Estaba sentado frente a la barda del patio cuando llegó la lagartija y se posó nerviosamente en la pared, buscando algún buen sitio para recibir los rayos del sol. Terminó por situarse al borde, justo en el límite entre mi casa y la casa de los vecinos. Allí se posó y se quedó quieta durante un largo rato. Pensé en aquella mujer y en la enfermiza distancia que ahora reinaba entre nosotros. Años atrás éramos inseparables, y yo le dedicaba cada párrafo, verso o frase que salía de mi mente. Éramos tan jóvenes, tan crédulos del amor, que a veces imaginaba que ella sería la primera y única mujer de mi vida. El tiempo me mostró, no sin sufrimiento, lo equivocado que me encontraba. Fue la lagartija, con su penetrante mirada y sus ademanes nerviosos, la que me hizo sentir infeliz a las doce del mediodía. Quizás ella lo ignoraba, pero su imagen me transportaba, no sé por qué, a esa mujer.
Durante los siguientes días, adquirí el hábito de salir al patio a la misma hora para ver si tenía la suerte de contemplar de nuevo a la lagartija. No tenía nada en especial, era un miembro común y corriente de su especie. Poseía un color verde parduzco que a ratos parecía café, y no era excepcionalmente grande. Aún así, contemplarla me entretenía y le daba a mi vida un momento de simplona tranquilidad. Gradualmente la lagartija llegaba más temprano a nuestra involuntaria cita, y hubo una ocasión en que, en cuanto me vio llegar, salió huyendo. Esa vez me quedé sentado en la pequeña barda que está frente a la pared preferida del reptil aquel, y de nuevo me inundó el recuerdo de esa mujer y del tórrido romance que alguna vez alimentamos. Descubrí lo fácil que puede perderse un amor así. Es como un remolino que comienza con mucha furia y termina perdiéndose en el aire, sin que nada pueda regenerarlo. Sólo el tiempo y la casualidad pueden recrearlo. ¿Cuantos años más podían pasar? ¿Cuántas casualidades?
Los días pasaron y la lagartija, de repente, dejó de acudir a la pared. Llegué a preguntarme por su bienestar, pues por aquí abundan ciertos depredadores que sienten predilección por animales como ella. Me entristecí de sólo pensar en su pequeño cuerpo siendo masticado por algún perro callejero flaco y sarnoso. Realmente me había encariñado con aquel reptil. Estaba sumido en mi incipiente malestar cuando mi novia salió al patio y me vio allí, sentado y cabizbajo. Amo su abnegación, amo sus cuidados, su cariño cálido y sus atenciones. Me encanta su amor estable y sincero. Pero es que la lagartija… Y es que mi antiguo amor… Mi mujer me preguntó el motivo de mi tristeza y yo no fui capaz de responderle con palabras. Se sentó junto a mí e hizo que recostara mi cabeza en su hombro, para acariciarme y llenarme de mimos. Yo no podía explicarle el asunto del reptil porque era algo bastante tonto, y mucho menos podía contarle sobre aquella mujer, tan lejana ya… Eran situaciones distintas, pero la casualidad nos había juntado en el patio a la lagartija, al recuerdo de mi primer amor, y a mí.
Mi mujer me llevó a la cama y allí pude dejar de pensar en el asunto del muro. Me dediqué por completo a corresponder las atenciones de mi leal amada. No obstante, preso de la intranquilidad y una incipiente obsesión, acudí al día siguiente al patio, esperando encontrarme con la lagartija. Ella no estaba allí, pero en vez de desilusionarme, tuve una idea que parecía sensata. Busqué alguna carnada para atraer al reptil, encontrando en las macetas un par de chapulines grandes y un tanto desagradables. Les arranqué los miembros y los dejé retorciéndose en la parte superior del muro, del lado derecho, por donde siempre entra la lagartija. Luego me puse a esperar al citado animal. Mientras tanto, el sol caía sobre mi cuerpo con pesadez y empecé a sudar. El pequeño reptil no hacía acto de presencia y yo caí de nuevo en el pensamiento de aquella mujer que tanto amé, la primera que me entregó su corazón y de la cual ya nada sabía. Las nubes no aparecían, la lagartija tampoco. Mi novia pasó de un lado a otro del comedor, sin que me dejara saber qué es lo que estaba haciendo. Escuché a los chapulines mientras trataban de moverse y sentí que había sido una aberración amputarles los miembros, pero todo era por una buena causa. No, buena causa no, una extraña causa. Ya no sabía muy bien qué era lo que realmente me motivaba a seguir esperando al ingrato reptil. El patio parecía un desierto y en mi cabeza aleteaban, inquietos y desordenados, mis pensamientos. A ratos aparecía la imagen de mi primera amante, y luego pensaba en la lagartija y ya no sabía muy buen cual era cual. Comencé a marearme, luego los chapulines y mi novia y el sol y las sombras y yo y lo demás. Y la mujer y el amor y el sudor y la risa y ya no puedo. Dije “basta”. Me puse de pie y decidí terminar, de una vez por todas, con esa absurda situación.
