonas...
Para darle una hojeada a lo posible...
Saludos!!!
xD
Jum!! te queria firmar con este flog pero en fin
dije lo que tenia que decir
xD
No te hubieras bajado del camión.
No te hubieras bajado del camión.
Tenía qué. Pensé que ibas a estar afuera.
buenas tardes, dire yo...
tenia rato sin leer algo que en verdad me atrapara, lo confieso, tu cuento me atrapo...
y esq tienes ese don para contar las cosas, para hacernos entrar en la historia...
apenas vi en tu face lo de la revisa... intentare conseguirla aqui en el distrito, yo creo en un sanborns la encontrare...
felicidades por ello, sigue asi, escribes estupendo.
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