martes, 31 de marzo de 2009
3000
Este blog acaba de pasar la barrera de las 3000 visitas hace apenas unos minutos. Es un logro muy importante para un blog que no es muy promovido y es casi enteramente "subterráneo". Muchas gracias a todos los que pasan por este lugar y sobre todo a los que dejan sus valiosísimos comentarios. La meta es llegar a Mil Millones Ochocientos Setenta y Siete Mil Veinticuatro visitas.
Pero como ven, no hay prisa =)
saludos y gracias :D
martes, 17 de marzo de 2009
Quiero dejar de ser un pensamiento
Quiero ser un mosquito y chupar sangre hasta que se me hinche el cuerpo. Quiero ser un 8 de tréboles, un 3 de espadas o un 5 de corazones. Quiero ser un charco de refresco en el piso. Quiero ser una mancha de moho en la pared. Quiero ser una lágrima al vacío. Quiero ser 3 litros de aceite quemado de cenaduría. Quiero ser un pañal recién fabricado. Quiero ser una bola de papel. Quiero ser un examen reprobado. Quiero ser un calcetín viejo y roído. Quiero ser una bola de pelusa de gato. Quiero ser un paquete de carne caducada. Quiero ser un viejo errante. Quiero ser una bocina de automóvil. Quiero ser una envoltura de paleta. Quiero ser un celular obsoleto. Quiero ser una célula muerta de tu piel. Quiero ser una esquina de alguno de tus órganos. Quiero ser un pedacito de tu vida.
Quiero ser una llanta quemándose. Quiero ser alimento para el núcleo de tus neuronas. Quiero ser una bolsa de plástico cualquiera. Quiero ser uno de tus folículos capilares. Quiero ser un chicle masticado. Quiero ser un remolino espontáneo. Quiero ser un cajón. Quiero ser un frasco de Colirio a temperatura ambiente. Quiero ser un abrazo de tus piernas. Quiero ser el aire que sale de tu boca cuando hablas. Quiero ser el aire que entra a tus pulmones cuando respiras. Quiero ser un grito perdido. Quiero ser una botella de plástico. Quiero ser una bala perdida. Quiero ser la válvula que abre y cierra tu corazón.
Quiero...
Quiero ser una llanta quemándose. Quiero ser alimento para el núcleo de tus neuronas. Quiero ser una bolsa de plástico cualquiera. Quiero ser uno de tus folículos capilares. Quiero ser un chicle masticado. Quiero ser un remolino espontáneo. Quiero ser un cajón. Quiero ser un frasco de Colirio a temperatura ambiente. Quiero ser un abrazo de tus piernas. Quiero ser el aire que sale de tu boca cuando hablas. Quiero ser el aire que entra a tus pulmones cuando respiras. Quiero ser un grito perdido. Quiero ser una botella de plástico. Quiero ser una bala perdida. Quiero ser la válvula que abre y cierra tu corazón.
Quiero...
domingo, 15 de marzo de 2009
Arroyo
Yo siempre supe que no era buena idea insistir en molestar a las cabras que pastaban alegremente en el arroyo. Lo que pasa es que se me hacía bastante chistosa la idea de que unos animales (no importa la especie) se encontraran pastando en lo que se supone debería ser un arroyo lleno de agua.
Una de las muchas preguntas que circulaban alegremente por mi cabeza era obvia: ¿Cómo habían hecho las cabras para entrar al 'lecho' del arroyo? Busqué una y otra vez a algún pastor que contestara mi pregunta, pero al principio no me fue posible encontrarlo. Luego, con un poco más de observación (bendito sea el método científico) pude encontrar al pastor en la figura de un niño, cuya afición por las maquinitas lo había distraído un poco de sus actividades cotidianas de pastoreo.
¿Será mejor el niño jugando maquinitas que cuidando cabras? Juzgue usted, querido lector.
Total, seguí caminando. La foto en realidad se me ocurrió gracias al miedo. Sí, al miedo que me provocó un espantoso Doberman que esperaba pacientemente a que yo, un peatón cauteloso y apresurado, pasara junto a él para ser su desayuno. Bueno, más bien su almuerzo, puesto que ya daban las 12 del mediodía. Como tuve la suerte de divisar al dichoso perro unas cuantas casas antes de pasar a su lado, decidí cambiarme de acera, sólo para darme cuenta de que junto al arroyo no había ninguna acera.