Sin embargo, no pude avanzar mucho. En cuanto me paré, cerré los ojos por el mareo y escuché un ligero crunch crunch, como si alguien estuviese masticando algo. Levanté la mirada hacia el muro y ahí estaba la lagartija, degustando esos ricos chapulines con voracidad. Ahora que el reptil había llegado a la cita, yo no sabía muy bien qué hacer. ¿Y si la atrapaba? Podría fácilmente construir algún terrario para conservarla. O podría tomarle una fotografía para guardarla como un bonito, aunque excéntrico recuerdo. O podía hacer ambas cosas. Me acerqué a la pared mientras la lagartija masticaba su comida y pude observarla con detenimiento. Ahora, más que nunca, el animalito me resultaba encantador. Mientras cerraba sus mandíbulas, parecía mirarme, y movía la cabeza de un lado a otro, no sé por qué motivo en realidad, pero me gusta pensar que lo hacía para apreciarme mejor. Cuando terminó de devorar el segundo chapulín, noté algo extraño en su cuerpo, algo que no había visto en ocasiones anteriores. El lagartijo tenía una franja roja en su espalda, que terminaba con una mancha triangular en su cabeza. Parecía que tenía una flecha pintada en las escamas. Tomé la decisión de atraparlo para observar dicha característica con más detalle. Me convertí, de pronto, en un depredador, en el más peligroso que el pobre animalito podría tener jamás. Levanté los dos brazos, lentamente y en silencio, sin apartar la vista de mi presa. Ella me miraba fijamente, con una mirada curiosa y un tanto hueca. Hubo algunos momentos de elevada tensión entre los dos, y todo el entorno pareció desaparecer.
Di unos cuantos pasos con sigilo, y haciendo uso de unos reflejos que no sabía que tenía, moví rápidamente mi mano derecha, atrapando al lagartijo entre mis dedos. No se movió, simplemente encajó sus pequeñas garras en mi piel y me permitió mirarlo. La franja roja parecía ser natural. Como sabía que la lagartija no permanecería mucho tiempo en mis manos, decidí mostrársela a mi novia, que estaba parada en el comedor, observando mi hazaña. En cuanto caminé hacia ella, el animalito se escapó de mis manos y corrió al interior de la casa. Era increíblemente veloz y lo perseguí, no sin antes avisar a mi mujer de lo que estaba pasando. La puerta del patio estaba abierta, así que el reptil entró y mi novia no pudo atraparlo. El animalito cruzó el comedor y salió por la puerta de entrada. Yo seguía corriendo, estaba decidido a capturar al desgraciado animal y avisé a mi mujer, con un grito, mientras abría la puerta, de que iría a cazar a la lagartija.
Esto no fue nada sencillo. Como ya dije, el animal corría sin detenerse y, lo que es peor, podía escurrirse entre los rincones a los que yo ni siquiera podía asomarme. La lagartija seguía escapando endemoniadamente, y me imagino que debí haberme visto algo estúpido siguiendo a un reptil al que muy pocas personas consideran de importancia. Ya no se trataba de perseguir al animal por los motivos que antes me habían llevado a querer atraparlo, sino más bien porque el lagartijo se había burlado de mí. Yo le había dado de comer y ahora me respondía con semejante barbaridad. Eso era para mí algo intolerable. Luego pensé, “¿qué haré cuando lo tenga de nuevo en la mano?”, pero dicha idea no prosperó en mi cabeza. Yo no tenía tiempo para cavilar. El sol seguía brillando en todo lo alto, convirtiéndome en un frenético y sudoroso maniático, persiguiendo a un bicho que cabía en la palma de mi mano. A veces, aprovechándose de sus habilidades, el lagartijo trepaba por las paredes de las casas, colocándose muy lejos de mi alcance. Me preguntaba hasta donde diablos me llevaría el condenado animal.
