miércoles, 5 de noviembre de 2008

Los cuentos de la barbaridad


Se supo de una mujer que estuvo presa durante 4 años en un reclusorio al sur del estado. Cuando salió, el mundo era tan distinto que tuvo que verse en la irresistible y bochornosa necesidad de volver a delinquir, para hallarle un sentido a su vida. En 4 años, la vida que tenía allá afuera había valido un carajo.

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Un niño que iba caminando por ahí, me detuvo cuando vio que llevaba yo una bolsa de plástico sin darle una utilidad evidente. El niño me la pidio prestada.

-Me la regresas-. Le dije, sabiendo que jamás iba a volver a saber de él, por cuestiones obvias.

-Si -dijo él- pero no sé muy bien hasta cuando voy a poder regresartela.

-No hay problema- repliqué.

El niño salió corriendo y mientras lo hacía, pude ver que otro infante de una edad menor lo recibía con los brazos abiertos. Mis peores pesadillas se hicieron realidad por instantes, pues existía la posibilidad de que el niño de la bolsa ahogara con dicho objeto a su hermanito, primito o lo que fuese, y que las investigaciones del caso apuntaran directamente a mi persona y fuese yo encarcelado por negligencia. Sentí un escalofrío. Luego, un coche que iba pasando me hizo recapacitar, y me distrajo un momento de la escena de los dos infantes. Cuando el coche se fue alejando, pude ver a los dos niños arrojando piedras al interior de la bolsa.

Suspiré. Ojalá la bolsita fuera mas grande.

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Hace poco me preguntaron si yo era de esas fastidiosas personas que van en contra de todas las leyes del feng shui por el simple hecho de conservar libros de texto de mis años de la primaria. Yo, con la mayor naturalidad posible, respondí que, en efecto, era yo un fiel rompedor de dichas leyes. Lo que nunca se supo es que no las estoy rompiendo por que dicha costumbre me provoque algun placer, sino porque tengo la absurda sensación de que, en algún momento de mi vida, habré de ocupar de mis apuntes de tercero de primaria.