Entonces, me fui caminando junto al borde del arroyo y fue ahí que me encontré con dichas cabras. Cuando pasé frente al Doberman, lejos ya de su alcance, me miró con cierto rencor. Creo que, si mal no recuerdo, lo escuché gruñir.
No paso muy seguido por ese arroyo, pero sin duda cada que lo hago suceden cosas dignas de resaltarse. Como aquella vez que creí ver una serpiente larguísima, pero no resultó ser más que una tira de hule, que en sus mejores tiempos debió ser una llanta.
Una de las muchas preguntas que circulaban alegremente por mi cabeza era obvia: ¿Cómo habían hecho las cabras para entrar al 'lecho' del arroyo? Busqué una y otra vez a algún pastor que contestara mi pregunta, pero al principio no me fue posible encontrarlo. Luego, con un poco más de observación (bendito sea el método científico) pude encontrar al pastor en la figura de un niño, cuya afición por las maquinitas lo había distraído un poco de sus actividades cotidianas de pastoreo.
¿Será mejor el niño jugando maquinitas que cuidando cabras? Juzgue usted, querido lector.
Total, seguí caminando. La foto en realidad se me ocurrió gracias al miedo. Sí, al miedo que me provocó un espantoso Doberman que esperaba pacientemente a que yo, un peatón cauteloso y apresurado, pasara junto a él para ser su desayuno. Bueno, más bien su almuerzo, puesto que ya daban las 12 del mediodía. Como tuve la suerte de divisar al dichoso perro unas cuantas casas antes de pasar a su lado, decidí cambiarme de acera, sólo para darme cuenta de que junto al arroyo no había ninguna acera.
Entonces, me fui caminando junto al borde del arroyo y fue ahí que me encontré con dichas cabras. Cuando pasé frente al Doberman, lejos ya de su alcance, me miró con cierto rencor. Creo que, si mal no recuerdo, lo escuché gruñir.
No paso muy seguido por ese arroyo, pero sin duda cada que lo hago suceden cosas dignas de resaltarse. Como aquella vez que creí ver una serpiente larguísima, pero no resultó ser más que una tira de hule, que en sus mejores tiempos debió ser una llanta.
Pronto vendrán los tiempos de lluvias y sin duda será más interesante pasar por ahí. Con un poco de suerte (mala, por supuesto) la corriente del arroyo me tragará y terminaré anclado en una oscura alcantarilla dentro de la fase 'underground' del arroyo del Guayabo.
(música de terror)
domingo, 8 de marzo de 2009
Argumento No. 1'932: Conquistar a una mujer que no existe sin herirla en el proceso
Recuerdo la primera vez que te encontré en la calle mientras caminabas de regreso a casa. Yo te miré, pero tal vez tu no me viste a mí. En la calle no había nada ni nadie más que nosotros dos, aunque tu ibas unos pasos adelante de mí. Creo que aunque no me viste, supiste que yo estaba allí y creíste que era un criminal a punto de asaltarte. Me imagino que tu corazón empezó a palpitar rápidamente, lo cual me habría dado mucho gusto, pero en diferentes circunstancias.
Diste vuelta en una esquina y te perdí de vista entre los árboles y un par de señores que lavaban su auto. Bien pude haberte seguido, pero entonces por seguirte habría terminado en cualquier lugar, menos en mi casa. Esa noche suspiré una y otra vez. Siempre me pasa.
Al día siguiente caminé por el mismo lugar, el cual era todo, menos un atajo, y en el cual esperaba encontrarte otra vez, y esta vez sería para preguntarte por lo menos tu nombre. Caminé, cuidando de que el reloj marcara la misma hora del día anterior, justo cuando te miré por primera ocasión.
No apareciste ni ese día, ni el siguiente. Ni en un mes ni dos, y quizás hasta un año pasó.
