A Gloria S. y Richard F.
—Qué bonita camisa, ¿es nueva? —preguntó ella.
—No, la llevaba puesta el día de la boda —contestó él.
—Entonces —dijo ella—, técnicamente es nueva, porque no ha habido ni una boda.
Él miró el montón de ropa que giraba al interior de la lavadora. Había otras lavadoras, pero él miraba precisamente ésa, la que tenía su ropa.
—Recuerdo que me la puse cuando fuimos a la boda de alguien.
—Entramos a una boda por accidente, pero eso no cuenta como boda, porque no bailaste —comentó ella.
Un hombre leía un periódico atrasado. Escuchaba la conversación sin querer. La luz de la lavandería cegaba a los clientes. La empleada era una señora que comía una dona. Lo hacía con lentitud. Lo disfrutaba.
—Fui a una boda mientras tú estabas lejos —confesó él.
Ella sonrió, cruzó las piernas y dijo:
—No importa, me gusta la camisa. Parece nueva.
—Gracias.
Permanecieron unos instantes en silencio. Él seguía mirando la ropa y ella se entretenía con su celular.
Permanecieron unos instantes en silencio.
En silencio, mientras la ropa daba vueltas en la lavadora.
—Y en esa boda a la que fuiste, ¿bailaste? —preguntó ella, con la mirada puesta en la pantalla de su teléfono.
Después de dudarlo un momento, él respondió:
—Poquito. Bailo a veces, cuando me voy de aquí.
—¿De dónde, de la lavandería? —preguntó ella, con el ceño fruncido.
—No, de aquí —dijo, apuntando hacia la calle.
“¿Estará lista la ropa de este par?”, se preguntó a sí mismo el hombre del periódico.