Estuve tanto tiempo observando a la pequeña flecha roja mientras corría sobre la calle, que no me detuve a mirar en donde nos estábamos metiendo. Sin dejarme ver exactamente cómo había sucedido, la lagartija se había internado en un enorme terreno baldío al que ya no pude acceder, por cansancio, por hartazgo y porque pensaba que todo había sido algo tonto. Pero entonces me fijé en la casa que estaba al lado izquierdo del terreno baldío y retrocedí unos pasos. Ahí estaba, parada frente a la puerta, mi primer amor, vestida de forma modesta, pero igual de hermosa que cuando fuimos novios. Me vio, la vi, y lentamente me acerqué a ella. Nos saludamos titubeando y reíamos nerviosos. Conforme yo iba caminando, una sonrisa se iba dibujando en su rostro. Me imagino que en el mío sucedió lo mismo. Cuando llegué a ella, escuché un ruido proveniente del terreno baldío. Volteamos y vimos al lagartijo, ya sin su flecha roja. Sonreí mientras la lagartija se escondía. Abracé a la mujer que durante tanto tiempo había sido mi musa predilecta y la besé. Aquel embrollo del reptil había culminado en una escena que jamás habría imaginado. Nos metimos a su casa y evitamos toda clase de conversación, de explicación o de pretexto. Simplemente comenzamos a deshacernos de las fantasías que anidaban desde hace tiempo en nuestras cabezas de la única manera posible: llevándolas a cabo.
Regresé a casa y mi novia me esperaba con los brazos abiertos, deseosa de saber qué había sucedido con el lagartijo. Yo sonreí y le dije que lo había perdido de vista. Ella suspiró y me dio un tierno beso en la frente. Desde entonces, cada que aparece una lagartija, la persigo hasta que, por una inocente casualidad, termino en aquel terreno baldío… O mejor dicho, en la casa que está al lado.
Durante los siguientes días, adquirí el hábito de salir al patio a la misma hora para ver si tenía la suerte de contemplar de nuevo a la lagartija. No tenía nada en especial, era un miembro común y corriente de su especie. Poseía un color verde parduzco que a ratos parecía café, y no era excepcionalmente grande. Aún así, contemplarla me entretenía y le daba a mi vida un momento de simplona tranquilidad. Gradualmente la lagartija llegaba más temprano a nuestra involuntaria cita, y hubo una ocasión en que, en cuanto me vio llegar, salió huyendo. Esa vez me quedé sentado en la pequeña barda que está frente a la pared preferida del reptil aquel, y de nuevo me inundó el recuerdo de esa mujer y del tórrido romance que alguna vez alimentamos. Descubrí lo fácil que puede perderse un amor así. Es como un remolino que comienza con mucha furia y termina perdiéndose en el aire, sin que nada pueda regenerarlo. Sólo el tiempo y la casualidad pueden recrearlo. ¿Cuantos años más podían pasar? ¿Cuántas casualidades?
Los días pasaron y la lagartija, de repente, dejó de acudir a la pared. Llegué a preguntarme por su bienestar, pues por aquí abundan ciertos depredadores que sienten predilección por animales como ella. Me entristecí de sólo pensar en su pequeño cuerpo siendo masticado por algún perro callejero flaco y sarnoso. Realmente me había encariñado con aquel reptil. Estaba sumido en mi incipiente malestar cuando mi novia salió al patio y me vio allí, sentado y cabizbajo. Amo su abnegación, amo sus cuidados, su cariño cálido y sus atenciones. Me encanta su amor estable y sincero. Pero es que la lagartija… Y es que mi antiguo amor… Mi mujer me preguntó el motivo de mi tristeza y yo no fui capaz de responderle con palabras. Se sentó junto a mí e hizo que recostara mi cabeza en su hombro, para acariciarme y llenarme de mimos. Yo no podía explicarle el asunto del reptil porque era algo bastante tonto, y mucho menos podía contarle sobre aquella mujer, tan lejana ya… Eran situaciones distintas, pero la casualidad nos había juntado en el patio a la lagartija, al recuerdo de mi primer amor, y a mí.
