Existió una vez un hombre que llevaba una vida inmersa en los cálidos flujos de la monotonía y cuya rutina grisácea y llena de ocupaciones estaba asfixiandole hasta el mas oculto de los placeres. Este hombre, que generalmente entiende por placer el hecho de ver un partido de futbol por la televisión, bajo una lluvia de frituras grasientas, o de levantarse tarde los domingos para luego asar carne bajo el apabullante sol veraniego, quería, por supuesto, que estos placeres cada vez fueran mas comunes y a la vez más disfrutables. Y para esto, había un impedimento enorme, llamado trabajo.
Y este tipo de hombre, acostumbrado a perder la capacidad de diferenciar una cárcel de una oficina, no podía más con su existencia, que se repetía cada semana como suelen repetirse las películas del cine mexicano en los canales de siempre. Uno puede llegar a la conclusión de que, después de ver durante tanto tiempo dichas películas, digamos, una vez por semana, cualquier aferrado fanático puede incluso optar por tratar de embaucarse y disfrutar de las dudosas virtudes del canal de televentas.
Algo así le sucedió a este hombre, pues después de tanto trabajar en lo que todos los examenes de orientacion vocacional le dijeron era lo correcto, le perdió el gusto. Para llegar a tal punto bastaron unos cuantos meses. Pero para este hombre, tanto el cine mexicano como las televentas representaban el equivalente perfecto a su vida, que para esto vendría siendo equiparable a la lucidez con la que vive un tronco seco. Osea, sin tanto rodeo, televentas es igual a aburrimiento, y aburrimiento es igual a su vida. De él.
Por eso, este hombre despertó un día y se dió cuenta de que ya quería que el citado día terminara en ese instante. Desayunar una barra con sabor a comida para aves acompañada de un café rancio y descolorido, y aderezada con las incesantes quejas de sus subordinados en turno, se convierte con el tiempo en un detonador implacable de la desesperación. Pero este día, hasta él lo tomó todo con un humor sarcástico, provocado más que nada por las incesantes ganas de regresar a la cama y dormir.
Comida rápida en algún "restaurant" de por ahí, la digestión es lo de menos. El embotellamiento se encargará de eso, y de provocar más acidos estomacales para tenerlos listos, en caso de que al llegar a casa y revisar los trabajos de los empleados, el hombre se dé cuenta de que son todos unos inútiles. Un baño con agua fría y a la cama.
Estando ya en su habitación, acompañado por la tenue luz de un foco ahorrador y la parlanchina presencia de la soledad, el hombre pronunció la siguiente frase:
"Como quisiera que todos los objetos y todos los animales, incluyendo a los seres humanos, desaparecieran una semana de mi vida y me dejaran respirar en paz".
Acto seguido, el hombre se puso no sólo a ver, sino también a escuchar las goteras del techo y finalmente se quedó dormido.
Pasó una noche tormentosa, gracias a una terrible pesadilla en la cual Dios lo juzgaba por sus falsas e insípidas cochinadas, sus fingidas y poco convincentes costumbres y finalmente por sus monótonas y desventuradas mañas. El hombre, a continuación, fue arrojado al limbo y permaneció allí durante 30'945 años, sólo para darse cuenta de que el limbo, como lo han proclamado varias figuras de importancia en la iglesia católica, no existe.
Despertó sudoroso y con un terrible ataque de náuseas, y cuando se dió cuenta, estaba en el piso. El despertador no existía, así como tambien brillaban por su ausencia varios objetos de la habitación. Está bien, para ser más exacto, faltaban todos los objetos de la habitación.
"Ninguna banda organizada de ladrones sería tan educada como para robarme sin que me diera cuenta" pensó el hombre. Pero ninguna banda de ladrones, al menos conocida, es capaz de retirar la pintura de las paredes, las ventanas de las habitaciones y las puertas de madera, en una sola noche y sin ruido alguno. "Me drogaron entonces, esto no es posible" pensó ahora el hombre, como queriendo evadir una realidad evidente.
La realidad evidente que menciono entró a sus ojos unos momentos más tarde, cuando al salir de la habitación descubrió que, en efecto, no había objeto en pie al interior de su departamento. Sus sueños mas profundos por fin veían la luz, pero no quizo emocionarse en vano, así que antes de cualquier juicio premeditado, se asomó por la ventana.
No había autos, gente, perros ociosos.
No había nada.
El sueño estaba en su apogeo más hermoso. El hombre se dió cuenta de la situación de su mundo. La frase, gracias a algún desconocido algoritmo esotérico de poco o nulo renombre, había surtido efecto. El hombre gritó de la emoción, y se dió cuenta de que ya había olvidado el hermosísimo arte de gritar. Una vez desfogadas esas ganas de maltratar las cuerdas vocales, el hombre se dispuso a caminar por el nuevo mundo, como acababa de llamarlo, no sin antes checar un pequeño detalle...
Una vez que se percató de que sus calzoncillos permanecieron con él después de la inexplicable desaparición de objetos y seres pertenecientes al reino Animalia, emprendió el viaje, en búsqueda de ese aire que tanto ansiaba respirar y esos paisajes que tanto anhelaba conocer, con el pequeño detalle de que ahora nadie le increparía nada.
Nadie más que su propia conciencia...
martes, 21 de octubre de 2008
El Hombre que pronunció la frase (Parte I)
lunes, 20 de octubre de 2008
Las interminables e inequívocas señales de que Rocalfo tiene una magnífica y absurda cantidad de tiempo libre
Correción, en realidad ni siquiera tengo el tiempo libre suficiente como para darme el lujo de venir y escribir aquí en mi blog. Pero sin embargo, y contra todos los pronósticos, estoy gastando mi tiempo Administrativo (llámese así por el hecho de que tengo mil cien deberes pendientes de dicha materia escolar) en este blog. Pero en fin, escribir siempre ha sido un placer culposo para mí, especialmente en este tipo de situaciones.
