viernes, 25 de noviembre de 2011

Palo

Mi proyecto había sido rechazado. Caminé presuroso a la parada de autobús más cercana. Cargaba, en mi maletín, una propuesta en la que había invertido noches enteras. Y ahora no servía de nada.
El autobús llegó después de unos cuantos minutos. Pagué la cuota y ocupé uno de los muchos asientos vacíos. Abracé mi maletín con fuerza. A lo lejos, la ciudad se desenrollaba a gran velocidad. Los árboles eran solamente borrones.
La gente subía y bajaba del camión. Los miraba distraído. Distraído porque pensaba más que nada en la propuesta en la que había invertido noches enteras, y que ahora no servía de nada.
En una parada como cualquier otra, se subió un curioso personaje. Llevaba un palo de madera, como de escoba. Nos miró a todos con ojos perdidos. Balbuceaba. Un hilillo de saliva brotaba de sus labios. Se sentó con trabajos en uno de los asientos delanteros.
Unas cuantas paradas después, se subió una chica embarazada. Lucía ingenua, temerosa, y era sumamente cuidadosa con sus movimientos. La acompañaba un sujeto que podría haber sido su pareja o su hermano. La luz de la tarde nos envolvía a todos.
Tuve la tentación de abrir mi maletín y revisar los documentos, pero entendí que no valía la pena. Se acercaba el momento de bajarme. Acomodé mis pies.
En ese instante sonó un fuerte golpe, un palo de madera quebrándose, un fragmento cayendo al pasillo del autobús. Gritos, gente alarmada, reacciones tardías y ademanes desesperados. El hombre del palo de madera atacaba al acompañante de la chica embarazada.
Pequeños trocitos de madera ensangrentada salían disparados por todas partes.
El chofer detuvo el autobús y sujetó al atacante. Di un salto por la ventana. Me alejé corriendo, pensando en que hacía unos minutos tan sólo me sentía miserable.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Un perro

El dibujo es cortesía de Shue
Un perro cruzó la calle. Su dueña preparaba limonada en una cocina donde las corrientes de aire son libres y juegan a erizar pieles sin miramientos.
Al llegar a la otra acera, el perro se lamió una de las patas. El cielo rosa en todo su esplendor no combinaba con el agua de limón.
Pero la mujer salió con la jarra llena de limonada. La puso en la mesa del comedor, donde otra mujer tejía y miraba de reojo el televisor.
Un actor celebraba su quinto divorcio y daba una conferencia de prensa al respecto. El perro miraba el final de la calle. Se veían luces que iban de un lado a otro.
"¿Está bien de azúcar?", preguntó la dueña del perro. La otra mujer dijo que sí y el perro regresó a la casa.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Tarde


Tarde amarilla, rosa,
se va oscureciendo,
está perdida.
Tarde con las hojas secas
que tienen frío.
Tarde con la gente,
gente que quisiera ver siempre,
que no me ubica.
Tarde. Ya es tarde.
Se abre la ventana.
Lo hace sola.
Y la gente imagina
una ventana abierta.
A mí no me recuerda
la gente, o la ventana.
O la tarde.
Hace frío.

Mis deberes.
Me he pasado la vida
haciendo deberes.
Y no he hecho absolutamente nada.
Tarde. Estoy solo
en esta ardua tarea.
¿Quién, si no yo,
haría una cartografía
de las paredes?
Tarde, una de tantas,
pero La tarde a final de cuentas.
Es la primera, la única,
la última tarde de mi vida.
Porque mañana, sí,
m a ñ a n a,
no seré el mismo,
ni el mundo será igual.
Moriré un poquito esta noche,
como todos,
y mañana despertaré ansioso.
Veinticuatro horas más
al bote de basura.
Y tan sólo una tarde.
El día debería ser sólo tarde.
La tarde debería ser más tarde.
O más temprano.
Debería de haber una tarde
en la madrugada.
Sería lindo.

Tarde.
La tarde es un gato que maúlla
detrás de una piedra.
Es el cielo claro, bipolar,
este escalofrío que nadie
n
a
d
i
e

este escalofrío de nadie.

Estremecimiento que se alarga.
Tarde.
Ya no te espero.
Siempre me haces esto.
En otra vida nunca estuve solo.
En esta vida es obvio lo que toca.
Pero mi humor no lo comprende.
Y mi corazón se empeña.
Un evento siempre vespertino.
(La mosca me ve y dice:
el gigante llora)