Mi mujer me llevó a la cama y allí pude dejar de pensar en el asunto del muro. Me dediqué por completo a corresponder las atenciones de mi leal amada. No obstante, preso de la intranquilidad y una incipiente obsesión, acudí al día siguiente al patio, esperando encontrarme con la lagartija. Ella no estaba allí, pero en vez de desilusionarme, tuve una idea que parecía sensata. Busqué alguna carnada para atraer al reptil, encontrando en las macetas un par de chapulines grandes y un tanto desagradables. Les arranqué los miembros y los dejé retorciéndose en la parte superior del muro, del lado derecho, por donde siempre entra la lagartija. Luego me puse a esperar al citado animal. Mientras tanto, el sol caía sobre mi cuerpo con pesadez y empecé a sudar. El pequeño reptil no hacía acto de presencia y yo caí de nuevo en el pensamiento de aquella mujer que tanto amé, la primera que me entregó su corazón y de la cual ya nada sabía. Las nubes no aparecían, la lagartija tampoco. Mi novia pasó de un lado a otro del comedor, sin que me dejara saber qué es lo que estaba haciendo. Escuché a los chapulines mientras trataban de moverse y sentí que había sido una aberración amputarles los miembros, pero todo era por una buena causa. No, buena causa no, una extraña causa. Ya no sabía muy bien qué era lo que realmente me motivaba a seguir esperando al ingrato reptil. El patio parecía un desierto y en mi cabeza aleteaban, inquietos y desordenados, mis pensamientos. A ratos aparecía la imagen de mi primera amante, y luego pensaba en la lagartija y ya no sabía muy buen cual era cual. Comencé a marearme, luego los chapulines y mi novia y el sol y las sombras y yo y lo demás. Y la mujer y el amor y el sudor y la risa y ya no puedo. Dije “basta”. Me puse de pie y decidí terminar, de una vez por todas, con esa absurda situación.
Sin embargo, no pude avanzar mucho. En cuanto me paré, cerré los ojos por el mareo y escuché un ligero crunch crunch, como si alguien estuviese masticando algo. Levanté la mirada hacia el muro y ahí estaba la lagartija, degustando esos ricos chapulines con voracidad. Ahora que el reptil había llegado a la cita, yo no sabía muy bien qué hacer. ¿Y si la atrapaba? Podría fácilmente construir algún terrario para conservarla. O podría tomarle una fotografía para guardarla como un bonito, aunque excéntrico recuerdo. O podía hacer ambas cosas. Me acerqué a la pared mientras la lagartija masticaba su comida y pude observarla con detenimiento. Ahora, más que nunca, el animalito me resultaba encantador. Mientras cerraba sus mandíbulas, parecía mirarme, y movía la cabeza de un lado a otro, no sé por qué motivo en realidad, pero me gusta pensar que lo hacía para apreciarme mejor. Cuando terminó de devorar el segundo chapulín, noté algo extraño en su cuerpo, algo que no había visto en ocasiones anteriores. El lagartijo tenía una franja roja en su espalda, que terminaba con una mancha triangular en su cabeza. Parecía que tenía una flecha pintada en las escamas. Tomé la decisión de atraparlo para observar dicha característica con más detalle. Me convertí, de pronto, en un depredador, en el más peligroso que el pobre animalito podría tener jamás. Levanté los dos brazos, lentamente y en silencio, sin apartar la vista de mi presa. Ella me miraba fijamente, con una mirada curiosa y un tanto hueca. Hubo algunos momentos de elevada tensión entre los dos, y todo el entorno pareció desaparecer.
Di unos cuantos pasos con sigilo, y haciendo uso de unos reflejos que no sabía que tenía, moví rápidamente mi mano derecha, atrapando al lagartijo entre mis dedos. No se movió, simplemente encajó sus pequeñas garras en mi piel y me permitió mirarlo. La franja roja parecía ser natural. Como sabía que la lagartija no permanecería mucho tiempo en mis manos, decidí mostrársela a mi novia, que estaba parada en el comedor, observando mi hazaña. En cuanto caminé hacia ella, el animalito se escapó de mis manos y corrió al interior de la casa. Era increíblemente veloz y lo perseguí, no sin antes avisar a mi mujer de lo que estaba pasando. La puerta del patio estaba abierta, así que el reptil entró y mi novia no pudo atraparlo. El animalito cruzó el comedor y salió por la puerta de entrada. Yo seguía corriendo, estaba decidido a capturar al desgraciado animal y avisé a mi mujer, con un grito, mientras abría la puerta, de que iría a cazar a la lagartija.