Hablemos del descorazonamiento del sentimiento humano. Es feo saben?
No no, espera, aún no hagas ese comentario ridículo sobre mis ociosidades, date el tiempo necesario para llegar hasta el final. Eso me recuerda aquella ocasión que pude, por obra del Espíritu Santo y compañía, poner en orden mis pensamientos más dispersos y canalizarlos en una buena causa, léase tarea.
Pero no! tampoco vengo aquí a desmenuzar los componentes de mi sencillísima y monotona vida diaria. No! He venido aquí para improvisar, y eso fue (es) precisamente lo que hizo (haré):
"2 Cuentos Cortos de Bolsillo, o mejor dicho, hoyuelo del bolsillo izquierdo del pantalón"
"El niño que llegó del mar, cansado, sediento y con 3 taparroscas de pepsi-cola en el bolsillo de su short color Khaki"
-Érase una vez un niño que llegó del mar, cansado, sediento y con 3 taparroscas de pepsi-cola en el bolsillo de su short color Khaki. El niño quedóse dormido en la arena, despertó 3 horas mas tarde, acudió a la tiendita de la esquina más cercana y canjeó su porta-lápices, o aquello que se pueda canjear en la promoción en turno, y regresó al mar.
"El hombre que maldijo al universo entero porque ya no quedaba suficiente papel sanitario en el cuarto de baño"
-Érase una vez un hombre que maldijo al universo entero porque ya no quedaba suficiente papel sanitario en el cuarto de baño. Su esposa escuchó la maldición y le respondió:
-Pero dijiste que no era necesario comprar un repuesto, ahora sufre las consecuencias.
Dicho esto, el hombre sufrió las consecuencias, de fea manera.
FIN
miércoles, 15 de octubre de 2008
El Nuevo Otoño
(Fotografía de el Chipinque de Arriba)
Es otoño y por momentos creo que la soledad de las calles se debe a eso. Por momentos soy optimista y me entrego al pensamiento adolescente estándar: No pasa nada. Por momentos me encanta pensar que soy yo el paranoico, y no la sociedad que ahora observa con detenimiento las ventanas, que especula con nerviosismo detrás de las puertas, que no se atreve a mirar de frente cuando va en la calle y que levanta la mirada al cielo para observar el vuelo del águila... perdón,
helicóptero.
Hoy caminé por la calle y no fue como antes. Comúnmente siempre camino por lugares distintos.
Siempre observo y siempre me doy cuenta de las cosas de cada sitio. Desde mujeres con las bolsas del mandado hasta chavitos mentandose la madre. Desde desempleados canosos hasta ancianos que todavía sonríen al pasar.
Hoy no había nada.
Nada.
Me encanta estar en mi mundo extraño, eso a nadie le parece raro. La gente cree que soy un despistado, un greñudo bizarro de esos que no tienen oficio ni beneficio. Pero la gente nunca sabe lo que piensas, y no sabe que yo pienso en la gente. Pero de un tiempo para acá, el mundo extraño en el que vivo está sufriendo una extraña mutación. Se percibe, como si fuese yo un pez de agua dulce que resiente el más minimo cambio en la charca. No es mi mundo en sí, sino el lugar en el que se lleva a cabo. Lagos.
Todavía me encuentro con gente que alega que nada está sucediendo. Esa gente a veces escribe, habla, se expresa y dice que no está pasando absolutamente que tenga que preocuparnos. Quisiera ser como ellos y pensar que Lagos sigue siendo el mismo lugar provinciano y despreocupado de siempre. Pero a mi, sinceramente, no me gusta hacerme pendejo.
Es otoño y por momentos creo que la soledad de las calles se debe a eso. Por momentos soy optimista y me entrego al pensamiento adolescente estándar: No pasa nada. Por momentos me encanta pensar que soy yo el paranoico, y no la sociedad que ahora observa con detenimiento las ventanas, que especula con nerviosismo detrás de las puertas, que no se atreve a mirar de frente cuando va en la calle y que levanta la mirada al cielo para observar el vuelo del águila... perdón,
helicóptero.
Hoy caminé por la calle y no fue como antes. Comúnmente siempre camino por lugares distintos.
Siempre observo y siempre me doy cuenta de las cosas de cada sitio. Desde mujeres con las bolsas del mandado hasta chavitos mentandose la madre. Desde desempleados canosos hasta ancianos que todavía sonríen al pasar.
Hoy no había nada.
Nada.
Me encanta estar en mi mundo extraño, eso a nadie le parece raro. La gente cree que soy un despistado, un greñudo bizarro de esos que no tienen oficio ni beneficio. Pero la gente nunca sabe lo que piensas, y no sabe que yo pienso en la gente. Pero de un tiempo para acá, el mundo extraño en el que vivo está sufriendo una extraña mutación. Se percibe, como si fuese yo un pez de agua dulce que resiente el más minimo cambio en la charca. No es mi mundo en sí, sino el lugar en el que se lleva a cabo. Lagos.
Todavía me encuentro con gente que alega que nada está sucediendo. Esa gente a veces escribe, habla, se expresa y dice que no está pasando absolutamente que tenga que preocuparnos. Quisiera ser como ellos y pensar que Lagos sigue siendo el mismo lugar provinciano y despreocupado de siempre. Pero a mi, sinceramente, no me gusta hacerme pendejo.
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