Entonces porqué cuento esta historia y digo que fue 'la primera vez' que te ví, si se supone que sólo te he visto en esa ocasión?
Quizás, en mi afán por inventarte, imaginé algo que nunca existió en verdad.
Te imaginé a tí.
lunes, 2 de marzo de 2009
La Llave
(fotografía de el arroyo del guayabo en su etapa underground)
La llave está abierta y su producto se abre camino entre las praderas de colores pardos, que a veces, sumido en mi optimismo vago, suelo llamar 'sentimientos'. La llave está abierta y suelta su líquido sin pudor alguno, sin la certeza de saber si es un recurso renovable o no.
La llave está abierta y su recurso serpentea sin detenerse, formando un relieve sinuoso y ondulante. Me gusta caminar por las orillas del rio, que lleva un alegre y pristino color púrpura, producto de la intensidad con la que pienso. Me gusta caminar por ahí y a veces, sin darme cuenta del porqué, me gusta darme un chapuzón en mis propios anhelos, que siguen un curso inquebrantable hacia la nada. La llave, a pesar del paso del tiempo y de los momentos que en ocasiones me producen una sensacion de vaga curiosidad, sigue abierta.
Esa curiosidad me provoca unas ganas enormes y casi paranoicas de colocar un vaso debajo de la llave y darle un trago largo, un trago que me ahogue. Sé que no puedo. Beberme mis propios anhelos me resultaría bastante indigesto y un tanto deprimente. Prefiero que el agua siga corriendo, brindándome un sitio natural en donde mi compleja persona pueda darse un baño de vez en cuando.
La llave, a pesar de estar al alcance de mucha gente potencialmente capaz de poner un recipiente que junte todo ese líquido inmaculado y detenga parcialmente el fluir de dicho recurso, sigue abierta. En la pereza que provoca el movimiento involuntario de las mareas, altas y bajas, me dedico a soltar las redes para ver si con un poco de suerte puedo encontrar algún ser viviente que pueda servirme de alimento. Dicha tarea me lleva horas, que a veces completan días, y que en ocasiones, también, completan semanas.
El atardecer que logra verse desde el montículo arquitectónico que suelo llamar templo, es particularmente especial. El cielo se torna rosado, a veces morado, a veces un poco azulado. Pero siempre es brillante, y las nubes siempre terminan por desintegrarse a tiempo, dejando un momento preciso suspendido en el aire, lleno de reflexión.
A veces llega la noche y el fuego de las dos columnas que cuidan el sagrario donde se encuentra la llave abierta, adquiere un tórrido color púrpura. La noche avanza como un mounstro estoico al que no le importa hacer bien ni mal, sino más bien proveer de cobijo a las almas pacientes (como yo) que vagan por ahí. El mounstro, o cielo, es una enorme masa morada que a momentos parece asentarse directamente sobre mi cabeza. Yo, paciente, estoy sentado a un lado del sagrario con la llave. Me arrullo viendo como, a pesar de la noche y sus características formas de hacerme sentir bien, la llave permanece abierta.
La madrugada es silenciosa aquí. En ocasiones pasa una luz centelleante por el cielo que crea un desastre en el flujo eterno de líquido que tengo a mis pies. A momentos creo que el agua cobra vida y quiere salir de su curso, quiere invadirlo todo, quiere nutrir las praderas de colores pardos que hay a su alrededor. Sí, las mismas praderas que yo suelo llamar 'sentimientos' cuando soy vagamente optimista.
Pero no pasa nada. En el cielo, el objeto centelleante desaparece, dejando una estela luminosa que contrasta con el tono púrpura de la madrugada. El agua se calma, y sigue su flujo. Yo no duermo, en cualquier momento la red puede moverse e indicarme que algún ser está al pie del sagrario.La madrugada pasa y se mueve como un inmenso animal que va en búsqueda de un alimento que yo no puedo describir y el cual no es de mi incumbencia. Deja a su paso un tono amarillento en el cielo, que luego se tornará rosado, y después será cubierto de nuevo por el vientre púrpura de la noche.