Esto no fue nada sencillo. Como ya dije, el animal corría sin detenerse y, lo que es peor, podía escurrirse entre los rincones a los que yo ni siquiera podía asomarme. La lagartija seguía escapando endemoniadamente, y me imagino que debí haberme visto algo estúpido siguiendo a un reptil al que muy pocas personas consideran de importancia. Ya no se trataba de perseguir al animal por los motivos que antes me habían llevado a querer atraparlo, sino más bien porque el lagartijo se había burlado de mí. Yo le había dado de comer y ahora me respondía con semejante barbaridad. Eso era para mí algo intolerable. Luego pensé, “¿qué haré cuando lo tenga de nuevo en la mano?”, pero dicha idea no prosperó en mi cabeza. Yo no tenía tiempo para cavilar. El sol seguía brillando en todo lo alto, convirtiéndome en un frenético y sudoroso maniático, persiguiendo a un bicho que cabía en la palma de mi mano. A veces, aprovechándose de sus habilidades, el lagartijo trepaba por las paredes de las casas, colocándose muy lejos de mi alcance. Me preguntaba hasta donde diablos me llevaría el condenado animal.
Estuve tanto tiempo observando a la pequeña flecha roja mientras corría sobre la calle, que no me detuve a mirar en donde nos estábamos metiendo. Sin dejarme ver exactamente cómo había sucedido, la lagartija se había internado en un enorme terreno baldío al que ya no pude acceder, por cansancio, por hartazgo y porque pensaba que todo había sido algo tonto. Pero entonces me fijé en la casa que estaba al lado izquierdo del terreno baldío y retrocedí unos pasos. Ahí estaba, parada frente a la puerta, mi primer amor, vestida de forma modesta, pero igual de hermosa que cuando fuimos novios. Me vio, la vi, y lentamente me acerqué a ella. Nos saludamos titubeando y reíamos nerviosos. Conforme yo iba caminando, una sonrisa se iba dibujando en su rostro. Me imagino que en el mío sucedió lo mismo. Cuando llegué a ella, escuché un ruido proveniente del terreno baldío. Volteamos y vimos al lagartijo, ya sin su flecha roja. Sonreí mientras la lagartija se escondía. Abracé a la mujer que durante tanto tiempo había sido mi musa predilecta y la besé. Aquel embrollo del reptil había culminado en una escena que jamás habría imaginado. Nos metimos a su casa y evitamos toda clase de conversación, de explicación o de pretexto. Simplemente comenzamos a deshacernos de las fantasías que anidaban desde hace tiempo en nuestras cabezas de la única manera posible: llevándolas a cabo.
Regresé a casa y mi novia me esperaba con los brazos abiertos, deseosa de saber qué había sucedido con el lagartijo. Yo sonreí y le dije que lo había perdido de vista. Ella suspiró y me dio un tierno beso en la frente. Desde entonces, cada que aparece una lagartija, la persigo hasta que, por una inocente casualidad, termino en aquel terreno baldío… O mejor dicho, en la casa que está al lado.
6 comentarios:
AW!
hace mucho que no habia podido pasar por aqui, y en serio lo siento.
tenia que mencionar lo placentero que me resulta el leerle.
es tarde.
Qué onita y simpática historia!
Me gustó muchísimo.
Gracias por compartirla conmigo.
Besos. (:
bonita*
Mis errores de dedo
S:
^^
Lo que siempre me ha fascinado de tus historias, es cómo a partir de algo pequeño y sencillo, desencadenas un tormentón.
Esperaremos entonces a tus big 18.
;)
ojala me pase algo asii jajajaja!
he pasad0 por muchas sensaciones qon tu escrito.. q0menzando porqe las lagartijas me dan asq0.. pero he terminado q0n la mejor de las sensaciones.. esa qe desea lo imposible.. esa qe espera una lagartija q0n una flecha... me gustó por much0 el mundo en tu qabeza.. :) un placer leerle srito u.u
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