Atrapado en un patio colonial de una hacienda en la que nunca antes había estado, y en la que evidentemente no quería estar, me dedicaba a soltar lágrimas sinceras de pánico y temor infantil. No sé por qué, pero había mucha gente corriendo de un lado a otro del patio, sorteando plantas de ornato y demás artículos que no puedo recordar. No estaban asustados como yo, y los veía hasta cierto punto indiferentes a mi horror. De una puerta salía sangre a chorros, gritos desgarradores de quienes creen poder espantar a la muerte a gargantazos. Sangre, sangre corre, sangre sigue corriendo, sangre se detiene ante mis pies de niño tímido y desprevenido. Yo no entiendo mucho, pero me acerco a la puerta. La gente dice "no, no te acerques", pero yo sigo caminando. La sangre se siente en la cara, en la piel. Estoy por asomarme y sólo veo sangre en las paredes...
Me despierta mi madre diciendo que hay hot cakes. No me gustan.
Me despierta mi madre diciendo que hay hot cakes. No me gustan.
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