Yo sigo mi trabajo, sigo pescando, sigo buscando algún ser que pueda entretenerme. Mientras, el agua sigue corriendo, porque la llave sigue abierta.Lo que nadie sabe es que dicha llave no fue hecha para ser cerrada. Simplemente se creó para ser aprovechada. Así se ideó, desde hace 10 siglos y 7 decadas.
Y así seguirá por siempre.
Abierta.
La llave está abierta y su recurso serpentea sin detenerse, formando un relieve sinuoso y ondulante. Me gusta caminar por las orillas del rio, que lleva un alegre y pristino color púrpura, producto de la intensidad con la que pienso. Me gusta caminar por ahí y a veces, sin darme cuenta del porqué, me gusta darme un chapuzón en mis propios anhelos, que siguen un curso inquebrantable hacia la nada. La llave, a pesar del paso del tiempo y de los momentos que en ocasiones me producen una sensacion de vaga curiosidad, sigue abierta.
Esa curiosidad me provoca unas ganas enormes y casi paranoicas de colocar un vaso debajo de la llave y darle un trago largo, un trago que me ahogue. Sé que no puedo. Beberme mis propios anhelos me resultaría bastante indigesto y un tanto deprimente. Prefiero que el agua siga corriendo, brindándome un sitio natural en donde mi compleja persona pueda darse un baño de vez en cuando.
La llave, a pesar de estar al alcance de mucha gente potencialmente capaz de poner un recipiente que junte todo ese líquido inmaculado y detenga parcialmente el fluir de dicho recurso, sigue abierta. En la pereza que provoca el movimiento involuntario de las mareas, altas y bajas, me dedico a soltar las redes para ver si con un poco de suerte puedo encontrar algún ser viviente que pueda servirme de alimento. Dicha tarea me lleva horas, que a veces completan días, y que en ocasiones, también, completan semanas.
El atardecer que logra verse desde el montículo arquitectónico que suelo llamar templo, es particularmente especial. El cielo se torna rosado, a veces morado, a veces un poco azulado. Pero siempre es brillante, y las nubes siempre terminan por desintegrarse a tiempo, dejando un momento preciso suspendido en el aire, lleno de reflexión.
A veces llega la noche y el fuego de las dos columnas que cuidan el sagrario donde se encuentra la llave abierta, adquiere un tórrido color púrpura. La noche avanza como un mounstro estoico al que no le importa hacer bien ni mal, sino más bien proveer de cobijo a las almas pacientes (como yo) que vagan por ahí. El mounstro, o cielo, es una enorme masa morada que a momentos parece asentarse directamente sobre mi cabeza. Yo, paciente, estoy sentado a un lado del sagrario con la llave. Me arrullo viendo como, a pesar de la noche y sus características formas de hacerme sentir bien, la llave permanece abierta.
La madrugada es silenciosa aquí. En ocasiones pasa una luz centelleante por el cielo que crea un desastre en el flujo eterno de líquido que tengo a mis pies. A momentos creo que el agua cobra vida y quiere salir de su curso, quiere invadirlo todo, quiere nutrir las praderas de colores pardos que hay a su alrededor. Sí, las mismas praderas que yo suelo llamar 'sentimientos' cuando soy vagamente optimista.
Pero no pasa nada. En el cielo, el objeto centelleante desaparece, dejando una estela luminosa que contrasta con el tono púrpura de la madrugada. El agua se calma, y sigue su flujo. Yo no duermo, en cualquier momento la red puede moverse e indicarme que algún ser está al pie del sagrario.La madrugada pasa y se mueve como un inmenso animal que va en búsqueda de un alimento que yo no puedo describir y el cual no es de mi incumbencia. Deja a su paso un tono amarillento en el cielo, que luego se tornará rosado, y después será cubierto de nuevo por el vientre púrpura de la noche.
Yo sigo mi trabajo, sigo pescando, sigo buscando algún ser que pueda entretenerme. Mientras, el agua sigue corriendo, porque la llave sigue abierta.Lo que nadie sabe es que dicha llave no fue hecha para ser cerrada. Simplemente se creó para ser aprovechada. Así se ideó, desde hace 10 siglos y 7 decadas.
Y así seguirá por siempre.
Abierta.
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